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Después Aigolando reunió innumerables gentes (2), los sarracenos, los moros, los moabitas (1), los etíopes, los serranos, los pardos, los africanos, los persas; a Texufín, rey de los árabes; a Burrabel, rey de Alejandría; a Avito, rey de Bugía; a Ospino, rey de Gelves; a Fatimón, rey de Berbería; a Alí, rey de Marruecos; a Afingio, rey de Mallorca; a Maimon, rey de la Meca; a Ebrahim, rey de Sevilla; a Almanzor de Córdoba, y fue hasta la ciudad gascona de Agen (3) y la tomó. Luego mandó a Carlomagno que viniera pacíficamente junto a él con una pequeña escolta de soldados, prometiéndole sesenta caballos cargados de oro y plata y de los demás tesoros, con la sola condición de someterse a su imperio. Decía esto porque quería conocerlo para poder después matarlo en combate. Pero advirtiéndolo Carlomagno fue con dos mil de los más esforzados hasta unas cuatro millas y los ocultó allí, y llegó con sólo sesenta guerreros hasta un monte que está cerca de la ciudad, y desde donde puede verse ésta. Y allí los dejó y, cambiados sus espléndidos vestidos, sin lanza, atravesado el escudo sobre la espalda como acostumbran los emisarios en tiempo de guerra, con un solo guerrero llegó a la ciudad. Enseguida, saliendo algunos de la ciudad se llegaron hasta ellos preguntándoles qué buscaban.

- Somos emisarios, dijeron, del famoso rey Carlomagno, enviados a vuestro rey Aigolando.

Y ellos los llevaron a la ciudad, ante Aigolando; y le dijeron:

- Carlomagno nos envía a ti, porque él mismo ha venido, como has mandado, con sesenta guerreros, y quiere militar bajo tus banderas y convertirse en vasallo tuyo, si quieres darle lo que has prometido. Así pues, de la misma manera ven pacíficamente hasta él con sesenta de los tuyos y háblale.

Entonces se armó Aigolando y les dijo que volviesen junto a Carlomagno y le dijesen que esperase. No pensaba Aigolando que era Carlomagno quien le hablaba. Carlomagno, en cambio, lo conoció entonces, y exploró la ciudad y vio por qué parte era más débil para conquistarla y los reyes que en ella había, y volvió junto a los sesenta guerreros que había dejado atrás, con los que regresó junto a los dos mil.

Aigolando, pues, los siguió rápidamente con siete mil caballeros queriendo matar a Carlomagno, pero advirtiéndolo ellos emprendieron la huída. Después Carlomagno volvió a la Galia y la sitió, y mantuvo el sitio por espacio de seis meses. Pero al séptimo mes, dispuestas ya por Carlomagno junto al muro las catapultas y las ballestas (4), los manteletes y los arietes con todos los demás ingenios de combate, así como torres de madera, cierta noche Aigolando con los reyes y sus nobles salió ocultamente por cloacas y pasadizos, y atravesando el río Garona, que está junto a la ciudad, escapó de las manos de Carlomagno. Pues al día siguiente Carlomagno entró triunfalmente en la ciudad. Entonces parte de los sarracenos fueron acuchillados; otros se evadieron a través de Garona con gran ímpetu. Sin embargo, diez mil sarracenos fueron pasados a cuchillo.

(1)

El término moabitas designa a los almorávides: es el árabe morâbit contaminado y confundido con los moabitas de la Biblia.

(2)

De los nombres que siguen, como ha dicho Dozy, unos cuarenta son puramente fantásticos y otros son verdaderos nombres árabes, algunos de los cuales representan personajes históricos incorporados a su narración por el autor del Turpín. Los que Dozy identifica sin duda alguna son: Almanzor de Córdoba, Alí, sultán almorávide de Marruecos desde 1106 a 1143; Ibrahim, gobernador de Sevilla desde 1116 a 1123 por lo menos, y Texufín, virrey de España desde 1126 a1137. Maimón y Avito son nombres árabes que Dozy no identifica con seguridad. Nótese, sin embargo, que en el milagro VII del Libro II aparece un pirata sarraceno al que se llama precisamente Avito Maimón. Los demás son imaginarios.

(3)

Agen, capital del departamento francés del Lot-et-Garonne, junto al río Garona, como dice el texto más abajo, en la margen derecha. Fué centro urbano importante en la época romana con el nombre de Aginnum como acreditan los múltiples restos arqueólogicos encontrados en la ciudad; invadida más tarde varias veces por sarracenos y normandos, cobró de nuevo vida y prosperidad en el siglo XII, época de que data la iglesia, hoy catedral, de su obispo San Caprasio, cuyo martirio se narra en el Libro V, capítulo II.

(4)

Aunque se traduce "ballestas", e texto dice mangarellis, que son máquinas de guerra para lanzar proyectiles, análogas a las que en latín clásico se desginan con el nombre de tormentum.