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Luego, pues, empezaron Carlomagno y Milón con sus ejércitos a buscar por España a Aigolando. Y como lo buscasen cuidadosamente, lo encontraron en la tierra llamada de Campos, junto al río que se llama Cea, en unos prados, es decir, en un lugar llano muy bueno, en donde después se construyó por mandato y con la ayuda de Carlomagno, la grande y hermosa basílica de los santos mártires Facundo y Primitivo, en la que descansan los cuerpos de estos mártires, y se fundó una abadía de monjes y se levantó un grande y riquísimo pueblo en el mismo lugar (1).

Al acercarse, pues los ejércitos de Carlomagno, Aigolando lo retó a combatir como él quisiera: o veinte contra veinte, o cuarenta contra cuarenta, o cien contra cien, o mil contra mil, o dos contra dos, o uno contra uno. Enseguida fueron enviados por Carlomagno cien soldados contra cien de Aigolando, y fueron muertos los sarracenos. Después son enviados por Aigolando otros cien contra cien, y también fueron muertos los sarracenos. Luego envió Aigolando doscientos contra doscientos, e inmediatamente fueron muertos todos los moros. Por último Aigolando mandó dos mil contra dos mil, de los cuales fueron muertos una parte, y otra huyó. Pero al tercer día Aigolando echó las suertes secretamente, y descubrió la derrota de Carlomagno. Y le desafió a entablar batalla campal con él al día siguiente, si quería, lo que fue aceptado por ambos.

Hubo entonces algunos de los cristianos que al preparar con todo cuidado sus armas de combate la víspera de la batalla, clavaron sus lanzas, enhiestas, en tierra delante del campamento, es decir en los prados junto al citado río, y a la mañana siguiente los que en el próximo encuentro habían de recibir la palma de martirio por la fe de Dios, las encontraron adornadas con cortezas y hojas; y presos de indecible admiración y atribuyendo tan gran milagro a la divina gracia, las cortaron a ras del suelo, y las raíces que quedaron en la tierra a modo de plantel engendraron de sí más tarde grandes bosques que todavía existen en aquel lugar. Pues muchas de sus lanzas eran de madera de fresno. Cosa admirable y grande alegría, magno provecho aquel para las almas y enorme daño para los cuerpos. Pero, ¿qué mas? Aquel día se trabó la batalla entre ambos bandos, y en ella fueron muertos cuarenta mil cristianos: y el duque Milón, padre de Rolando, con aquellos cuyas lanzas reverdecieron, alcanzó la palma del martirio; y el caballo de Carlomagno fue muerto. Entonces Carlomagno, pies en tierra con dos mil infantes cristianos, desenvainó su espada, llamada Joyosa (2), en medio de las filas de sarracenos y partió a muchos por mitad. Al atardecer de aquel día volvieron a sus campamentos cristianos y sarracenos. Al día siguiente vinieron a socorrer a Carlomagno cuatro marqueses de las tierras de Italia con cuatro mil guerreros. Apenas los reconoció Aigolando, volviendo grupas, se retiró a las tierras de León, y Carlomagno con sus ejércitos regresó entonces a la Galia.

En la referida batalla puede entenderse la salvación de los combatientes de Cristo; pues de la misma manera que los soldados de Carlomagno cuando iban a pelear, prepararon antes del combate sus armas para la lucha, así también nosotros debemos preparar nuestras armas, esto es, las buenas virtudes, para luchar contra los vicios. Quien oponga, pues, la fue contra la herética maldad, o la caridad contra el odio, o la largueza contra la avaricia, o la humildad contra la soberbia, o la castidad contra la lujuria, o la oración asidua contra la demoníaca tentación, o la pobreza contra la opulencia, o la perseverancia contra la inconstancia, o el silencio contra los denuestos, o la obediencia contra la humana rebeldía, tendrá su lanza florida y vencedora el día del juicio de Dios. Oh!, cuan feliz y hermosa será en el reino de los cielos, el alma del vencedor que luchó debidamente contra los vicios en la tierra! Nadie será coronado, sino quien haya luchado como es debido. Y como los guerreros de Carlomagno murieron en el combate por la fe de Cristo, de la misma manera también debemos nosotros morir para los vicios y vivir para las santas virtudes en el mundo hasta que merezcamos tener la florida palma del triunfo en el reino celestial.

(1)

El río Cea, afluente del Esla, forma el límite occidental de la Tierra de Campos. En el lugar mencionado aquí fundaron un monasterio hacia el año 900 monjes mozárabes andaluces en una villa que les concedió Alfonso III, donde ya existía en ruinas una basílica dedicada a los mártires de la época romana Santos Facundo y Primitivo, en ella sepultados. El monasterio se llamó primero Zeiense por estar en la vega del Zeia o Ceia y luego de Domnos Sanctos o de Sancti Facundi, de donde Sanfagund y Sahagún. Prosperó favorecido por otros reyes y especialmente por Fernando I y Alfonso VI que allí se refugió al ser destronado. Vuelto al trono puso al frente del monasterio abades franceses procedentes de Cluny y la abadía fué el centro de la reforma cluniacense en León y Castilla, y llegó a su mayor apogeo. Entonces el abad Bernardo, primer arzobispo de Toledo reconquistado, fundó a su vera el burgo de Sahagún con un fuero feudal y bárbaro frente a los españoles, origen de las largas luchas entre los burgueses y monjes. En el siglo XII se edificó una magnífica iglesia románica, digna de la abadía, conservándose también la antigua, según parece. Hoy de todo ello no queda nada en pie y únicamente algún resto de columnas y las reliquias de los santos en una iglesia del pueblo.

(2)

A la espada de Carlomagno se la llama Joyeuse en el poema francés de Mainet, así como en la Chanson de Roland, del latín Gaudiosa, como aparece en el original, y el francés se castellaniza en Joyosa en la versión prosificada en la Primera Crónica General de un cantar de gesta sobre los temas de aquel poema. En la Armería Real de Madrid figura una espada Joyosa, atribuida antiguamente a Roldán. Según la Chanson de Roland, la espada tenía encajada en el pomo la punta de la lanza que hirió al Señor en la Cruz.