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La primera ciudad que sitió fue Pamplona. La asedió durante tres meses, mas no pudo tomarla, porque estaba fortificadísima con inexpugnables murallas. Entonces elevó sus preces al Señor, diciendo:

- Señor Jesucristo, por cuya fe he venido a combatir en estas tierras a un pueblo infiel, concédeme el conquistar esta ciudad para gloria de tu nombre. ¡Oh Santiago!, si es verdad que te apareciste a mí, concédeme el conquistarla.

Entonces, por concesión de Dios y a ruegos de Santiago, quebradas de raíz, cayeron las murallas. A los sarracenos que quisieron bautizarse les conservó la vida y a los que se negaron, los pasó a cuchillo. Divulgadas estas maravillas, en todas partes los sarracenos se sometían a Carlomagno a su paso, le enviaban tributos, se le entregaban ellos y sus ciudades, y toda aquella tierra se le hizo tributaria. Se admiraba la gente sarracena al ver a los de Galia, verdaderamente espléndidos, bien vestidos y de elegante aspecto; y tras haber depuesto las armas, los recibirían honrosa y pacíficamente.

Después de haber visitado la tumba de Santiago, llegó a Padrón sin hallar resistencia y clavó una lanza en el mar, dando gracias a Dios y a Santiago por haberle llevado hasta allí, y dijo que ya no podía ir más adelante. A los gallegos, pues, que tras la predicación de Santiago y de sus discípulos, se habían convertido a la infidelidad de los paganos, los regeneró con la gracia del bautismo por manos del arzobispo Turpín; entiéndase bien, a los que quisieron convertirse a la fe y que no estaban bautizados todavía, pues a los que no quisieron acogerse a ella, o los acuchilló o los esclavizó bajo el poder de los cristianos. Después recorrió toda España de mar a mar.