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En el año mil ciento dos de la encarnación del Señor, cuando cierto prelado que regresaba de Jerusalén, sentado en la nave junto a la borda, cantaba con el salterio abierto, vino una fuerte ola del mar y le arrastró con algunos otros pasajeros. Y cuando ya estaban casi a sesenta codos de la nave, flotando sobre la ola y a viva voz invocaron a Santiago, se le presentó enseguida el santo Apóstol. Y en pie, con las plantas secas sobre las aguas del mar, junto a ellos que en peligro clamaban, les dijo: "No temáis, hijitos míos". Y al momento ordenó al mar que devolviese a la nave a quienes había arrebatado de ella injustamente, y a los marineros, llamado desde lejos, que detuviesen la nave. Y así ocurrió. Detuvieron la nave los marineros, y el agua del mar, gracias a los auxilios de Santiago, devolvió a aquélla a todos los que había asaltado malamente, nada mojados y abiertos aún el códice donde el sacerdote leía, y el Apóstol desapareció al instante. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.

Después, aquel venerable prelado del Señor, arrancando a los peligros marinos por el auxilio de Santiago, acudió al gloriosísimo Apóstol en tierras de Galicia, y en su honor dijo este responsorio (1), cantando alegre en el primer tono del arte musical: "¡Oh tú de siempre auxiliador, de los apóstoles honor, de los gallegos esplendor, de peregrinos defensor, Santiago, de los vicios suplantador, de las cadenas de las culpas suéltanos y al puerto de la salvación condúcenos". Y dijo así en un versículo: "Tú que ayudas a los que a ti claman en peligro, tanto en el mar como en la tierra, socórrenos ahora y en peligro de muerte". Y repitió de nuevo: "Al puerto de la salvación condúcenos". Lo cual se digne concedernos Jesucristo nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.

(1)

Comp. Libro I capítulo XXIII. P. David cree obra de un refundidor la atribución del responsorio al obispo, porque la fórmula general de conclusión del milagro va antes.