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En tiempos del bienaventurado Teodomiro (1), obispo de Compostela, hubo un italiano que apenas se atrevió a confesar a su sacerdote y párroco cierta gran fechoría que una vez había cometido. Oída ésta, el párroco, aterrado de tan grave culpa, no se atreve a imponerle penitencia; pero movido a compasión envía al pecador por tal motivo al sepulcro de Santiago con una esquela donde estaba escrito su pecado, ordenándole que implorase de todo corazón los auxilios del santo Apóstol y se sometiese al juicio del obispo de la apostólica basílica. Sin tardanza, pues, acudió a Santiago en Galicia, y sobre su venerable antealtar, arrepintiéndose de haber cometido falta tan grande y pidiendo perdón a Dios y al Apóstol con sollozos y lágrimas, el día de Santiago, o sea el veinticinco de julio, a primera hora, puso el manuscrito de su acusación.

Cuando el bienaventurado Teodomiro, obispo de la sede compostelana, revestido de las ínfulas episcopales, se acercó al altar el mismo día a media mañana para cantar la misa, halló la esquela de aquél bajo el paño del altar y preguntó por qué o por quién había sido puesta allí. Y habiéndose presentado enseguida el penitente y habiéndose contado no sin lágrimas su fechoría y el mandato de su párroco, por lo que había venido a postrarse ante él de rodillas, oyéndole todos, el santo obispo abrió la esquela y, como si jamás hubiese sido escrita, nada halló en ella. Cosa admirable y de gran alegría, alabanza y gloria para Dios y el Apóstol, que les deben ser perpetuamente cantadas. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. El santo obispo, creyendo, pues, que aquél había alcanzado el perdón de Dios por los méritos del Apóstol y no queriendo imponerle penitencia alguna por la culpa perdonada, sino solamente mandándole ayunar desde entonces los viernes, le envió a su país absuelto de todos sus pecados. Con esto se da a entender que a todo el que verdaderamente se arrepienta y desde lejanas tierras busque de todo corazón el perdón del Señor y los auxilios de Santiago que deben pedirse en Galicia, sin duda la nota de sus culpas le será borrada para siempre. Lo cual dígnese cumplir nuestro Señor Jesucristo que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.

(1)

Sobre San Beda ver nota en el Libro I Capítulo I. Aquí simboliza, según el P. David, a los historiadores de tiempos muy antiguos. Efectivamente, este milagro se pone en los del obispo de Iria Flavia, Teodomiro, cuando fué descubierto el sepulcro del Apóstol en Compostela, remontándose, pues, a una fecha muy anterior a todos los demás (hacila el año 830). Pero San Beda había vivido un siglo antes. Y es uno de los milagros cuyo tema se repite entre los de San Gil, donde se blanque la cédula en que había escrito Carlomagno su pecado más grave, en el monasterio de Laon (ver nota en el Libro V, capítulo VIII). El mismo P. David, que supone aquí una influencia francesa, observa cómo por un escrúpulo teológico al parecer, o sea "para no dejar creer que el pecado podía quedar absuelto sin intervención sacerdotal", se añadió la absolución del obispo Teodomiro y la penitencia que impone al pecador.