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Lección de la Epístola de Santiago Apóstol. Santiago siervo de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, a las doce tribus de la dispersión, salud, etc.

Libro I, cap. I (Folio IV r) Sermón de San Beda el Venerable(1), presbítero. Puesto que la vigilia de Santiago, amadísimos hermanos, estamos ya celebrando con los deseados cultos y convenientes ayunos, cosa digna es que en su honor no dejen nuestras lenguas de pregonar las alabanzas de Cristo. Se declara Santiago siervo de Dios y de nuestro Señor Jesucristo en el comienzo de su epístola y promete la salvación a los fieles, para demostrar que todo el que perseverare hasta el fin en servir a Dios se salvará sin duda para siempre. Dijo acerca de este Santiago el apóstol Pablo: "Santiago, Cefas y Juan, que parecían ser las columnas, nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión, para que nosotros entre los gentiles y ellos entre los circuncisos, solamente de los pobres nos acordásemos". Pues como había sido ordenado apóstol entre los circuncisos, se preocupó por los que circuncisos estaban, y así como por hablarles presentes, también por consolarlos, instruirlos, reprenderlos y corregirlos ausentes con su carta. "A las doce tribus de la dispersión", dice. Leemos que muerto por los judíos San Esteban, "aquel día comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén y todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria, fuera de los apóstoles". Pues a estos dispersos que padecieron persecución por causa de la justicia, envía su carta Santiago. Y no sólo a ellos, mas también a los que habiendo recibido la fe de Cristo no procuraban aún ser perfectos en sus obras. Así lo atestigua lo que sigue de la epístola. Y también a los que permanecían todavía fuera de la fe y que hasta procuraban perseguirla y perturbarla cuanto podían en los creyentes. Pues todos ellos estaban en la diáspora, desterrados de la patria por diversos azares, y dondequiera eran oprimidos por sus enemigos con innumerables violencias, muertes y trabajos, como lo expone cabalmente la Historia Eclesiástica. Pero también leemos en los Hechos de los Apóstoles que ya en el tiempo de la Pasión del Señor andaban dispersos por todas partes, pues dice San Lucas: "residían en Jerusalén judíos, varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo el cielo", de las que hasta se indican muchas por sus nombres cuando se añade más abajo: "partos, medos alamitas y los que habitan la Mesopotamia", etcétera. Así, pues, Santiago anima a los buenos para que no les faltase la fe en las tentaciones; reprende y amonesta a los pecadores para que se abstuvieran de pecar y progresaran en las virtudes, a fin de no hacerse estériles para sí mismos e incluso condenables por haber recibido los sacramentos de la fe; aconseja a los incrédulos para que hicieran penitencia de la muerte del Salvador y de todos los crímenes en que estaban enredados, antes que la venganza divina, cayendo visible o invisiblemente, los abatiese.

C "Tened por la mayor alegría - dice -, hermanos míos, veros rodeados de diversas tentaciones". Comienza por los más perfectos para llegar por orden a los que veía imperfectos y dignos de corregir y de elevar a la cumbre de la perfección. Y es de observar que no dice simplemente alegraos o tened por una alegría, sino "tened por la mayor alegría veros rodeados de diversas tentaciones". Como si dijese: Tened por cosa digna de toda alegría que por la fe de Cristo os toque resistir las tentaciones. Esta es la gracia, que por el conocimiento de Dios sufra uno lo que padezca injustamente, pues dice el Apóstol: "No tienen punto de comparación los sufrimientos del tiempo presente con la gloria venidera que ha de manifestarse en nosotros". Y todos los apóstoles "se fueron contentos de la presencia del Consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús". No debemos, pues, contristarnos si somos tentados, mas solo si fuéramos vencidos por las tentaciones, "sabiendo que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia". Por eso quiere que seáis tentados por las adversidades, para que aprendáis la virtud de la paciencia y podáis demostrar y probar con ella qué fe tan firme en la retribución futura lleváis en el corazón. Y no debe tenerse por opuesto a este pasaje, sino más bien entenderse como concordé, lo que dice San Pablo: "Sabedores de que la tribulación produce la paciencia y la paciencia la virtud probada"; pues la paciencia produce prueba de virtud, porque demuestra ser perfecto aquel cuya paciencia no puede ser vencida. Cosa que también se enseña aquí a continuación cuando se dice: "Mas tenga obra perfecta la paciencia". Y al revés: "La prueba de la fe engendra la paciencia", porque la razón que hace a los fieles ejercitarse en la paciencia es que por ella se demuestra cuán perfecta es su fe.

"Si alguno de vosotros se halla falto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da largamente y sin reproche, y le será otorgada". Efectivamente, toda sabiduría saludable debe pedírsele al Señor, porque como dice el Sabio: "Toda sabiduría viene del Señor y con El estuvo siempre". Y nadie por su libre albedrío, sin auxilio de la divina gracia, puede entender y saber, por más que esto sostengan los pelagianos. Pero aquí parece que se trata especialmente de aquella sabiduría de la que necesitamos hacer uso en las tentaciones. "Si alguno de vosotros - dice - no sabe comprender la utilidad de las tentaciones, que les sobrevenga a los fieles como prueba, pida a Dios que le dé entendimiento para discernir con cuánta piedad castiga un padre a sus hijos a quienes procura hacer dignos de un herencia eterna". E intencionadamente dice: "Que a todos da largamente". Para que nadie, consciente de su fragilidad, por ejemplo, desconfíe de poder recibir si pide, antes bien recuerde cada cual que "el Señor escuchó las preces de los humildes". Y como también se dice en otra parte: "Bendijo el señor a todos los que le temen, pequeños y grandes". Mas como muchos piden al Señor muchas cosas que no merecen recibir, añade Santiago cómo deben pedir si desean alcanzar. "Pero pida con fe y sin vacilar en nada". Esto es, pórtese en su vida de tal forma que sea digno de ser oído cuando pide. Porque quien recuerda que no ha obedecido a los preceptos del Señor, con razón desespera de que el Señor le atienda en sus súplicas. Pues está escrito: "Es abominable la oración del que endurece su oído para no oír la Ley". "Porque quien vacila es semejante a las olas del mar, movidas por el viento y llevadas de una parte a otra". El que al remorderle la conciencia del pecado duda de recibir el premio celestial, en cuyo sosiego parecía servir a Dios, y es arrebatado por las sendas extraviadas de los vicios a capricho del enemigo invisible como al soplo del viento.

"El varón de alma noble es inconstante en todos sus caminos". En todos sus caminos, dice, en los adversos y en los prósperos. Es hombre de alma doble el que dobla la rodilla para rogar al Señor y pronuncia palabras de súplica, y sin embargo desconfía de poder impetrar alguna cosa, por acusarle interiormente la conciencia. Es hombre de alma doble el que quiere gozar aquí con el mundo y reinar allí con Dios. Asimismo tiene doblez de alma el que al hacer el bien no busca la íntima recompensa, sino el favor externo. Por esto dice cierto sabio: "¡ Ay del pecador que va por dos caminos!" Pues por dos caminos va el pecador cuando hace ostentación de las cosas de Dios con sus obras y busca las del mundo con el pensamiento. Y todos éstos son inconstantes en todos sus caminos, porque muy fácilmente se atemorizan en las adversidades del mundo y se enredan en las prosperidades, tanto que se apartan del camino de la verdad.

"Gloríese el hermano humilde en su exaltación". Por esto, dice Santiago, debéis tener por suma alegría veros rodeados de diversas tentaciones, porque todo el que sufre humildemente adversidades por el Señor, recibirá de El arriba el premio celestial. "El rico en su humillación". Sobreentendemos del versículo anterior "gloríese". Lo cual se ve que está dicho con la burla que con nombre griego se llama ironía. Así, dice, recuerde que ha de acabarse la vanagloria con que se enorgullece de los vicios y desprecia a los pobres o hasta los oprime, para caer para siempre humillado con aquel rico vestido de púrpura, que despreció a Lázaro en su necesidad. "Porque como la flor del heno pasará". La flor del heno deleita con su aroma y con su vista, pero pierde muy pronto la gracia de su encanto y suave olor. Por eso está muy bien comparada con ella la felicidad presente de los impíos, que nunca puede ser duradera. "Porque salió el sol con sus ardores y secó el heno, y cayó su flor". Llama ardor del sol a la sentencia del riguroso juez, donde al fin se consume la gloria temporal de los réprobos. Y florecen también los elegidos, mas no como el heno. "Porque el justo florecerá como la palma". Florecen los injustos temporalmente, "porque presto se secarán como el heno y como la hierba tierna se marchitarán". Florecen los justos como fruto perenne. Su raíz o sea su caridad permanece fija e inmutable. Por eso dice el Sabio: "Yo como la vid produje suave aroma y mis flores dieron magníficos y honrosos frutos", Y en fin, el varón justo Nabot prefirió morir antes que la viña de sus padres fuese convertida en huerto de legumbres. Porque transformar la viña de los padres en huerto de legumbres equivale a mudar la firme práctica de las virtudes, que hemos sacado de la enseñanza de nuestros padres, por los frágiles deleites de los vicios. Mas los justos prefieren perder la vida antes que elegir los bienes terrenos por los celestiales. Por lo que bien se canta acerca de ellos: "Pues serán como el árbol que fue plantado a la vera de un arroyo, qua a su tiempo dará frutos", etc. Pero lo que dice de los injustos: "y pereció su belleza, así también el rico se marchitará en sus empresas", no se refiere a todo rico, sino al que confia en la inseguridad de las riquezas. Porque quien a un hermano humilde ha contrapuesto un rico, demuestra que habla del rico que no es humilde. Pues también Abraham, aunque había sido rico en el mundo, acogió al pobre después de muerto en su seno y dejó al rico en los tormentos. Mas no le dejó por ser rico, lo cual había sido él mismo, sino porque había desdeñado ser compasivo y humilde, como también él lo había sido. Y al revés, no acogió a Lázaro por ser pobre, lo cual no había sido él, sino porque procuraba ser humilde y honrado. Tal rico, pues, es decir, el soberbio e impío, que antepone los goces terrenos a los celestiales, "se marchitará en sus empresas", o sea que perecerá en sus inicuas acciones, por haberse descuidado de entrar por el recto camino del Señor. Pero cuado él cae como el heno bajo el ardor del sol, en cambio, el justo, como el árbol frutal soporta inalterable el ardor del mismo sol, que es la severidad del Juez, y además lleva los frutos de sus buenas obras por los que será recompensado eternamente. Por eso se agrega con razón: "Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque cuando haya sido probado recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman". A estos se parece aquello del Apocalipsis: "sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida que prometió Dios - dice - a los que le aman". Así advierte claramente que tanto más conviene alegrarse entre las tentaciones cuanto más cierto es que Dios ha de darla a quienes ama. Pues muchas veces impone una carga mayor de tentaciones para que, desde luego, ejercitados en ellas, salgan probados los perfectos en la fe, pues una vez probados por verdaderamente fieles, es decir, perfectos, íntegros, en nada deficientes, recibirán en justicia la prometida corona de la vida eterna.

"Nadie cuando es tentado diga que es tentado por Dios". Hasta aquí ha tratado de las tentaciones que padecemos exteriormente como pruebas permitidas por el Señor; ahora pasa a referirse a las que interiormente soportamos por instigación del demonio o también a incitación de nuestra frágil naturaleza. Donde en primer lugar destruye el error de los que piensan que así como es cierto que los buenos pensamientos nos los inspira Dios, también los malos se engendran en nuestra mente a instigación suya. "Nadie es, pues, cuando es tentado diga que por Dios es tentado". Es, a saber, con aquella tentación en la que cayendo el rico se marchita en sus empresas. Es decir, nadie cuando haya cometido robo, hurto, falso testimonio, homicidio, estupro u otras cosas parecidas, diga que ha tenido que perpetrarlas necesariamente porque Dios quiso, y por lo mismo no pudo evitar su ejecución. "Porque Dios no es tentador de malas -tentaciones, se entiende- , pues El no tienta a nadie" con tales tentaciones, naturalmente, que engañen a los infelices para que pequen. Porque hay dos géneros de tentación; uno que engaña y otro que prueba. Con el que engaña, Dios no tienta a nadie. Con el que prueba, tentó Dios a Abraham. También éste pide el profeta: "ponme a prueba, Señor, y tiéntame". "Pero cada uno es tentado por su propia concupiscencia, que le arrastra y seduce". Le arrastra del camino recto y le seduce hacia el malo. De esta tentación y concupiscencia dígnese librarnos por los méritos y con la intercesión del bienaventurado Santiago nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

(1)

San Beda el Venerable (673-735), monje benedictino de los monasterios de Wearmouth y Jarrow (Northumberland).
Llamado por Burke "el padre de la historia de Inglaterra y de la ciencia inglesa". Autor de obras históricas, hagiográficas, de cronología, cosmografía y teología, de homilías, poesías, etc. Este Sermón está tomado de la Exposición de la Epístola de Santiago, t. V de las obras de Migne, Pat. Lat. XCIII, col. 9-14
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