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Lección del Santo Evangelio según San Marcos. En aquel tiempo, subiendo Jesús nuestro Señor a un monte, llamó a los que quiso y vinieron a El. Y designó a doce para que le acompañasen y para enviarlos a predicar, etc.

Sermón del Santo Papa Calixto sobre esta Lección. La noche de vísperas de la muy santa festividad de Santiago el hijo de Zebedeo y Apóstol de Galicia nos ha llegado hoy, carísimos hermanos: en este día debemos abstenernos de todo mal y perseverar en las buenas obras, así como alegrarnos con el íntimo afecto de la divina caridad. Pues justo es, sin duda que procuremos salir al encuentro de tal festividad con el ayuno y la vigilia, y que hasta donde podamos limpiemos las manchas de nuestros pecados con llantos, lágrimas y limosnas, amemos la concordia y la caridad, despreciemos los pasajeros deleites del mundo, deseemos con toda el ansia del espíritu los verdaderos goces de la patria celestial. Y para que a nosotros nos sean perdonadas las deudas por el justo Juez, perdonemos por su amor a nuestros deudores, a fin de que podamos hallarnos limpios en la gran solemnidad para la víspera de las festividades de los mayores santos abstinencia de manjares ilícitos, ayuno y vigilia, para que en estos días, maltratada un poco la carne con la continencia, haga expiación de las infamias del pecado. Y aunque todos los días sean convenientes la oración y la abstinencia, en éste sin embargo conviene más aún entregarse a los ayunos, limosnas y oraciones. Y para no ser lentos, carísimos, en esto que os aconsejamos, tomad ejemplo de las cosas profanas. Seguramente si debierais recibir a un ministro de algún poderoso de la tierra, cuidaríais de hacer limpiar con diligente solicitud la casa en que le dieseis hospitalidad. Si, pues, por recibir dignamente a un ministro poderoso que ha de morir, de un rey de la tierra, andáis solícitos, ¿cómo no sois negligentes para recibir a un soldado del Eterno? Si para que entre un hombre se limpia la casa material, ¿Cómo no se prepara sobre todo la casa del alma, con el mayor cuidado en la limpieza al venir a ella Dios? Pues debe saberse que quien limpia y dignamente recibe al soldado del Eterno, con oficio solemne, recibe en el soldado al propio eterno Rey. El mismo lo atestigua en el Evangelio, diciendo: "Lo que hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Si, pues, lo que se le hace a uno de los hermanos más pequeños de Cristo se le hace a El mismo, está claro que las cosas que se le hagan a uno de sus santos a El se le hacen. A esto nos anima la voz del Apóstol cuando dice: "Hora es ya de levantarnos del sueño". Puesto que en el sueño estamos mientras nos embotamos en los placeres de la carne y persistimos en el hábito de pecar. Porque así como el cuerpo en el sueño se engravece, así con los placeres de la carne y el hábito de pecar el alma se deprime. Por eso está escrito: "Volved en vosotros justamente y no pequéis". Pues de un sueño tal nos levantamos cuando pospuesto el placer de la carne y abandonando la costumbre de pecar, estamos pronto a servir y amar a Dios. Y de este sueño ahora sobre todo es tiempo de que nos levantemos, ya que vamos a celebrar mañana la venerada solemnidad de Santiago el Mayor, cuyas vísperas estamos ya celebrando. De aquí que el Señor nos exhorte también por Isaías diciendo: "Laváos, limpiáos". Así, pues, debemos lavar el mal que hemos hecho con la confesión, la penitencia, el llanto y la aflicción y perseverar en la pureza sin mancharnos de nuevo con nada prohibido. Porque así como el que se lava de haber tocado a un muerto y le toca de nuevo se impurifica, el que repite un pecado vuelve a mancharse. Por eso dice el Salmista: "Apártate del mal y haz el bien". De donde también resulta claro que no basta al hombre abstenerse del mal si no hace lo que es bueno. Lo cual se manifiesta nuevamente cuando se dice por boca de Isaías: "Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien". Porque como obrando mal nos desligamos de Dios, obrando bien nos ligamos a El. Sabed, carísimos hermanos, que así como no es decente que un hombre que va a comer a la mesa de un rey de la tierra llegue con el vestido sucio, así también es vergonzoso para el alma del cristiano presentarse con pecados en la celebración de tan alto apóstol. Y así como sería molesto para un rey de la tierra si viese algo sucio o reprensible en quien se siente a su mesa, es también deshonesto a las miradas de Dios si por acaso lleva en sí algo repelente y pecaminoso el cristiano que celebra las fiestas de Santiago. Por esto conviene que no sólo nos guardemos en sus días de caer en los vicios, sino que nos abstengamos también de ellos mucho antes, para llegar a las fiestas de tan gran apóstol, no sólo no manchados de culpa grave, sino además adornados con las flores de las buenas obras. Que no se nos diga lo que al réprobo que entró en las bodas vacío de obras buenas dice el Señor: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí no trayendo vestido de boda?" Y él enmudeció. Entonces dijo el rey: "Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes". Observad, carísimos hermanos, que así como éste fue arrojado de la compañía de los comensales por no llevar vestido de boda, temo que también se haga ajeno a la comunión de los santos el que se acerque a celebrar las festividades de éstos vacío de buenas obras. Y si el que sin buenas obras se acerca a celebrar las fiestas de los santos es apartado de su comunión, ¿qué será entonces del que se acerca con obras malas y sin arrepentimiento? Temo que sean castigados con la misma pena. Debe, pues, saberse que quien celebrare justa y dignamente la festividad de Santiago, participará sin duda con el mismo cuyo día triunfal festeja en la perenne solemnidad de los santos ángeles. Porque si en el mundo celebramos sus fiestas, mucho más excelsamente las celebrarán los ángeles en el cielo. ¡Oh qué bueno y qué glorioso es, carísimos hermanos, celebrar las fiestas de los santos con los ángeles, cuyo reino hemos de recibir en los cielos justamente con ellos! Así, pues, todo el que haya caído en fornicación, o en homicidio, o en adulterio, o en otras culpas, recurra a la medicina de la penitencia para hacerse digno de celebrar la solemnidad de tan gran apóstol de Cristo, a fin de que, celebrada dignamente esta solemnidad, merezca tener parte en la eterna gloria de los santos. Porque si alguno por si acaso cayere en alguna culpa en esta sagrada solemnidad de Santiago, o llegare a ella con algún delito perpetrado antes sin haber hecho penitencia, o dejare de obrar bien en ella, o estuviese ocupado en cosas del mundo, si no se arrepintiere celebrará en vano la fiesta, porque ha hecho vanas sus oraciones ante Dios. Por eso nos mandó el Señor por medio del profeta abstenernos no sólo de malas acciones, sino aun de malos pensamientos, diciéndonos: "Quitad de delante de mis ojos la iniquidad de vuestros pensamientos". Por que celebrar las festividades de los santos es demostrar la perpetua paz del cielo. Pues cuando en tales días descansamos de las actividades de la tierra, ponemos de manifiesto que así como aquel cuya solemnidad festejamos goza del eterno descanso, también nosotros descansaremos perennemente en el paraíso en su compañía, por don de Dios, si dejamos de hacer malas obras y nos aplicamos a las buenas. Y cuando en sus vigilias ayunamos, hacemos ver que, así como nos abstenemos de alimentos corporales, debemos abstenernos también de obras nocivas. Porque en tanto que Adán se abstuvo de los manjares prohibidos y peligrosos permaneció en el paraíso, y así que comió fue expulsado al instante. Con lo que se da a entender que si uno santificare las vigilias de los santos con ayunos, oraciones y limosnas en la vida presente, participará de la gloria en la futura. Mas que el que no ayunare en ellas o se apartare del bien, como antes hemos dicho, o hiciere cosas ilícitas, de cierto será ajeno a la comunión de los santos. Y quien otros días ayuna y se abstiene del mal y obra bien tendrá su corona; mas quien no ayuna este día ni obra bien tendrá su corona; mas quien no ayuna este día ni obra bien ni se abstiene del mal tendrá que sentir el castigo. Pero lo que es peor, el diablo envidioso y proveedor de vicios, que tentó Adán en el paraíso y que nunca cesa en su empeño de apartar a los justos del buen obrar, precisamente en las solemnidades de los santos suele tentar más que en otros días a los diligentes con sus engañosos estímulos. Hay también algunos, lo que es más grave aún, que suelen malearse más en los días festivos que en otros, en vez de mejorar. Ciertamente no celebra las fiestas de los santos el que en los días festivos incurre en envidia, o maledicencia, o embriaguez, o excesiva juerga, o fornicación, u ocupación en cosas mundanas, o en homicidio, o en cacería de aves o de bestias, o en juegos de dados o de ajedrez, o en asedio o venganza o combate con enemigos, o en opresión de hermanos, o en cualquier falta grave; si no quien se ocupe y fuere hallado en repartos a los padres, o dando hospitalidad, o en castidad, o visitando enfermos, o en lecturas sagradas, o en oración, o poniendo paz entre desavenidos, o en cualquier obra buena. Así está claro en el caso de Moisés y del pueblo israelita cuando Moisés permanecía en el monte Sinaí con el Señor y el pérfido pueblo fabricaba el becerro fundido. Pues ¿qué significa el que Moisés esté con el Señor en la contemplación divina y el pueblo adore el becerro, sino que todos los devotos que desean celebrar dignamente las fiestas de los santos y permanecer en contemplación se abstienen de vicios mucho tiempo antes y en cambio, los perversos, que antes se abstuvieron por mucho días, dejando de obrar bien ahora cometen pecados ? Por eso dice la Escritura: "Mal celebra el sábado quien cesa en las buenas obras". Y el Salmista dice: "Trocaron su gloria por la imagen de un becerro que come hierba. Se olvidaron de Dios, que los salvó". Truecan su gloria por la imagen de un becerro los perversos, que festejan las solemnidades apostólicas a la manera de las bestias, que sirven en ellas a los vicios o se atreven a celebrarlas con sus fechorías y sin hacer penitencia. Y dice bien: "Se olvidaron de Dios, que los salvó"; porque ignoran a Dios los que desean celebrar las sagradas festividades de los santos no con buenas acciones, sino con borracheras y excesos deshonestos y palabras ociosas. El pueblo hebreo realmente no cometió muchos pecados en Egipto y después en el desierto cayó en la adoración del becerro. ¿Qué significa entonces si leemos que en Egipto no pecó mucho el pueblo que después en el desierto se dice que ofendió a Dios por medio del becerro, sino que hay algunos que antes de las fiestas de este santo apóstol del Señor, de Santiago, se abstienen de vicios y ahora se enredan en los lazos del diablo, obrando mal? Impida Dios, hermanos, que esto ocurra con vosotros. He aquí, carísimos, de qué modo podemos celebrar dignamente la festividad apostólica. He aquí de qué manera debemos festejar su celebridad grande y gloriosa y prepararnos con la mayor pureza. Debemos, pues, pensar en purificarnos de nuevo cuanto podamos por la abstinencia, para asistir en forma conveniente a los oficios del día celebérrimo de su fiesta, a fin de que cuando venga en el último día con los doce apóstoles a juzgar a las doce tribus de Israel, merezcamos con su ayuda salir bien del juicio de la venganza y reinar sin fin con él en los reinos celestiales.

La costumbre de la iglesia de celebrar las vísperas de los mayores santos con confesiones y velas encendidas por la noche en los templos, tuvo principio en los antiguos padres de la vieja Ley. Conviene, pues, limpiar la basílica el día de las vísperas con escobas y plumeros, adornarla con tapices, paños, cortinas y junco para que más cómodamente puedan entregarse a la oración en ella el clero y el pueblo. Que el pueblo fiel debe recibir penitencia de los sacerdotes en la iglesia el día antes de la vigilia, lo expone el libro del Exodo cuando dice: "Y habiendo lavado el pueblo sus vestidos, díjoles Moisés: Apartaos durante tres días y no toquéis a vuestras mujeres". Luego así como el pueblo hebreo para recibir la Ley lavó sus vestidos y se abstuvo de sus mujeres, lo mismo debe el pueblo cristiano para celebrar las fiestas de los apóstoles no sólo lavar sus vestidos, sino también sus corazones y cuerpos con la penitencia recibida de los sacerdotes el día de las vísperas y abstenerse de la mujeres legítimas, ¡cuánto más de ilícitas poluciones! Que toda la noche el pueblo debe orar en la iglesia ante el altar, tener en la mano velas encendidas, estar en pie y no sentarse, velar y no dormir, lo afirma el Señor diciendo: "Tened ceñidos vuestros lomos y lámparas encendidas en las manos". Manda ceñir los lomos para demostrar que debe contenerse la lujuria que en ellos radica. Manda tener lámparas en las manos para indicar que son necesarias las buenas obras. Que deben estar en pie los que velan y no sentados, sino por algún tiempo, lo atestigua San Pablo, que dice: "estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad". Y el Señor le dijo al profeta: "ponte de pie". Son muchos los que se han quemado la cara con las velas encendidas ara no dormirse al venirles el sueño. Porque prefirieron que les ardiera la barba y el pelo a manchar su mente con torpes imaginaciones ante el altar de Dios. Que la vela de cada cual debe arder desde la tarde hasta la terminación de la primera misa lo testimonia el pueblo israelita, que andando por el desierto mereció ser alumbrado por la columna de fuego que a manera de nube aparecía de noche sobre él, pues duraba desde la entrada de la noche hasta el lucero o estrella de la mañana. Mas ha de saberse, entre otras cosas, que el cirio que tiene entre las manos el que vela expresa la fe en la Trinidad; en la cera está el Espíritu Paráclito que procede de ambos. Y esta fe debe tenerla firmemente en el corazón el que tiene la vela en la mano por la noche. Los paños, sedas y tapices y demás ornamentos que en tales días se cuelgan en las iglesias, aluden a la fe, esperanza y caridad y a las demás virtudes con que debemos adornar el tálamo de nuestro pecho para que merezcamos recibir al sumo Huésped, es decir, al sempiterno Rey Jesucristo. El junco que con otras hierbas se esparce bajo los pies significan la soberbia, que con los otros vicios que la siguen debemos hollar con nuestras plantas obrando bien. Tales vigilias ofrece el pueblo pascual en Egipto que, deseando escapar de la aflicción de este país y entrar en la tierra de promisión, se ciñe los riñones velando por la noche, se calza los pies, empuña los báculos y consagra las puertas de sus casas con la sangre de un cordero. Pero si aquel pueblo celebra por la noche su Pascua(1), o sea el paso de Egipto a la tierra de promisión, es decir, de lo temporal a lo temporal, ¿ Cuánto más no debemos celebrar velando también nosotros el día de Santiago, en el cual pasó de lo temporal a las moradas paradisíacas? Porque con su favor esperamos pasar también al paraíso desde el destierro de esta carne. Y si el mismo pueblo comía un cordero terreno, aunque simbólico, por cada familia y casa por la noche, ¿cuánto más no debemos también nosotros, al amanecer del día de nuestro Santiago, en las iglesias, deshechas ya las tinieblas de la culpa, sacrificar y comulgar con el verdadero cordero inmaculado que quita los pecados del mundo? Si velaban de noche los que deseaban librarse de los enemigos por la mano de Moisés, ¿cuánto más no debemos velar también nosotros en la noche del santo Apóstol, que deseamos con su guarda vernos libres de vicios y enemigos demoníacos? Si ellos se ponían el calzado, ¿Cuánto más no debemos nosotros proteger nuestros pasos con las predicaciones y ejemplos de los animales muertos, esto es, de los antiguos padres, y narrar sus hechos? Si los que se apresuraban a emprender la marcha se apoyaban en báculos, ¿cuánto más no debemos también nosotros pedir a los santos que nos ayuden en el camino del reino celestial? Si teñían con la sangre de un cordero las jambas de las puertas de sus casas, ¿cuánto más no debemos defender también nosotros con ojo atento la morada de nuestro corazón por medio del signo de la cruz contra las tentaciones del demonio? Y si el pueblo hebreo, que deseaba entrar en la tierra de promisión, se ceñía los riñones, bien debe, pues, el pueblo cristiano, que desea entrar en la patria celestial que Dios le ha prometido, ceñir sus riñones mientras vela y refrenar la lujuria para poder velar a Santiago con mayor pureza. Porque a la manera de los que velan a un cuerpo muerto, velamos a los santos cuando en las iglesias acompañamos con oraciones sus aniversarios. Pues unos lloran la muerte de la persona querida, otros se alegran de recibir sus honores y despojos, otros se entregan a la oración cantando salmos. Mas así como el cuerpo velado está presente entre los veladores, así seguramente se halla Santiago entre los suyos para llevar las preces ante Dios. Son muchos los que dan testimonio de haberle visto en figura de apóstol mientras velaban la víspera de su fiesta. Por tanto, ahora, en su vigilia, debemos llorar los pecados con dolor de corazón y confesión de boca. Además alegrarnos, porque si la guardáremos bien recibiremos los honores y despojos de la vida eterna. Y ante todo deben alegrarse los gallegos, que recibieron sus despojos, esto es, su venerado cuerpo. Si a diario reciben despojos suyos, es decir, las ofrendas de los peregrinos, a diario deben alegrarse y llorar. Llorar, cuando disponen mal de ellos, alegrarse cuando, como San Lorenzo, los distribuyen bien. Porque así canta de él: "con largueza repartió y dio a los pobres", no a los ricos. Asimismo, tal como es costumbre que los clérigos salmodien en las exequias de los difuntos, así deben hacerlo con el corazón y con la boca todos los que velan en la vigilia de Santiago. "Lleguémonos- dice el Salmista- ante la faz del Señor celebrándole y aclamémosle con cánticos". Y dice el Apóstol: "Salmodiaré con el espíritu y salmodiaré también con la mente". Pues ha habido en otro tiempo muchos que ignoraron los salmos pagaron bien esta noche a los que leían el salterio. Que por ocho días deben guardarse las festividades de Santiago o de los mayores santos lo atestiguan los Paralipómenos, que hablando del templo de Salomón dicen: "Hizo Salomón fiesta entonces con todo Israel por siete días, reuniéndose una gran muchedumbre". Y el día octavo celebró una asamblea, naturalmente en el templo. Debemos, pues, orar y velar en esta noche para no caer en perversas tentaciones. Porque está escrito: "Velad y orad para que no caigáis en la tentación". Y también: "Velad, porque no sabéis a qué hora llegará vuestro Señor". Y en otro lugar: "Vela, y ora, soporta todos los trabajos". Y de nuevo: "Bienaventurado el que vela a mis puertas". Pero puertas de la sabiduría son simbólicamente los apóstoles, por los que entran los fieles en el reino de los cielos; de manera que quien vela en las vigilias de los apóstoles, vela a las puertas del reino de los cielos. Y en verdad, quien velare bien esta noche, debe esperar que recibirá la recompensa que recibieron las vírgenes prudentes, las cuales tuvieron sus lámparas en la mano y perseveraron en las buenas obras hasta la llegada de su esposo verdadero. Porque cuando a media noche se oyó la llamada del esposo que llegaba, las prudentes entraron con él a las perpetuas bodas celestiales, en tanto que a las necias, que dormían en el pecado, se les cierra la puerta de la morada celestial y se les responde. "En verdad os digo que no os conozco". Pues el que desconoce a Dios y anda en el pecado, será desconocido a la puerta del reino celestial. Gedeón encargó a sus guerreros que ocultaran en ollas antorchas encendidas y las llevaran en las manos, y una vez cerca de los enemigos rompiesen las ollas. Y así se hizo. Las ollas fueron rotas y ante la sorpresa de tanto resplandor de las antorchas los enemigos huyeron asustados. Las ollas representan nuestros cuerpos, las antorchas los buenos deseos ocultos de nuestro corazón, los enemigos a los demonios y vicios. Llevamos ocultas las antorchas en las ollas cuando meditamos en nuestros corazones acerca de los bienes celestiales. Rompemos las ollas cuando en estos días maltratamos nuestros cuerpos con la abstinencia. Enseñamos las antorchas encendidas cuando damos a todos el ejemplo de nuestras buenas obras. Huyen los enemigos ante las antorchas, porque cuando nos ven siempre atentos a las buenas obras se alejan de nosotros los demonios con los vicios. Y así como a la vigilia matutina, mirando el Señor al campamento de los egipcios aniquiló su ejército por medio de la columna de fuego y de humo liberando a su pueblo, de igual modo celebrando nosotros diligentemente las vísperas y fiestas de Santiago con las luminarias del corazón y del cuerpo, a la mañana, al terminar la misa, esperamos quedar libres de vicios y enemigos demoníacos por los méritos apostólicos. Por eso esta noche se parece en muchas cosas a la noche de salvación para muchos, a saber, los creyentes y para muchos de condenación, esto es, los incrédulos, así también esta noche les trae a unos salud y a otros daño. Pues quienes hayan incurrido en vergüenzas o frivolidades, o en palabras ociosas, o riñas, o estupros, o adulterios, o hurtos, o embriaguez, o juergas ilícitas, o hayan hecho o contemplado diversos juegos propios de juglares, o cantado o escuchado canciones picarescas, si no se arrepintieron, se condenarán ciertamente. Pero quienes hicieron penitencia de las faltas cometidas y, como hemos dicho, tuvieron candelas en las manos y perseveraron hasta el día en oraciones y pláticas divinas, sin duda serán remunerados por el Señor en la vida perdurable por los méritos del Apóstol. Esta noche gusta de los castos, odia a los libidinosos, ahuyenta a los inicuos, ama a los piadosos, increpa a los soñolientos, remunera a los vigilantes, glorifica a los elogiosos, odia a los pecadores, estima a los sobrios, multiplica a los liberales, condena a los avaros, edifica a los hospitalarios, no se cuida de los crueles, hace felices a los alegres, aparta a los iracundos, condena a los malévolos, guarda a los amantes, aplaca a los pacíficos, aleja a los litigiosos, gratifica a los pobres, da fuerza a los enfermos, salva a los penitentes, ayuda a los que lloran de veras. Así, pues, la santificación de esta noche ahuyenta a los delitos, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos y a los tristes la alegría, expulsa los odios, prepara las concordias y doblega los poderes. Esta es la noche que por todo el mundo a los creyentes en Cristo, es decir, a quienes la celebran apartados de los vicios del siglo y de las tinieblas del pecado, los devuelve a la gracia y asocia a la santidad. Esta es la noche de la que puede decirse: "Y la noche mi luz es mis delicias". Que no se oscurecerá con tinieblas, sino que se iluminará como el día con la verdadera luz, esto es, en los corazones de los que de veras la celebran ¡Oh noche realmente feliz, que despoja de sus pecados a los egipcios, o sea a los que hacen penitencia, y enriquece a los hebreos, o sea a los creyentes, que pasan de lo terreno a lo celestial? ¡Oh noche realmente dichosa, cuyo día mereció conocer la hora y el momento en que

Privado el primer apóstol fue aquí de la frágil vida
y la primera corona se le otorgó merecida!

He aquí prodigios memorables que acontecieron en otros tiempos a los que no celebraron las fiestas de Santiago, por obra de la venganza divina. En España, en Tudeliono(2), cierto labrador estuvo majando trigo en la era todo el día de Santiago. Al atardecer se metió en un baño que está junto al Castillo y es sabido que es una antigua y admirable obra de moros. Y al sentarse en él, enseguida la piel de la espalda, desde los hombros a las piernas, se le pegó a las paredes del baño y a la vista de todos exhaló su espíritu, por haber transgredido festividad tan grande. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.

En Gascuña, en Albineto, negándose a festejar el día de Santiago, la gente suele trabajar. Mas por obra de la divina venganza todo el lugar fue consumido por un incendio en esa noche. Y hubo quien supiese de qué casa había partido el fuego, sino que se dice que vino del cielo. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.

En la diócesis de Besanzón, Bernardo de Mayorra anduvo acarreando gavillas de trigo todo el día de Santiago, contra el parecer de sus vecinos. Pero al atardecer, estando en esta labor, un violento fuego que vino oportunamente del cielo redujo a cenizas el carro, las gavillas y los bueyes. Y hasta unas mujeres que se hallaban con el tal Bernardo hubieron de ser llevadas sin sentido a una fuente cercana por otros que acudieron para que pudieran escapar al ardor del fuego. Y apenas escaparon. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.

Asimismo Arduino, vecino de la misma aldea, anduvo también acarreando gavillas de trigo todo el día, pero la divina venganza les sacó a los bueyes los ojos por la tarde. Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.

En tierra de godos, en la provincia de Montpellier, una aldeana en la villa de San Damián hizo y coció bajo la ceniza un pan por mandato de cierto caballero mircoriense el día de Santiago. Y traído a la mesa y partido apareció sanguinoliento ante todos los comensales. Y cuanto más se partía más y más sangre echaba. . Esto fue realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver.

Apartémonos, pues, de las obras de la carne y obremos bien durante estas sagradas festividades. Porque, como antes dijimos, el que se abstenga de acciones ilícitas y persevere en las buenas hasta el fin, debe subir a aquel monte de verdad de que dice San Marcos en la lección de hoy: "subiendo Jesús Nuestro Señor a un monte, llamó a los que quiso y vinieron a El. Y designó a doce para que le acompañasen y para enviarlos a predicar". Monte, en el lenguaje sagrado, significa unas veces la Iglesia, otras el reino celestial, otras los santos, otras los judíos. La iglesia, cuando dice la Verdad: "No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte". El reino celestial, cuando dice el Salmista: "Señor, ¿quién podrá habitar en tu tabernáculo o descansar en tu monte santo?". Y le responde el Espíritu Santo: "El que anda en integridad y obra la justicia; el que en su corazón habla verdad; el que no ha puesto malicia en su lengua ni le ha dicho mal a su prójimo". Designa a los humildes, como al decir el mismo Salmista: "Produzcan los montes la paz del pueblo y los collados la justicia". Los preceptos más altos, cuando se escribe en el Evangelio: "Viendo Jesús a la muchedumbre, subió a un monte". Indica las virtudes al decir el Salmista: "¿Por qué miráis con recelo a los montes encumbrados?" Expresa a los judíos, cuando dice David: "Montes de Gelboé, no caigan sobre vosotros ni rocío ni lluvia". Pero sobre todos los montes está sólo el monte de Dios, es decir, su Unigénito, que sobre todos los ángeles fue elevado. Este monte es más ancho que todas las tierras, más alto que todas las alturas. De este monte dice Job a uno que le habla: "Es más alto que los cielos. ¿ Qué harás ? Más profundo que el infierno. ¿Qué entenderás ? Más larga que la tierra su medida y más ancha que el mar". Porque así como son insuficientes la voz y la mano para explicar la altura del cielo y la amplitud de la tierra y la profundidad del abismo y los días del tiempo y las gotas de la lluvia, asimismo es incapaz la mente humana, por voluntad divina, de imaginarse la sublimidad de la divinidad; pero, sin embargo, se acrecienta para creer. Porque lo que de Dios no puede comprender el hombre por la humana razón, puede comprenderse con una fe íntegra. Dios, que no puede ser comprendido por la razón humana, puede serlo por la fe. Hay que creer por tanto en su inmensa sublimidad y profundidad, como era en un principio y ahora y siempre. El mismo es, pues, el monte del que dice el profeta: "Venid, subamos al monte del Señor". Este monte llamó a su lado a los que quiso El, "que quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad".

"Y designó a doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar, y les dio poder para curar las enfermedades y expulsar a los demonios". Dio el Señor a los apóstoles, a quienes envió a predicar, la potestad de hacer milagros para que confirmasen su predicación con las consiguientes señales. Pues era conveniente que hicieran novedades los que novedades predicaban... "Y puso a Simón el nombre de Pedro". San Marcos llama Pedro a Simón, a diferencia del otro Simón llamado el Cananeo. Mas ha de saberse que mucho antes, según se lee en otro evangelio, a Simón le dio el Señor el nombre de Cefas y fue cuando se lo trajo su hermano Andrés y dijo mirándole: "Tú eres Simón, el hijo de Juan, y serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro". Allí se le llama Cefas y aquí Pedro para que su nombre fuese conocido entre caldeos, griegos y latinos. Porque Cefas, en siríaco o caldeo, se dice Petros o Petrus (Pedro) en griego o en latín, nombre que en una y otra lengua procede de petra "roca", es decir, de aquella de la que dice San Pablo: "Y la roca era Cristo". Debe observarse que a la manera de esta imposición de nombre, pone nombre a los niños el sacerdote en el bautismo y después el obispo al reconciliar a los pecadores confirma los más apropiados.

"Y llamó a Santiago el de Zebedeo y a Juan, hermano de Santiago, y les dio el nombre de Boanerges(3), lo cual es hijos del trueno". Santiago el de Zebedeo dice San Marcos para distinguirlo del otro Santiago llamado Alfeo. A estos dos hermanos, a Santiago y a Juan, los llamó hijos del trueno el Señor porque como el buen padre señala a sus hijos su propia profesión, así los enseñó a tronar cuando en el monte Tabor, en la transfiguración, tronó el padre a sus oídos diciendo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mi complacencia". Y no es de admirar si lo que antes habían aprendido del trueno lo tronaron después. Juan tronó maravillosamente para las siete iglesias de Asia diciendo: "Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios". Por su parte, Santiago tronó por mandato del Señor en toda la Judea y Samaria, y hasta en el último confín de la tierra, en Galicia. El trueno produce aterradores ruidos, riega la tierra, con lluvias y emite relámpagos. De parecida forma estos dos hermanos lanzaron ruidos aterradores cuando "por toda la tierra salió su pregón y a los confines del orbe de la tierra sus palabras" llegaron. Regaron la tierra con lluvias cuando con su predicación comunicaron la lluvia de la divina gracia a las almas de los creyentes; emitieron relámpagos cuando brillaron por sus milagros y prodigios.

"Y llamó a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Santiago el de Alfeo, a Tadeo, a Simón el cananeo y a Judas Iscariote, el que le entregó". los doce apóstoles son llamados por sus nombres por el Señor y así los describen los evangelistas para que no pretendan gloriarse en el número de los elegidos falsos apóstoles. El número de los apóstoles no carece de gran misterio, porque el número doce que se compone del tres y del cuatro, enseña que habían de predicar la fe en la Santísima Trinidad por los cuatro puntos cardinales. Pues debe saberse que estos héroes, como cuenta San Pablo, antes de la creación del mundo estaban predestinados, elegidos y santificados para la salvación del género humano. Estos caballeros son los pescadores de Dios, que sacan las almas de los pecadores del peligroso mar del mundo. Porque así se lo prometió antes al mundo el Señor. Pues dice por medio del profeta: "Yo voy a mandarles muchos pescadores que los pescarán, y a mis cazadores que los cazarán". Y otra vez dice de ellos el Señor por Isaías: "Quiénes son aquellos que vienen volando como nube y como bandada de palomas a las troneras de su palomar? Más cándidos que la nieve, más nítidos que la leche, más rubicundos que un viejo elefante". Son llamados nubes los apóstoles, porqué así como las nubes emigran de un lugar a otro llevando la lluvia y regando las tierras, también ellos yendo de ciudad en ciudad regaron con saludables lluvias de la palabra de Dios los corazones de los hombres; y así como por medio de las nubes se esparce el agua por las tierras, por medio de tales predicadores fue revelado al mundo el Hijo de Dios. "Destilad, cielos, de arriba el rocío - dice el profeta - y lluevan las nubes al Justo; ábrase la tierra y produzca el fruto del Salvador". Los cielos destilaron rocío de lo alto cuando predijeron los profetas que de las moradas superiores vendría Cristo al mundo e igualmente anunciaron los ángeles que vendría Cristo al mundo e igualmente anunciaron los ángeles que vendría del Padre celestial y los propios cielos le enviaron. Las nubes llovieron al Justo cuando la Virgen Madre de Dios dio a luz a Cristo que salvó al mundo de la ruina del pecado. Que Santa María la Madre de Dios está simbolizada por la tierra lo atestigua el Salmista, que dice: "La verdad ha brotado de la tierra". Que el agua simboliza al Señor lo prueba el mismo Salmista diciendo en su nombre: "Me he derramado como agua y mis huesos se han dispersado". Agua derramada fue el Unigénito de Dios, porque como el agua lava la inmundicia y riega la tierra, asimismo lavó El con su sangre nuestros pecados y regó los corazones de los hombres con su espíritu y su fe. Los huesos son figurativamente los apóstoles, porque como los huesos son firmes en el cuerpo, así también los apóstoles se afirman y aúnan en el Hijo de Dios por su fe y obra. Los huesos se dispersaron, porque los apóstoles fueron enviados por el mundo por el Señor. Estos, como palomas, bajan de las altas troneras del palomar a las bajas tierras cuando descienden predicando, ya de la divinidad de Cristo a su humanidad, ya de la contemplación a la acción. Y tornan de abajo a las altas troneras del palomar cuando hablando ascienden, o de la humanidad de Cristo a su divinidad, o bien de la acción a la contemplación. La nieve es blanca y por naturaleza fría, hiela las verduras y riega las tierras cuando la calienta el sol. Pero más blancos fueron los apóstoles, porque a los que con su predicación volvieron blancos por la confesión de la fe, los volvieron también fríos o sea libres de los calores de los vicios. La nieve hiela las tiernas hierbas de la tierra, como los apóstoles fustigaron predicando a los tiranos del siglo y destruyeron por completo los vicios mundanos. El sol calienta la nieve, como Cristo llenó a los apóstoles con su predicación transmitieron a los creyentes el Espíritu Santo, que del Señor recibieron. La leche es nítida por su blancura y dulce por su nata. Pero más nítidos que la leche fueron los apóstoles, porque brillaron por sus milagros en el mundo. Y aún más dulces fueron que la leche, porque con sus dulcísimas exhortaciones nutrieron al mundo infantil. El elefante, que es un animal casto, no realiza el coito más de una vez, no puede doblar las rodillas hasta la tierra, tiene la piel y los huesos blancos, y rojizo el pelo cuando envejece. Pero más rubicundos que un viejo elefante fueron los apóstoles por haber derramado su sangre, como se sabe, cuando al fin entregaron sus cuerpos a diversas especies de martirios por Cristo. "Porque lavaron sus túnicas", dice San Juan, o sea sus cuerpos, derramando su sangre y las hicieron resplandecer en la sangre del verdadero Cordero con la esplendente blancura de la fe. El elefante se dice que es un animal casto y que no puede doblar las rodillas hasta la tierra, como también se dice que los apóstoles fueron castos por su continencia y que de ningún modo se inclinaron a los negocios terrenos después de su conversión. Tiene el elefante la piel y los huesos blancos, como los apóstoles se blanquearon interiormente por la confesión de la fe y exteriormente por su buen obrar. De ellos dice nuevamente el Señor por el profeta: "¡Qué hermosos los pies de los que traen la buena nueva de la paz, de los que anuncian el bien!" Antes de la venida del Señor había entre Dios y el mundo discordia y guerra; mas estos caballeros, trayendo la paz, corroboraron una amistad eterna entre aquellos. Ellos son tenidos por sal de la tierra, luz del mundo, torres de la fortaleza de Dios, testigos de la verdad, rayos del verdadero sol, soldados del cielo, mensajeros del Sumo Rey, claras ventanas de la luz verdadera, puertas de la gloria, llaves del reino, montes elevados, clarines del Olimpo, heraldos de Cristo, prudentes como serpientes, sencillos como palomas, tiernos como corderillos, verdaderos carneros nabateos, exponentes de la gloria del cielo, padres de verdad, jueces de las generaciones, pila de lavar las almas, oro y plata divinos, tesoros de la Sagrada Escritura, cofre del Antiguo y del Nuevo Testamento, manos también del Señor, pies de Cristo, ojos de Dios, pechos de la Iglesia. De ellos dice con verdad el Salmista: "Los cielos dan cuenta de la gloria de Dios". Ellos son los cielos en que Cristo habita y reside, donde truena con palabras, hace resonar sus amenazas, relampaguea con milagros y derrama el rocío de la gracia. Son ellos las verdaderas doce horas del día y las doce de la noche del mundo, y los doce rayos del verdadero sol. Antes de nacer habían sido anunciados ya en el mundo por grandes misterios y muchos símbolos, pues están representados por los doce hijos de Jacob, por los doce príncipes de las doce tribus de Israel, por las doce fuentes vivas de Elim en el desierto, por las doce piedras preciosas engastadas en el pectoral de Aarón, por los doce panes de la proposición, por las doce piedras con que fue hecho el altar, por las doce piedras tomadas del Jordán, por los doce bueyes que sostenían el mar de bronce, por las doce estrellas que se ponían en la corona de una esposa, por los doce senadores romanos y por los doce sabios. También en el nuevo Testamento están indicados en los doce cuévanos de los pedazos, en los doce nombres que vio San Juan en el Apocalipsis escritos sobre la puerta de la Jerusalén celestial y en las doce hiladas del muro de la misma ciudad. Y es de notar que el Señor eligió a los doce apóstoles conforme al número de los doce profetas. Y como sobre los doce hijos de Israel puso tres patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, así también de los doce apóstoles escogió a tres como señores y jefes, es decir, a Pedro, Santiago y Juan, con preferencia a los demás. A estos tres varones los eligió del mismo modo junto al mar de Galilea; a ellos, cuando resucitó a la hija del jefe de la sinagoga, los llevó consigo a la casa para ver el milagro, con ausencia de los otros discípulos; a ellos les hizo ver su transfiguración en el monte Tabor; a ellos se dolió en su pasión como el amigo a los amigos, mostrándoles la tristeza de su carne y diciendo: "Triste está mi alma hasta la muerte", Pues a semejanza de estos varones impone ahora prelados el Espíritu Santo en la Iglesia sobre los presbíteros.

Pero debe tenerse en cuenta que los doce apóstoles, a quienes envió el Señor a predicar y les dio poder para curar enfermedades y expulsar a los demonios, representan a los sacerdotes, a quienes también El ha encomendado la predicación y la facultad de curar las enfermedades de las almas por medio de la absolución y de expulsar a los demonios por el sacramento del bautismo. Y debe creerse que lo que entonces se realizaba materialmente en los cuerpos por la mano de los apóstoles, se realiza ahora espiritualmente en las almas por la mano de los sacerdotes, aunque débiles, gracias al Espíritu Santo. Porque así como el Señor dio a los apóstoles poder curar las enfermedades de los cuerpos y de las almas, lo mismo lo ha dado a los sacerdotes para curar por obra divina las enfermedades de las almas y de los cuerpos. Lo que significan los nombres de los apóstoles interpretados, deben realizarlo prácticamente los sacerdotes. Pues justo es que imiten en su actuación lo que dicen los nombres de aquellos cuyos oficios desempeñan. Simón quiere decir obediente; Pedro, conocedor; Bar-Yoná(4), hijo de la paloma; Cefas, cabeza; Juan, gracia de Dios. Fue obediente, porque obedeció al Señor hasta la muerte en el ministerio de la cruz recibida; conocedor porque confesó a Cristo como Dios y hombre antes que los demás, diciendo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Fue hijo de la paloma, porque se mostró lleno del Espíritu Santo. Cabeza se le llama bien a San Pedro, porque su iglesia es tenida por cabeza de todas las iglesias. También se le llama gracia de Dios, porque por sus predicaciones, méritos y oraciones se les da a la gracia celestial a los fieles. Así deben los sacerdotes obedecer a Dios en todo y hasta sufrir muerte de cruz por El, si les fuere impuesta, o bien por la justicia de parte de sus perseguidores. También deben conocer los secretos de las Escrituras, para mejor inculcar en las mentes de los hombres la voluntad de Dios al predicar. Igualmente deben ser hijos del Espíritu Santo por su fe y sus obras. Además son tenidos por cabeza de todos, ya que por su sacrosanto ministerio todos los fieles se santifican para salvarse. Santiago(5) quiere decir suplantados, porque con su predicación suplantó en los corazones de los judíos y gentiles la idolatría y la perfidia y extirpó los vicios. Así deben los sacerdotes anular los vicios de los hombres, con ejemplos de buenas obras y con la predicación de las Escrituras. Juan quiere decir gracia de Dios, porque mereció tener preferencia en el amor de Cristo guardando si virginidad y dio ejemplo a los sacerdotes para que vivan castos de alma y cuerpo en las iglesias. Andrés significa varonil o arrogante: varonil por haber sufrido la cruz, arrogante por haber confesado de corazón. Pues así lo declaró el pueblo a Egeas, diciendo de él: "Concédenos al hombre justo, devuélvenos al hombre santo, no mates al hombre caro a Dios, justo, manso y piadoso". Así también deben ser varoniles los sacerdotes para soportar las adversidades, y honorables en la confesión de pensamiento y de boca de los pecados. Con el corazón se cree para la justicia y con la boca se confiesa para la salud. Felipe(6) quiere decir boca de lámpara, porque lo que sintió de Dios en su fiel corazón, lo confesó a todos predicando por su boca. La lámpara en su angosto cuerpo contiene aceite, y en el aceite mecha y en la mecha fuego, y tiene siempre abierta la ancha boca por donde emite su resplandor a los circunstantes y aleja las tinieblas. Aceite, mecha y fuego representan la fe en la Santísima Trinidad y la boca a sus predicadores. Fe que de verdad deben tener en el corazón los sacerdotes y confesarla a todos por su boca en la predicación, para iluminar las mentes en tinieblas de los oyentes. Bartolomé(7) significa hijo del que suspende las aguas, lo que evidentemente suena a hijo de Dios, quien alza y suspende los espíritus de sus predicadores para contemplar las cosas celestiales; así que cuanto más se complacen en volar por las alturas, con mayor verdad embriagan con las gotas de sus frases los corazones humanos. Y que las aguas representan a los pueblos lo testimonia la Escritura al decir: "Muchas aguas, muchos pueblos". Por tanto, como Bartolomé fue hijo de Dios por adopción y suspendió del cielo las aguas, o sea a los pueblos mediante su predicación, así deben ser hijos de Dios los sacerdotes por su obediencia y elevar hasta la cima de los cielos con una predicación asidua a los pueblos bautizados con el agua. Mateo(8) quiere decir donado o tomado, porque fue dotado con la gracia de Dios y tomado de la masa de los perdidos cuando el Señor se lo llevó del telonio. Así los sacerdotes, por su continencia, deben ser ajenos a los perdidos que obran mal y dotados de la gracia divina por su buen obrar. Tomás(9) significa gemelo o abismo. Gemelo, porque fue doble en la fe cuando no quiso creer en la resurrección del Señor antes de verle las llagas. Pero vio y creyó. Abismo, porque conoció después la profundidad de los seguros sacramentos de Cristo y la mantuvo cuando por El recibió martirio en la India. Tomás equivale a Dídimo, o sea semejante a cristo, porque fue de estatura regia, parecido al Señor. De modo semejante deben ser abismos los predicadores, esto es, conocer la hondura de los misterios de Dios y la profundidad de las Sagradas Escrituras, para que puedan comprender con todos los santos qué son amplitud, longitud, altura y profundidad. A Santiago, el de Alfeo(10), le llama así San Marcos para distinguirle de Santiago el de Zebedeo. Este Santiago quiere decir suplantador como el otro, porque suplantó los vicios de los hombres con su vida digna y su consejo, cosa que cuadra bien a los predicadores porque deben suplantar o destruir los vicios con diversos sacrificios y frecuentes amonestaciones a sus feligreses. Acerca de este Santiago se ha escrito que no bebió vino ni sidra, ni montó bestia, ni comió carne, ni tocó el hierro a su cabeza, ni se ungió con aceite, ni se bañó. Sólo a él le estaba permitido entrar en lo más santo del templo. Hay quienes pretenden que este Santiago era hermano carnal del Señor, porque se lee en los Evangelios y en la Epístola a los Gálatas que Santiago era hermano del Señor. Otros dicen que el otro y otros que los dos; pero otros afirman que eran tres hermanas, a saber: María la madre del Señor, María la madre de Santiago Alfeo y María la madre de los hijos de Zebedeo. Y al sobrino y al primo de alguien en tiempo de los apóstoles se le llamaba sus hermanos. Mas como las opiniones difieren en cada cuestión, debe quedar sin embargo decidido que fuera el que fuera de ellos hermano del Señor por parentesco carnal, ambos se hicieron sus hermanos por la voluntad de Dios que cumplieron en la vida, como lo afirma el mismo Señor diciendo: "Quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano". Más es ser hermano espiritual del Señor que carnal. Por tanto, todo el que llame hermano del Señor a Santiago el de Zebedeo o a Santiago el de Alfeo, dice verdad. Alfeo, padre de Santiago, quiere decir docto, cosa que sienta bien a los predicadores, los cuales deben ser doctos a fondo no sólo en ambos Testamentos, sino también en cuanto a la divinidad y humanidad de Dios. Tadeo es el mismo a quien San Lucas en su Evangelio y en Hechos de los Apóstoles llamó Judas de Santiago. Porque era hermano de Santiago, el hermano del Señor, según escribe él mismo en su epístola. Por esto se le llama también hermano del Señor y lo afirmaban sus paisanos, que decían asombrados de los prodigios de Este: "¿ No es éste acaso el carpintero, hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?" A Tadeo le llaman algunos Lebeo(11). Tadeo significa en latín curculus, que viene a ser cultivador del corazón, porque los buenos deseos del suyo, inspirados por Dios naturalmente, los cultivó con la boca por su predicación y los cumplió con la mano por sus obras: deseos que también los predicadores deben en forma parecida cultivar oralmente amonestando y llevar a la práctica al obrar. Simón el Cananeo dice San Marcos para distinguirle de Simón Pedro, al que San Lucas, traduciendo al griego, le puso Simón el Zelotes. Simón quiere decir obediente, y Cananeo, como Zelotes, celoso; Simón, porque obedeció a Dios en todo hasta la muerte; Cananeo, porque recibió este sobrenombre de Caná, lugar de Galilea, y porque con emulación espiritual de Dios, fué celoso de las gentes predicando. La emulación tomada en buen sentido indica al Espíritu Santo, como lo dice el Apóstol: "Porque los celo con emulación de Dios". De igual modo deben los predicadores obedecer los mandatos del Señor e inflamar a sus oyentes en especial emulación, para que puedan decir con el apóstol: "Porque os celo con emulación de Dios".

Judas, el que entregó al Señor, pone San Marcos para diferenciarle de Judas de Santiago: aquél tomó el apelativo de Iscariote(12) o de la aldea en que nació o de la tribu de Isacar, como presagio de su condenación. Pues Isacar, que significa paga, alude al precio por que se condenó, mientras que Iscariote que equivale a monumento de la muerte, arguye que no se persuadió de modo imprevisto, sino que perpetró el crimen de la entrega del Señor después de meditarlo largo tiempo. Más ¿cómo eligió el Señor a este malvado, sabiendo ya que le había de entregar? Pues El mismo se lo aseguró a los apóstoles diciendo: "Uno de vosotros es un diablo". ¿Cómo, entonces, eligió a un diablo para el orden apostólico? Pues para tener en casa un enemigo, ya que es perfecto quien no teme ni al familiar perverso, y para enseñarnos a sufrir a los malos entre nosotros y a no desechar a nadie si no convicto, y para demostrar que el apostolado y los grados eclesiásticos no son méritos, sino servicios, puesto que podrían ser realizados milagros y los divinos sacramentos por este impío tan bien como por Pedro. En su lugar entró elegido por suerte San Matías, que fue uno de los setenta discípulos. Matías en hebreo quiere decir donado, porque donado fue por Dios al colegio apostólico en lugar de Judas. Representa a los sacerdotes, a quienes ha elegido el Señor por suerte del Espíritu Santo para el ministerio apostólico en lugar de Judas. Representa a los sacerdotes, a quienes ha elegido el Señor por suerte del Espíritu Santo para el ministerio apostólico y los ha donado a su iglesia para dirigir al pueblo fiel. Judas, que significa confesor, cuando se toma en buen sentido se refiere a los sacerdotes, que deben también confesar a todos de palabra la profesión de fe que llevan en el pecho y rememorar constantemente en la predicación la muerte y pasión del Señor. Pero cuando se echa a mala parte, Judas representa a los malos obispos, sacerdotes, abades, monjes y prelados injustos de la santa Iglesia, que venden al Señor como Judas, cuando ponen a precio las sagradas órdenes, o el consagrar obispos, o las prebendas eclesiásticas, o la bendición nupcial, o el enterrar a los muertos, o la dedicación de basílicas, o el poner en las iglesias a unos sacerdotes con justicia o bien injustamente a otros, o las exequias de los difuntos, o el bautizar a los niños, o el imponer penitencia a pecadores, o el consentir en la iglesia a quienes merecen excomunión, o las misas y maitines. Como el mercader o el carnicero que hace en el mercado tres, o seis, o doce, o treinta dineros de la carne vendida, vendiendo los oficios eclesiásticos, hacen a costa del Señor tres, o siete, o trece, o treinta dineros, cuando hasta por misas y vigilias y exequias de difuntos, que deben cantarse gratis, piden una, o siete o quince, o treinta monedas, o cinco sueldos por treinta misas. Sepan, pues, que serán condenados para siempre a la misma pena que está condenado el traidor Judas por la eternidad. Como está condenado Judas, que entregó el cuerpo de Cristo y recibió treinta monedas como precio, así será castigado el que canta treinta misas o más o menos. Y de estos mercaderes se llaman unos judaítas, otros simoníacos, otros giezitas. Pues así como Judas, el primero que tomó dinero y dio por él un cuerpo, se condenó el primero que tomó dinero y dio por él un cuerpo, se condenó, también los obispos, y sacerdotes, arciprestes, deanes y arcedianos, que reciben antes dinero y dan por él los dones de la Iglesia, se condenan. Y como se condenó Simón el Mago, que ofreció dinero al apóstol San Pedro por recibir el Espíritu Santo de él para hacer también milagros y lucrarse con ellos, mereciendo que le dijese: "Sea tu dinero para tu perdición", así se condenan los obispos, sacerdotes, clérigos y monjes que ofrecen dinero a los superiores para obtener grados eclesiásticos. Y como se condenó Giezi, el criado del profeta Eliseo, que pidió dinero al sirio Naamán, después de purificado éste de al lepra, y recibió por sentencia de su amo la lepra que había dejado el príncipe, asimismo los que después de administrar los dones espirituales y bendiciones de la Iglesia piden pago, se cubrirán con la lepra de todos los pecadores cuyo dinero reciben, y se condenarán por venganza divina. Huyamos, pues, hermanos de lo que hacen éstos, para que no seamos condenados con ellos a las penas eternas. Aprendamos a dar gratis lo que gratis recibimos de Dios: "Gratis lo recibís, dadlo gratis a todos". No nos pidió pago el Señor cuando nos concedió un don espiritual; no pidamos nosotros a quienes lo damos lucro material. Mas debe saberse que no está el pecado en recibir, sino en pedir. Pues si pedimos dinero por el oficio eclesiástico prestado, pecamos. Pero si alguien da espontáneamente y no coaccionado en forma alguna, sin petición de nuestra parte, y recibimos, no pecamos. También se condenan los clérigos y monjes que venden la tierra para enterrar a un muerto. Porque es un negociante bien especial el que hace negocio con un hombre muerto. Hace un negocio de bárbaros quien a un muerto vende tierra. Verdad es lo que dice en verso cierto poeta sobre los simoníacos:

Se acabó la equidad,
no se ve la bondad,
todo es iniquidad
y sólo vanidad.
Es la celebración
de la misa un filón
y ya por tasación
toda consagración.
Más todo este estropicio
e inmundo maleficio
ha tenido su inicio
en el clero y su vicio.
Muchos casi pastores
son del mundo amadores,
de Mammón servidores,
no evangelizadores.

Y no menos se condenarán los malos prelados que de aquellos que rompen una tregua o cometen pecados mayores, reciben fraudulentamente dinero por ejemplo, cinco sueldos o veinte o una libra de plata, o más o menos. Porque el prelado acusador dice así al reo que tiene delante: "¡Ea! Tú que has quebrantado la tregua o que has hecho tan grave mal, hazme justicia: Enmienda la tregua y dame fiadores de la justicia". No le dice que dé satisfacción a Dios, contra quien pecó, sino que le haga justicia a él a quien nos ofendió. Conque el acusado, después de poner fiadores, entregará al prelado en cambio el dinero, conforme a su mandato, o el prelado le condenará por sentencia de juicio riguroso o a excomunión. ¡Ah, cuánta falsía! No quiere imponer penitencia por el pecado al pecador ni se preocupa de la salvación del alma de éste, sino que mete en la bolsa un dinero fraudulento y anatematizado hasta lo increíble, y encierra su alma en el infierno. ¡Ay, ay de los que tal hacen! Este prelado es de aquellos de los que dice el Señor quejándose por boca del profeta: "comen de los pecados de mi pueblo y levantan las manos a sus iniquidades". Comen de los pecados del pueblo de Dios los que, tal como hemos dicho, reciben dineros de sus feligreses. Comen de los pecados del pueblo de Dios los malos jueces que por dinero se apartan de juzgar rectamente, o que lo reciben de aquellos a quienes deben hacer justicia, por que les perdonen. Alzan las manos a las iniquidades del pueblo de Dios los malos prelados y los malos jueces, que se alegran cuando hallan culpable a algún subordinado suyo, para poder acusarle y sacarle dinero. Igualmente cualquier obispo que taimadamente quite una iglesia a cualquier sacerdote o cualquier honor a quien lo tenga, y los dé por dinero a otros, se condena. Pues así como el obispo que esto hace no quiere en modo alguno ser depuesto de su jerarquía, tampoco debe deponer a otro por un fútil pretexto, puesto que dice el Señor en el Evangelio: "No hagas a otro lo que no quieras para ti".

De Francia ha salido una mala costumbre que ni fue establecida por los antiguos santos ni por los presentes, y que por eso debe ser raída y suprimida en todos los católicos. Han aparecido ciertos falsos hipócritas demoníacos, ya clérigos, ya laicos, con hábito de religiosos, que en el camino de Vézelay, o en el de Santiago, o en el de Saint Gilles, o en el de Roma, imponen falsas penitencias en lugares apartados a los peregrinos o a otros que sorprenden incautos. Pues yendo con ellos algún tiempo, empiezan por dirigirles muy buenas palabras, hablando a todos juntos de todos los vicios sucesivamente; luego hablan a cada uno de ellos por separado y les preguntan en secreto por sus conciencias y pecados cometidos, y en seguida que han confesado les imponen a uno treinta misas, a otros trece, etc., por cualquier pecado. "Haz celebrar - le dicen - treinta misas por treinta monedas a unos sacerdotes que nunca hayan cometido estupro, ni comido carne, ni poseído bienes". Mas éste, no sabiendo dónde podrá encontrarlos, le entrega a aquél, que dice que los hallará, las treinta monedas o su valor. Y sin preocuparse el que las recibe por la salvación del pecador, mete el dinero en su bolsa y se lo gasta alegremente, y manda al infierno a su alma excomulgada. Cosa parecida hacen muchos sacerdotes en la iglesia, que a la manera de los doce apóstoles o de las treinta monedas por las que el Señor fue vendido, piden codiciosamente treinta monedas o cinco sueldos por treinta misas y vigilias de algún difunto o vivo. Como Judas vendió al Señor por treinta dineros, también ellos venden por lo mismo el cuerpo del Señor. ¡Qué mal negocio y pésima ganancia! Son destructores de la verdad imponiendo penitencias falsas y vendiendo el cuerpo de Cristo, que debe darse gratis a los pecadores, restaurando toda la herejía simoníaca y guiando ciegos a otros ciegos. Estos no sólo deben ser anulados por los prelados de la Iglesia, sino también despojados por los poderes seculares. Y no menos se condenan el presbítero libidinoso que con libidinosas sugestiones o con dichos jocosos provoca pecar con él a la mujer que a él viene para confesarse. Tal mujer se parece a quien al ir a sacar agua de un pozo, resbala y perece en él. También se asemeja al que busca en un desierto el sendero recto y se encuentra con un oso escondido que le devora. Tal sacerdote es semejante al que tiende la red sobre la mies para cazar un ave. Cantando dulcemente viene la cándida avecilla y es engañada, cayendo en la red. Yo he visto en el camino de Santiago a un ahorcado que antes de ser colgado acostumbraba llamar a los peregrinos antes de amanecer a la entrada de cualquier pueblo para seguir el viaje. Llamaba, pues, como de costumbre de ellos a grandes voces: "Dios, ayuda, Santiago". Y cuando salía algún peregrino para seguir con él, le acompañaba un trecho hasta llegar a un sitio apartado, donde aguardaban sus compañeros, con quienes enseguida le daba muerte y le robaban. Enteramente igual a éste es el presbítero que engaña a la mujer que acude a él para confesarse con palabras libidinosas. Es el pozo que traga al que en él cae, el oso que devora al cordero, el león que engulle a la oveja, el salteador que asesina al viandante, el ciego que guía a un ciego. Por eso deben tener mucho cuidado los obispos de conceder la potestad de administrar la penitencia sólo a sacerdotes desde luego castísimos, que impongan a los pecadores justamente las cargas penitenciarias con autorización de los cánones y según las posibilidades del penitente, mas no por codicia u odio, o amor, o ignorancia, o impureza. Porque por un mismo pecado debe ponerse penitencia diferente al enfermo y al sano, al clérigo y al laico, al soldado y al religioso, al autor y al cómplice, al joven, al viejo y a la mujer.

Rechacemos, pues, hermanos, las acciones de los perversos para que no perezcamos con ellos en la pena eterna. Vea cada cual de no imponer penitencias fraudulentas por codicia ni pedir tampoco por misas que deben cantarse gratis el precio de su condenación. A ningún pecador debe aconsejar el sacerdote que mande cantar una misa, antes bien, es él quien debe rogar humildemente al presbítero que se la cante. El sacerdote debe dar la eucaristía voluntariamente o contra voluntad, pero el pecador debe hacer de buena gana ofrendas de sus bienes para la misa, por los pecados de vivos y muertos. Apresurémonos, pues, viviendo bien y predicando, a subir a la compañía de los santos apóstoles a quienes hemos conmemorado, a fin de que haciendo sus veces en la tierra merezcamos por sus méritos e intercesión gozar con ellos en el cielo.

De estos apóstoles y de qué manera han de resucitar cada uno de las ciudades en que predicaron y fueron sepultados, el día del juicio, cantó así en otro tiempo San Fortunato, obispo de Poitiers y brillante poeta, en el libro de sus loas:

Todos los próceres celestiales acuden aprisa
A las reales bodas; llegan formando coro.
Acompañado del vuelo de Pablo el jurisconsulto,
Corre el primero Pedro desde la augusta Roma,
Van juntamente a las fiestas llevando sus dones aquellos
Cuyas cenizas guarda la capital del orbe,
Cima apostólica centelleante de luz que se esparce.
Y la famosa Acaya manda también a su Andrés.
Efeso la venerable a su Juan, por sus méritos alto.
Jerusalén excelsa manda a Santiago el Menor
El que recuerdan las gentes, Santiago el de Zebedeo,
Desde el país gallego a las estrellas sube.
Saca a Felipe la santa Hierápolis, leda en sus votos.
Saca Edesa a Tomás como piadosa ofrenda.
Trae de lejos a Bartolomé triunfante de la India;
Al singular Mateo la alta Nadaver trae.
Persia alegre a Simón y a Judas, luceros gemelos,
Desde su seno abierto hacia los astros manda.
De las diversas partes del mundo concurren, y todos
Forman en largas filas en el cortejo real.
Y entran, primaverales de luz estelar, por las puertas
De la ciudad celestial, que los recibe feliz.

En estos versos se da a entender que los santos apóstoles, aunque sus cuerpos hayan sido trasladados a otra parte de sus primeros sepulcros, en el último día han de resucitar con los ciudadanos de las ciudades donde predicaron, y serán coronados en las moradas siderales. Oremos, pues, hermanos, para que se digne llevarnos a reunirnos con ellos en los cielos Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos infinitos de los siglos. Amén.

(1)

Griego-Latín. Pascha procede del hebreo pesah "paso, tránsito".

(2) En el texto Tudelionum, hoy Tudején, despoblado cerca de los baños romanos de Fitero (Navarra). Antiguo pueblo y castillo.
(3) "Tonantes o fulminantes" aludiendo a su carácter impetuoso.
La etimología de Boanerges es incierta. Generalmente tomando como compuesto arameo o siríaco: benê regês "hijo del rayo o trueno", pero discutido.
San Jerónimo, De los nombres hebráicos, da Banareem (hebreo bnê-raàm "hijos del trueno") "que por corrupción Boanerges". La raíz narag "giro rápido, habló de prisa" y su derivado arameo Anerges el planeta Marte pudieran tener relación con dicha palabra
.
(4) La fuente de las etimologías verdaderas o no de estos nombres y de los que siguen parece ser generalmente el Libro de los nombres hebráicos de San Jerónimo que siguió en él al judío Filón y al alejandrino Orígenes.
Simón es del radical hebreo samâ "oyó, obedeció". Petrus (Pedro) ha sido tomado seguramente como derivado del hebreo phatar "interpretó" y Cefas confundido con el griego "cabeza"
.
Bar-Yoná es bar "hijo" y yoná "paloma" en caldeo y hebreo. Juan traduce Ioanna, del hebreo Yho-Haná "gracia de Dios"; mas no aparece como nombre de San Pedro sino de su padre.
(5) Es la significación de Jacob, latinizado Iacobus, que procede del hebreo âqab "echó la zancadilla, engañó, suplantó"
(6) Philippus (Felipe) se toma seguramente por compuesto de las voces hebreas phe "boca" y laphid "lámpara", cuando procede realmente del griego y significa "amigo de caballos".
(7) Tomado por compuesto de tres elementos hebreos: bar "hijo", otro del radical thalá "suspendió" y mai "agua": Bar-tholmai.
(8) Como Matías o Matatías es un compuesto del hebreo: mathat "don", del radical nathán "dió", que viene a significar "don de Dios".
(9) Como del radical hebreo alaph "aprendió por costumbre".
(10) Es del hebreo thom "gemelo", aunque también hay thôm "abismo".
(11) Del hebreo y caldeo libbá, leb "corazón"; pero luego corculum, diminutivo de cor, ha sido cambiado en corculus o interpretado por etimología popular como cor colens o compuesto de colere "cultivar, dar culto". A su vez Tadeo puede significar "alabado", como del hebreo yadá "tiró" y en la forma hiph. hadá "confesó, alabó". Vigouroux, ob. cit., dice que puede venir del arameo tad "pecho" y así tal vez Tadeo en esta lengua tuviese igual sentido que Lebeo en hebreo .
(12) Vigouroux dice que generalmente se toma por compuesto de îs "hombre" y Qeriyôt "las villas", nombre de dos poblaciones en Judá y Moab: "h de Cariot". Isa(s)car es un compuesto de yes-sacar "es paga" o de isa-sacar "trae paga".