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Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo, caminando Jesús junto al mar de Galilea, vio a los dos hermanos, Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano, que repasaban sus redes en la nave con Zebedeo, su padre, y los llamó. Ellos, dejando inmediatamente las redes y a su padre le siguieron, etcétera.

Exposición de los Santos Jerónimo y Agustín, Gregorio y Calixto sobre esta misma Lección.- Al celebrar la festividad de la elección y traslación de Santiago, expongamos, hermanos, la lección del Santo Evangelio para que vuestro amor aprenda cómo nuestro excelso Patrono Santiago, pastor y guía de las gentes de España y Galicia, llamado por el Señor dejó las cosas terrenas y mereció entrar en la compañía del Salvador, para que, al invocarle, vuestra vida tenga un ejemplo saludable. Cuenta, pues, el Evangelista que nuestro Salvador, para que, al invocarle, vuestra vida tenga un ejemplo saludable. Cuenta, pues, el Evangelista que nuestro Salvador, caminando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, y los llamó. Llamó a Santiago el de Zebedeo para distinguirlo del otro Santiago, hijo de Alfeo.

San Jerónimo. Estos dos hermanos, hijos del Zebedeo, o sea Santiago y Juan, llevan nombres antiguos apropiados a sus méritos. Santiago quiere decir suplantador y Juan aquel en quien está la gracia, la gracia del Señor. Pues Santiago, no solamente suplantó los cuidados de la carne ante el llamamiento del Señor, sino que se glorió de haber despreciado la misma carne al ser degollado por Herodes. Juan, por gracia de su principal amor, que había merecido por su virginidad gloriosa, se recostó en el pecho de su redentor el día de la cena. Estos dos hermanos, dejando a su padre en el cuerpo, siguieron en el día de hoy a su verdadero Padre, nuestro Salvador. Los cuales, según el Evangelio de San Marcos, fueron llamados Boanerges, esto es, hijos del trueno, por el Señor, porque "así como la voz del trueno resuena en el disco del mundo, su sonido se extendió por toda la tierra y sus palabras llegaron hasta los confines del orbe de la tierra". Y con razón se les llama hijos del trueno, pues uno de ellos, tronando desde el cielo, emitió aquella voz teológica que nadie antes había sabido pronunciar: "Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y Dios era el Verbo". La cual dejó abrumada con el peso de tanto poder, que si hubiera querido volver a tronar ni el mismo mundo hubiese podido soportar el sonido. Mas ambos, muchas veces separadamente y especialmente al monte Tabor, merecieron ser llevados por el Señor, y en otra ocasión merecieron oír el sonido terrorífico desde la nube: "Este es mi hijo muy amado: escuchadle".

San Agustín. Mas puede preguntarse cómo el Señor llamó a dos y dos apóstoles de las naves, primero a Pedro y Andrés y luego andando unos pasos a otros dos hermanos, hijos de Zebedeo: así lo narran Mateo y Marcos. En cambio, Lucas dice que ambas naves se llenaron con aquella gran redada de peces, y menciona como compañeros de Pedro a Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, que fueron llamados para ayudarle, porque no podían ellos sacar las redes, que estaban tan llenas, y que éstos a su vez, admirándose de tal cantidad de peces que habían pescado, cuando el Señor le dijo a San Pedro: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres", juntamente le siguieron después de haber sacado sus naves a tierra. Por tanto, ha de entenderse que primero tuvo lugar este hecho que nos ha referido Lucas y que ellos no fueron llamados entonces aún por el Señor, sino que solamente se le anunció a San Pedro que había de ser pescador de hombres, lo cual no quería decir que en adelante no hubiera de pescar más peces. Pues leemos que ellos fueron pescadores aún después de la Resurrección del Señor. Le dijo, pues, que en adelante sería pescador de hombres, mas no le dijo que ya no sería pescador de peces. Por lo cual se da pie para interpretar que éstos volvieron, según su costumbres, a pescar y entonces sucedió lo que cuentan Mateo y Lucas, que los llamó de dos en dos y les mandó que le siguiesen. Primero a dos, Pedro y Andrés; luego a los otros dos, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo. Entonces, pues, dejan las naves, sin preocuparse de sacarlas a tierra, como si hubieran de volver; sin embargo le siguen como a quien los llama y manda que le sigan. Continúa: "Ellos, pues, dejando las naves y a su padre, le siguieron".

Calixto. Los bienaventurados Santiago y Juan, oyendo la voz benigna del Señor junto al mar de Galilea, dejando inmediatamente las redes y a su propio padre, siguieron al Redentor del mundo, dejándonos un ejemplo para nuestra salvación. Porque como ellos, a la voz de un solo mandato, dejando los bienes terrenos, imitaron a nuestro Salvador, así también nosotros, que hemos sido llamados por las amonestaciones y ejemplo del Señor, debemos posponer los bienes terrenos y unirnos a nuestro Salvador por las buenas obras. Si, pues, inmediatamente que oyeron la voz del Señor siguieron al Salvador, ¿qué decir de nosotros, que tenemos tantos doctores como milagros y ejemplos leemos en los escritos de los padres antiguos y, sin embargo, nos mostramos reacios en seguir al Señor?

San Gregorio. Nos llama el Señor por sí mismo; nos llama por los apóstoles, nos llama por mediación de los ángeles, nos llama por los profetas; muchas veces nos llama por los milagros de los santos, muchas veces por el castigo. Unas veces nos llama por la prosperidad de los bienes de este mundo, otras por la adversidad y, sin embargo, nuestra índole soberbia no quiere abandonar voluntariamente lo que cada día tiene que perder contra su voluntad. Ni nos doblegamos a los preceptos, ni nos enmendamos con el azote. Mas tal vez alguien diga para su interior, con respecto al llamamiento del Señor: Santiago y Juan, siendo simples pescadores como eran, ¿qué y cuánto abandonaron, si apenas nada tenían?. Mas en este, hermanos amadísimos, debemos más bien considerar el apego que el dinero. Mucho dejaron los que nada dejaron para sí. Mucho dejaron los que, aunque fuese poco, todo lo abandonaron. Ciertamente, nosotros, no sólo poseemos con ansiedad lo que tenemos, sino que buscamos con ambición lo que menos tenemos. Por eso mismo, pues, Santiago y Juan dejaron mucho al renunciar uno y otro al deseo de tener. Por los que le siguen se deja tanto, como se ambiciona por los que no le siguen. Que nadie, pues, cuando vea que algunos han dejado muchos bienes, diga para consigo mismo: Quiero imitar a los que desprecian este mundo, pero no tengo bienes que abandonar. Pues, hermanos, dejáis muchos bienes, si renunciáis a los deseos carnales.

Calixto. Pero hay muchos que dejaron grandes bienes; sin embargo, conservaron los deseos carnales, de los cuales Ananás y Safira son una imagen, quienes ocultaron el dinero de la venta del campo, recibiendo la maldición de muerte por parte del santo Apóstol Pedro.

San Gregorio. He aquí que nuestros santos negociantes Santiago y San Juan compraron la vida de los ángeles con la entrega de las redes y la nave. Aunque no tienes una tasación de precio, ¡oh hombre!, sin embargo, el Reino de Dios vale tanto como lo que tú tienes. Valió, pues, a Zaqueo el dar la mitad de su hacienda, valió para la viuda aquellos dos minutos, vale para otro una copa de agua fría, valió para Santiago y Juan el abandonar sus redes y su padre. Así valdrá también para ti cuando das algo por la consecución del reino celestial. Se puede preguntar ¿por qué Pedro y Andrés, Santiago y Juan, que habían sido pescadores antes de la conversión, después de la misma volvieron a pescar, siendo así que la Verdad dice: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto al reino de Dios"?. Leemos, pues que ellos, como ya se dijo, han pescado después de la conversión. ¿Cómo, pues, volvieron a apetecer lo que habían dejado?. Mas si tenemos la virtud de la discreción se ve fácilmente. Porque, sin duda alguna, no hay culpa en volver después de la conversión a lo que carecía de pecado antes de la conversión. Pues sabemos que Pedro era pescador, en cambio, Mateo era cobrador de impuestos. Y después de la conversión Pedro volvió a pescar, pero Mateo no volvió a su oficio de cobrador. Porque una cosa es ganar la vida con el oficio de pescador y otra cosa es aumentar su dinero con el lucro excesivo de cobrador. Hay muchos negocios que pueden llevarse a cabo sin pecado, o con muy leve, o con ninguno. En cambio, lo que incita a pecado es preciso que, después de la conversión, nuestro ánimo no vuelva a ello.

Calixto. He aquí que hemos escuchado, hermanos, cómo unos pescadores terrenos son llamados por el Señor y se convierten a El: pero veamos de qué manera se hicieron pescadores de almas. Luego que oyeron Pedro y Andrés, Santiago y Juan: "Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres", tejieron para sí del Nuevo y Antiguo Testamento una red de los dogmas evangélicos y la lanzaron al mar de este siglo, la cual hasta hoy se tiende en medio de las aguas, cogiendo de los salados y amargos abismos todo lo que en ella cae, peces buenos y malos; esto es, hombres buenos y malos, porque Dios no tiene acepción de personas. ¡Oh cuán admirable es la vocación de Cristo y digna su inspiración, por la cual los santos apóstoles merecieron dejar los bienes terrenos y acompañar al Salvador!. De modo que los pescadores de peces terrenos merecieron ser hechos pescadores de almas. Se cumplió hoy el vaticinio de Jeremías, que dijo: "He aquí que enviará a vosotros muchos pescadores".

San Gregorio. Los mismos pescadores del Señor trajeron a la tierra firme de la playa los peces en la red de la fe, porque mostraron a los fieles con la voz de la santa predicación la perenne y eterna patria. Esto lo hicieron con palabras, esto lo hicieron con epístolas, esto lo hacen cada día con el signo del milagro, pues junto a sus sepulcros se hacen milagros con mucha frecuencia. Los enfermos vienen y son curados, los ciegos son iluminados, los cojos se levantan, los endemoniados se ven libres, se da consuelo a los tristes y, lo que es más, se escuchan las oraciones de los fieles y se quiebran las cadenas de los pecados. Cada vez, pues, que por su predicación, o milagros, nos convertimos al amor de la vida eterna cada vez que nos separamos de los tumultos de las cosas terrenas, ¿qué otra cosa sucede sino que metidos en la red de la fe, como peces, somos traídos a la orilla?. Sigue: "Y recorría Jesús toda la Galilea, enseñando en sus sinagogas y predicando el Evangelio del Reino y curando todo mal y enfermedad en el pueblo".

Calixto. Compasivo y misericordioso es el Señor, que hace que el sol salga para los buenos y para los malos y que llueva para los justos y para los injustos; que tomando la forma de siervo vino a recorrer su camino y a cumplir la voluntad de su Padre y la misma forma de su cuerpo también quiso mostrar a los buenos y a los malos. Para que los enfermos y débiles que no podían venir a su presencia fuesen socorridos por la bondad de su humanidad, aunque en parte alguna falta su invisible divinidad. Para que todos los que viesen sus obras o escuchasen su predicación creyesen en El, una vez probada su autoridad y fuesen sanados corporal y espiritualmente. En cambio, los que no creyesen mereciesen el juicio del Omnipotente sobre doblada culpa. "Y se extendió la fama de El a toda la Siria y le ofrecían todos los atacados de varias enfermedades y tormentos y los poseídos por el demonio, los lunáticos y paralíticos y los curaba". No los verdaderos (enfermos) lunáticos, sino los que se creía que estaban lunáticos, por engaño de los demonios, los cuales, observando las fases de la luna, trataban de injuriar a la criatura, para que las blasfemias redundasen en el Criador. Mateo, después de la vocación de los discípulos, a quienes el Señor invitó, cuando estaban pescando, a que le siguiesen, narra que El recorrió la Galilea enseñando en las sinagogas y sanando toda enfermedad. Y que reunidas las turbas en su alrededor, subió al monte, y que tuvo aquel sermón prolijo. Da, pues, lugar a entender que sucedió entonces lo que Marcos nos cuenta que ocurrió después de la elección de dichos discípulos, cuando recorría la Galilea y enseñaba en las sinagogas. Entonces también menciona la curación de la suegra de Pedro, que antes había pasado en silencio, aunque no había de incluir en su narración todo lo omitido. Y le siguieron muchas turbas de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán. Esta cuádruple multitud que seguía al Señor la conoceremos por el Evangelio. Una parte era de los que con fe y amor celestial se unía a su magisterio, como los apóstoles y los demás fieles que llamamos discípulos. Otra era de inválidos y enfermos que por haber sido curados de sus enfermedades seguían al Señor, a los cuales El socorría interior y exteriormente. La tercera parte era de los que seguían al Señor por su fama y buen nombre, deseando comprobar qué obras hacía, para, después de ver y oír, saber si habían de creer o no. La cuarta era de aquellos que, guiados por la envidia, trataban de desprestigiar la obra del Señor, para cogerle en algún desliz de su predicación y acusarle ante los príncipes, a fin de entregarle a la muerte, como lo hicieron cuando él lo permitió, no cuando ellos lo quisieron. Puesto que celebramos dos solemnidades en este día, la de la elección y la de la traslación de Santiago, hermanos, debemos imitar lo que celebramos. Si Santiago abandonó a su padre y la barca y todos los bienes de la tierra y siguió al Señor hasta la mansión del reino celestial, por el triunfo de su martirio, también nosotros debemos despreciar los bienes temporales, para que, perseverando en las buenas obras, podamos seguir al Señor hasta el solio de estrellas en el que él está sentado, disponiéndolo así el bienaventurado Santiago. Lo que se digne concedernos nuestro Señor Jesucristo, cuyo reino e imperio permanece hasta el fin, por los siglos de los siglos. Amén.