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Y era el rey Carlomagno (1) de pelo castaño, faz bermeja, cuerpo proporcionado y hermoso, pero de terrible mirada. Su estatura medía ocho pies, pero suyos, que eran muy largos. Era anchísimo de hombros, proporcionado de cintura y vientre, de brazos y piernas gruesos, de miembros muy fuertes todos ellos, soldado arrojadísimo y muy diestro en el combate. Su cara tenía palmo y medio de longitud, uno su barba y casi medio la nariz. Y su frente media un pie y sus ojos, semejantes a los del león, brillaban como ascuas. Sus cejas medían medio palmo. Cualquier hombre a quien él en un rapto de ira mirase con sus abiertos ojos, quedaba instantáneamente aterrorizado. Nadie podía estar tranquilo ante su tribunal, si él le miraba con sus penetrantes ojos. El cinturón con que se ceñía tenía extendido ocho palmos, sin contar lo que colgaba. Tomaba poco pan en la comida, pero se comía la cuarta parte de un carnero o dos gallinas o un ganso, o bien un lomo de cerdo o un pavo o una grulla o una liebre entera. Bebía poco vino, sino, sobriamente, agua. Tenía tal fuerza que con su espada partía de un solo tajo a un caballero armado, enemigo suyo se entiende, montando a caballo, desde la cabeza hasta la silla juntamente con su cabalgadura. Enderezaba sin esfuerzo con sus manos cuatro herraduras al mismo tiempo. Levantaba rápidamente desde el suelo hasta su cabeza con una sola mano a un caballero armado y colocado de pie sobre la palma. Y era muy espléndido en sus mercedes, muy recto en sus juicios, elocuente en sus palabras. Mientras estuvo en España su corte principalmente, sólo en cuatro solemnidades al año llevaba la corona real y el cetro, a saber: el día de Navidad, el de Pascua y el de Pentecostés, y el día de Santiago. Delante de su trono se ponía una espada desnuda, a la manera imperial. Cada noche había siempre alrededor de su lecho ciento veinte esforzados cristianos para guardarle, cuarenta de los cuales, a saber: diez a la cabecera, diez a los pies, diez a la derecha y otros diez a la izquierda, hacían la vela al principio de la noche, teniendo la espada desnuda en la mano derecha y un cirio encendido en la izquierda. De igual manera hacían la segunda guardia otros cuarenta. E igualmente otros cuarenta hacían la tercera vela de la noche, mientras los demás dormían.

Quizás a alguien le guste oír con más detalle sus grandes gestas, pero contarlas es para mí grande y abrumadora empresa. No puedo describir como Galafre, emir de Toledo, le armó caballero en el palacio de Toledo cuando en su niñez estaba desterrado en dicha ciudad y cómo después el mismo Carlomagno, por amistad hacia el citado Galafre, mató en combate a Bramante, grande y soberbio rey de los sarracenos, enemigo de Galafre, y cómo conquistó diversas tierras y las ciudades que las embellecían, y las sometió al nombre de Dios, y como estableció por el mundo muchas abadías e iglesias y cómo colocó en arcas de oro y plata los cuerpos y reliquias de muchos santos sacándolos de sus sepultura, y como se trajo consigo el madero de la cruz que repartió entre muchas iglesias. Antes se agotan la mano y la pluma que su historia. Sin embargo, voy a decir brevemente cómo volvió de España a la Galia, después de la liberación de la tierra gallega.

(1)

Este retrato físico y moral puede tener algunos rasgos del que da Eginhardo, pero ya se ve que es exagerado y destinado a impresionar.

(2)

Hay un Galafre en el Poema Couronnement de Louis, cuyo nombre parece ser el del príncipe Abu-Gíafar que dominó en Sicilia de 1019 a 1037. Pero es evidente que esta identificación no conviene a nuestro personaje, presentado aquí como rey de Toledo. En cambio, en los fragmenteos de Mainet, poema francés del siglo XII, se cuenta la leyenda de la estancia de Carlomagno durante su juventud en la corte del rey Galafre de Toledo, donde enamora a Galiana, hija de éste, y vence y mata a Bramante. Esta leyenda alcanzó una rápida difusión en la épica europea, no sólo en Francia, y repercutió asimismo en España, donde debió existir algun cantar sobre este episodio, que la Primera Crónica General aprovechó prosificándolo. Y a este Galafre de Toledo se le ha tratado de identificar como el emir Yusuf el Fehri, que desde 747 a 758 sostuvo larga lucha con Abderrahamán I, representado por el Bramante de la leyenda.

(3)

Sobre Bramante, a quien la versión gallega del siglo XIV llama Breymante y el Mainet Braimant, puede verse la nota anterior. Es pues, el rey moro que aparece como enemigo de Galafre y al que Carlomagno derrota y mata, con lo cual se apodera de su espada Durandal. Bramante aparece también en el romancero en uno de los romances más modernos de la serie carolingia, el de los doce pares de Francia, que es una versión del tema de Calaínos en la que al protagonista se le da el nombre del rey moro que aparece en el Mainet.