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Al día siguiente hacia las nueve, dada tregua para ir y volver, llegó junto a Carlomagno Aigolando para bautizarse. Apenas vio a Carlomagno que estaba comiendo a la mesa, y muchas otras dispuestas a su alrededor, y a unos sentados a ellas vestidos con traje de caballeros, a otros cubiertos con el negro hábito monacal, a estos vestidos con el blanco hábito de los canónigos, a aquellos, cubiertos con el de clérigos y otros vestidos con distintos trajes, preguntó a Carlomagno qué clase de gentes eran cada una de aquéllas. Y Carlomagno le dijo:

- Aquellos que ves vestidos con mantos de un solo color son los obispos y sacerdotes de nuestra religión, que nos enseñan sus preceptos, nos absuelven de los pecados y nos dan la bendición del Señor. Los que ves con hábito negro son los monjes y abades (1), más santos que aquellos, los cuales nunca cesan de implorar por nosotros a la Majestad del Señor. Los que ves con hábito blanco se llaman canónigos regulares, los cuales observan la regla de los mejores santos, e igualmente oran por nosotros y cantan las misas matutinas y las horas del Señor.

Mientras tanto, viendo Aigolando en cierto sitio trece pobres vestidos con trajes miserables, sentados en tierra y comiendo sin mesa ni manteles una pobre comida y bebida, preguntó qué clase de hombres eran. Y el mismo Carlomagno dijo:

- Esta es la gente de Dios, nuncios de Nuestro Señor Jesucristo, a los que en número de doce como los apóstoles del Señor tenemos costumbre de dar de comer cada día.

Entonces Aigolando respondió:

- - Los que viven a tu alrededor son felices, son los tuyos, y comen, beben y se visten abundantemente; aquellos, en cambio, que dices son completamente de tu Dios y que aseguras que son sus enviados, ¿por qué perecen de hambre, se visten mal, se les arroja lejos de ti, y se les trata vergonzosamente? Mal sirve a su Señor quien tan vergonzosamente recibe a sus enviados. Gran vergüenza hace a su Dios quien así trata a sus siervos. Ahora demuestras que es falsa esa religión tuya que decías era buena.

Y recibió su permiso, volvió a los suyos y, negándose a bautizarse, le desafió para el día siguiente. Entendiendo entonces Carlomagno que Aigolando renunció a bautizarse a causa de los pobres quienes vio maltratar, cuidó diligentemente a todos los que encontró en el ejército, los vistió muy bien y les proporcionó honrosamente comida y bebida.

De aquí hay que deducir cuán gran culpa adquiere cualquier cristiano que no atiende a los pobres con todo cuidado. Si Carlomagno por haber tratado mal a los pobres perdió para el bautismo a aquel rey y a su pueblo, ¿qué será el día del juicio final de aquellos que los maltrataron aquí? Cuán terrible oirán la voz del Señor diciendo: "Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno. Porque tuve hambre y no me disteis de comer", etc. Pues hay que tener presente que la religión del Señor y su fe poco valen en el cristiano si no se traducen en obras, como lo afirma el Apóstol al decir: "Así como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin buenas obras está muerta en sí misma". Lo mismo que el rey pagano rechazó el bautismo porque no vio en Carlomagno las rectas obras del bautismo, igualmente temo que el Señor repudie en nosotros la fe del bautismo el día del juicio por no encontrar sus obras.

(1)

Velazquez de Pargas supone que los monjes y abades vestidos de negro son los benedictinos y los canónigos regulares de hábito blanco son los canónigos agustinos, lo cual sirve de argumento contra la opinión de Bédier favorable al origen cluniacense del "Liber Sancti Jacobi", pues, si así fuera, no se explicaría que un benedictino antepusiera en santidad los agustinos a los de su orden.