Anterior Siguiente

Hace poco un conde de San Gil, llamado Poncio (1), vino con un hermano suyo a Santiago en peregrinación. Y habiendo entrado en la iglesia y no pudiendo entrar en el oratorio donde yace el cuerpo del Apóstol, rogaron al sacristán que se lo abriese para poder hacer las oraciones de la noche ante el sepulcro. Mas viendo que sus ruegos no habían tenido éxito, pues era costumbre que las puertas de dicho oratorio estuviesen cerradas desde la puesta del sol hasta el amanecer, se retiraron tristes a su hospedería. Llegados a ella, mandan venir a todos los peregrinos presentes que vinieran en su compañía, a los cuales una vez presentes dijo el conde que deseaba entrar en el sepulcro de Santiago si le acompañaban ellos con la misma intención y si él mismo por ventura se dignaba abrirles.

Aceptaron unánimes y de buen grado, prepararon antorchas para la vela y al llegar la noche entraron en la iglesia con ellas encendidas en número de casi doscientos. Llegados ante el oratorio del santo Apóstol le suplicaron así en alta voz: - Gloriosísimo Santiago, apóstol de Dios, si te place que hayamos venido a ti en romería, ábrenos tu oratorio para que podamos hacer ante ti nuestra vigilia. ¡Y cosa maravillosa! No habían acabado sus palabras y he aquí que las puertas del oratorio sonaron con tal estrépito que todos los presentes pensaron que se habían hecho trizas.

Pero examinadas se vio que los cerrojos, cerraduras y cadenas con que estaban cerradas se habían roto y arrancado. Y así las puertas, abiertas por una fuerza invisible y no por mano de hombre, ofrecieron acceso a los peregrinos. Ellos entraron contentísimos y regocijábanse tanto más con este milagro cuanto más evidentemente demostraron que el santo Apóstol, soldado del más invicto Emperador, vivía con toda certeza cuando tan pronto le vieron acudir a su petición. Y aquí puede considerarse cuán fácil es una súplica piadosa, quien tan benigno accedió a ésta de sus siervos. Así, pues, ayúdenos tu clemencia, benignísimo Apóstol de Dios, Santiago, para que así nos libremos de los engaños de Satanás en el curso de la vida presente y nos entreguemos al buen deseo de la patria celestial, al fin de que con tu auxilio podamos alcanzarla por Cristo nuestro Señor que vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Así sea.

(1)

El conde Poncio de Tolosa (1037-1060 o 1061), hijo de Guillermo Teillefer, y su hermano Beltrán, sin duda, heredero del marquesado de Provenza. El relato se comprende teniendo en cuenta la disposición de la iglesia anterior a la comenzada según él en 1076, pues en ésta el sepulcro del Apóstol estaba, como está, bajo el altar mayor (ver Libro V, capítulo IX: Del cuerpo y del altar de Santiago) y en aquélla estaría, por lo que se dice, en un oratorio o capilla dentro de ella.