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Saben todos los que moran en Compostela, ya clérigos, ya seglares, que un varón llamado Esteban, dotado de virtudes divinas, habiendo hecho dimisión de su obispado y dignidad por amor de Santiago, vino desde tierras de Grecia al sepulcro de este apóstol. Pues renunció a los atractivos de este mundo para poder así entregarse a los preceptos divinos. Rehusando, pues, a regresar a su patria, se acercó a los guardianes del templo donde se guarda el valiosísimo tesoro, honor de España, o sea el cuerpo de Santiago, y postrándose a sus pies les pidió que, por el preciosísimo amor del Apóstol, al que había pospuesto los placeres de este mundo y terrenales delicias, le concedieran dentro de la iglesia un lugar escondido donde poder asiduamente dedicarse a la oración. Y no haciéndole desprecio, aunque llevaba un hábito humilde y no parecía obispo, sino un pobre peregrino, antes al contrario consintiendo en su justa petición, le prepararon a manera de celdita una choza construida de junco dentro de la basílica del santo Apóstol, desde donde pudiese ver de frente el altar: y allí con ayunos, vigilias y oraciones día y noche llevaba una vida célibe y santísima.

Mas cierto día cando estaba entregado a la oración como de costumbre, una caterva de aldeanos que acudía a una fiesta particular del preciosísimo Santiago y se puso ante el altar junto a la celdita del santo varón, empezó a rogar al Apóstol de Dios con estas palabras: - Santiago, buen caballero, líbranos de los males presente y futuros. Y el santo hombre de Dios llevando a mal que los aldeanos llamasen al Apóstol caballero les increpó diciendo: - Aldeanos tontos, gente necia, a Santiago debéis llamarle pescador y no caballero. Y recordó aquello de que a la voz del Señor le siguió dejando el oficio de pescador y aquello de que fue hecho luego pescador de hombres. Pero en la noche del mismo día en que el santo varón había recordado esto de Santiago, se le apareció él mismo vestido de blanquísimas ropas y no sin ceñir armas que sobrepujaban en brillo a los rayos del sol, como un perfecto caballero, y además con dos llaves en la mano. Y habiéndole llamado tres veces le habló así: - Esteban, siervo de Dios, que mandaste que no me llamaran caballero, sino pescador; por eso te me aparezco en esta forma para que no dudes más de que milito al servicio de Dios y soy su campeón y en la lucha contra los sarracenos precedo a los cristianos y salgo vencedor por ellos.

He conseguido del Señor ser protector y auxiliador de todos los que me aman y me invocan de todo corazón en todos los peligros. Y para que creas esto más firmemente con estas llaves que tengo en la mano abriré mañana a las nueve las puertas de la ciudad de Coimbra (1) que lleva siete años asediada por Fernando, rey de los cristianos, e introduciendo a éstos en ella se la devolveré a su poder. Dicho esto se desvaneció a sus ojos.

Al día siguiente después de maitines llamó este a la parte más sana tanto de los clérigos como de los seglares y les contó exactamente lo que había visto con sus ojos y oído con sus oídos. Y que era cierto se demostró después con muchas pruebas; pues anotaron el día y hora, de cuya verdad dieron testimonio los mensajeros enviados por el rey después de tomada la ciudad, que aseguraron que en tal fecha y hora se había tomado. Conocida, pues, la verdad, el mencionado siervo de Dios Esteban afirmó que Santiago daba la victoria a todos los que en la milicia le invocaban y recomendó que le invocasen todos los que luchan por la verdad (2). Por su parte a fin de conseguir hacerse merecedor de su patrocinio, pasó allí todo el tiempo de su vida al servicio de Dios; y finalmente en la basílica del santo Apóstol recibió honrosa sepultura. Sea, pues para el supremo Rey el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Así sea.

(1)

Se trata de la toma de Coimbra a los moros por Fernando I de Castilla y de León en 1064, cuyo asedio duró en realidad del 20 de enero al 9 de julio. El milagro está ya recogido en la Historia Silense, compuesta después de la muerte de Alfonso VI (1109) y antes de 1115. Allí el penitente es griego, pero procedente de Jerusalen y no obispo, sino "pobre de espíritu y de recursos" y anónimo. Además se anota previamente la visita del rey a Compostela donde pasó tres días en oración antes de emprender la campaña.

(2)

Este milagro se enlaza naturalmente con la tradición de Santiago caballero y adalid de las huestes cristianas en las batallas de la Reconquista, desde Clavijo, y el grito de guerra "¡Santiago y cierra España!" u otras invocaciones que le dirigían. En nuestro tiempo han pretendido algunos contraponer los dos tipos del Apóstol que aparecen desde antiguo en el Arte, el Santiago peregrino o evangelizador y el caballero o matamoros.