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Es cosa digna de recuerdo que ciertos alemanes yendo en hábito de peregrinación al sepulcro de Santiago el año mil noventa de la encarnación del Señor, llegaron a la ciudad de Tolosa (2) con abundantes riquezas y allí encontraron hospedaje en casa de cierto rico. Este malvado, simulando bajo piel de oveja la mansedumbre de ésta, los acogió solícitamente y con diversas bebidas que les dió como gracia de su hospitalidad, los hizo embriagarse con engaño. ¡Oh ciega avaricia, oh perversa intención del hombre inclinada al mal! Dominados por fin los peregrinos más que de costumbre por el sueño y la embriaguez, el falso anfitrión, movido por el espíritu de la avaricia, a fin de hacerlos reos de hurto y adquirir sus dineros una vez convictos, metió a escondias una copa de plata en un zurrón de los durmientes. Y después de cantar el gallo salió tras ellos con gente armada el perverso anfitrión gritando: "¡Devolvedme, devolvedme la plata que me habéis robado!" a lo que respondieron ellos: "A quién se la ecnuentres le condenarás según tu voluntad."

Hecha, pues, averiguación, a dos en cuyo zurró halló la copa, a saber, padre e hijo, los llevó a juicio público y arrebató injustamente sus bienes. El juez, movido a compasión, mandó soltar a uno y llevar al otro a suplicio. ¡Oh entrañas misericordiosas! El padre, queriendo librar a su hijo, se ofrece al castigo. El hijo, por en cambio, dice: "No es justo que un padre sea entregado a la muerte en lugar de su hijo; sino que éste sufra por su padfre el fin impuesto por la pena." ¡Oh santa porfía de piedad! Al fin el hijo fué colgado por propio deseo para librar a su amado padre y éste, afligido y lloroso, prosigue su camino hacia Compostela. Visitado, pues, el venerable altar del Apóstol, el padre a su regreso, pasados ya treinta y seis días, hizo un desvío para ver el cuerpo de su hijo que colgaba todavía en la horca y exclamó con gemidos lacrimosos y lastimeros ayes: "¡Ay de mí, hijo mío, para que te engendré! ¡Por qué viéndote colgado he soportado el vivir!".

Pero ¡que magníficas son tus obras, Señor! El hijo colgado, dijo consolándo al padre: "No llores, querídisimo padre, por mi pena, pues no es ninguna, sino más bien alégrate, porque me siento ahora má a gusto que jamás en toda mi vida pasada. Porque el muy bienaventruado Santiago, sosteniéndome con sus propias manos, me ha consulea con con toda clase de dulzuras." El padre, al oír esto, corrió a la ciudad y llamó al pueblo a contemplar tan gran milagro. Y viniendo la gente y viendo vivo todavía a quien llevaba colgado tanto tiempo, comprendieron que había sido acusado por la insaciable avaricia del hombre rico pero salvado por la misericordia de Dios. Esto fué realizado por el Señor y es admirable a nuestro ver. Luego le bajaron del patíbulocon gran júbilo y al hombre rico, según había merecido, condenado allí mismo por juicio popular, le colgaron enseguida. Por lo cual todos los que se cuentan como cristianos deben procurar con gran cuidado no cometer ni con sus huéspedes ni con prójimo alguno un fraude así o parecido, sino que deben afanarse por demostrar compasión y benigna piedad a los peregrinos, para que así merezcan recibir el premio de la gloria eterna de Aquél que vive y reina como Dios por los infinitos siglos de los siglos. Así sea.

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Esta narración tiene también su equivalente en los milagros de San Gil. Para indicaciones sobre otras versiones del tema son intervención del gallo y la gallina asados que también resucitan, localización en Santo Domingo de la Calzada y un estudio ver Filgueira Valverde, El Libro de Santiago, Madrid 1948.

(2) Tolosa de Francia o Toulouse por donde pasaba la vía Tolosana, ver Libro V Capítulos I y VII.