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Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo se acercó al Señor la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos Santiago y Juan, postrándose para pedirle una cosa. Díjole El: "¿Qué quieres?". Ella le contestó: "Di que estos dos hijos míos se sienten el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino". Y respondiendo Jesús le dijo: "No sabéis lo que pedís, etc.".

Homilía de San Beda el Venerable, presbítero. El Señor, Creador y Redentor nuestro, deseando curar las heridas de nuestra soberbia, aunque era Dios en la forma, se humilló tomando la de hombre y haciéndose obediente hasta la muerte. Y así a nosotros, si queremos ascender la cumbre de la sublimidad verdadera, nos aconseja tomar el camino de la humildad. Nos mandó soportar con paciencia todas las adversidades de la vida presente y aun la misma muerte si deseamos ver la verdadera vida. Nos prometió los dones de la gloria, pero antes nos propuso la lucha y los combates. Dijo prometiendo: "Será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo". Mas había dicho mandando: "Amad a vuestros enemigos y haced bien y prestad sin esperanza de remuneración". Así, pues, promete premios a los elegidos indicándoles antes los méritos dignos de los premios. Así da la vida eterna, decretando que hay que llegar a ella por una puerta estrecha y un camino angosto. Por eso dice: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha". Porque es necesario no pequeño esfuerzo si uno quiere subir a las alturas. Pues si subimos a las cumbres de los montes con tanto sudor, ¡cuánto no habrá que esforzarse para que merezcamos tener acogida en los cielos y descansar en el monte santo del Señor, del que canta el Salmista!. Por eso también en la lección de hoy del Santo Evangelio, cuando de los hijos de Zebedeo le pedían asientos en su reino, al instante los llama a beber su cáliz, o sea a imitar la lucha de su pasión, para que recordasen que no debían buscar las alturas celestiales sino a través de las humillaciones y asperezas de la tierra.

"Se acercó a El –dice- la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose para pedirle una cosa. Díjole El: ¿Qué quieres?. Ella le contestó: Di que estos dos hijos míos se sienten el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu reino". Y nadie piense que la madre pedía por sus hijos sin el consentimiento y deseo e éstos; antes bien, entienda que la intención unánime de todos ellos era la de manifestar su deseo al Señor aquellos discípulos por medio de su madre, ya que la sabían muy estimada del Señor. Por eso al referir esto el evangelista San Marcos hace mención de los discípulos solamente, de cuyo corazón conocía el deseo, y calla la intervención de la madre: "Y se le acercaron –dice- Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir, Díjoles El: ¿Qué queréis que os haga? Y le respondieron: Que nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria". Afirma, pues, que solamente ellos se acercaron al Señor y le hicieron la petición, porque veía ante todo su voluntad de pedir, y que su madre había sido animada a hacerlo a ruego de ellos. Puede creerse que lo que más incitaría a pedir estas cosas, ya al cariño femenino de la madre, ya a los ánimos aún carnales de los discípulos, sería el recordar las palabras del Señor, en que dice: "Cuando se siente el Hijo del hombre sobre el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel". Y el saber que entre los discípulos ellos especialmente, con San Pedro, habían sido hechos partícipes muchas veces de secretos que los demás ignoraban, como lo indica con frecuencia el texto del Santo Evangelio. Pues de aquí viene que también a ellos, como a Pedro, les puso nombre Aquél, y así como éste, que antes se llamaba Simón, mereció llamarse Pedro por la fortaleza y firmeza de su fe inexpugnable, ellos fueron llamados Boanerges o sea hijos del trueno. Porque en unión de Pedro oyeron, por ejemplo, la voz del Padre sobre el Señor transfigurado en el monte Tabor y conocieron los secretos de más misterio antes que otros discípulos. Y lo que convenía mucho al caso, sentíanse unidos al Señor de todo corazón y sentían que le amaban con el amor más fuerte. Por eso no desconfiaban de poder llegar a sentarse más cerca de El en el reino, sobre todo cuando veían que Juan, por su pureza singular de alma y de cuerpo, era tenido en tanto amor que en la cena se recostó en su seno. Pero oigamos lo que les respondió al pedir la dignidad de los asientos el propio Conocedor de los méritos y Distribuidor de las sillas.

"Respondiendo Jesús –dice- les dijo: No sabéis lo que pedís". No sabían lo que pedían, puesto que pensaban que en el reino de la patria celestial había de sentarse alguien a la izquierda de Cristo, cuando se lee que en la discriminación del juicio final todos los elegidos han de pasar a la derecha del Supremo Rey y Juez. Como que aquella vida nada tiene de siniestro, nada de malo la felicidad eterna, nada de caduco la sempiterna paz. La izquierda de Cristo, tomada en buen sentido, significa a su vez la vida actual de la santa Iglesia. Por eso está escrito: "La longevidad en su diestra y en su izquierda las riquezas y la gloria". La longevidad en su diestra a saber, la sabiduría de nuestro Redentor, porque en la morada de la patria suprema se regala luz imperecedera a los elegidos, ángeles y hombres. En su izquierda las riquezas y la gloria, porque aun en este destierro y peregrinación nos reponemos con la riqueza de las virtudes y la gloria e la fe hasta llegar a la eterna gloria, de la cual dice el Apóstol: "Y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Mas no sólo esto, sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones". Y asimismo de tales riquezas: "Porque de todas las cosas os habéis enriquecido en El, de toda palabra y de todo conocimiento". No sabían lo que pedían, porque estimaban que podía elegirse de antemano y con humano albedrío, el asiento y la retribución con que sería cada cual premiado en el futuro, y más que otra cosa rogaban al Señor poder llevar a término seguro por sus méritos la confianza y esperanza de gloria que tenían. Pues sabían que todo lo bueno que hiciesen se lo recompensaría con salario duradero. Y verdaderamente es digna de alabanza la piadosa simplicidad de estos que en la confianza de su voluntad rendida pedían sentarse en el reino junto al Señor. Pero mucho más es de alabar la prudente humildad de aquel que consciente de su propia fragilidad decía: "Prefiero estar despreciado en la casa de mi Dios a morar en las tiendas de los pecadores". No sabían lo que pedían cuando solicitaban del Señor los altos premios mejor que llevar a cabo las obras. Mas el Maestro celestial, insinuándoles lo que debía pedirse en primer lugar, los llama de nuevo al camino del esfuerzo, por donde podrían llegar al premio de la retribución.

"¿Podéis –dijo- beber el cáliz que yo he de beber?". Llama su cáliz a la amargura de la pasión, que a menudo se ofrece a los justos por la acritud de los infieles. Pues todo el que la acepta por Cristo con humildad, paciencia y alegría merecerá reinar con El en las alturas. Y como los hijos de Zebedeo deseaban sentarse con El, les aconseja seguir antes el ejemplo de su pasión y aspirar al fin a la cumbre de la majestad anhelada. Orden de vida que deben seguir todos los fieles, como enseña el Apóstol diciendo: "Porque si hemos sido injertados en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la de su resurrección".

"Dijéronle: Podemos". Manifestaban al Señor sencillamente su voluntad y devoción como era en el momento, al afirmar que podían beber su cáliz. Aunque cuán débil era todavía lo demostraron claramente después, cuando al llegar el tiempo en que el Señor bebería su cáliz también ellos abandonándole huyeron con los demás discípulos. Mas no por mucho tiempo había de oprimir sus corazones el miedo aquel de beber el cáliz, pues si huyeron al padecer el Señor, al resucitar pronto volvieron. Y lo que temblaron en el tumulto de la pasión lo castigaron con el luminoso triunfo de la resurrección. Y recibida la gracia del Espíritu Santo tenían ya en adelante firme el pecho para beber el cáliz del Señor, porque empezaron a ser ya invencibles para padecer y morir por El, cumpliéndose la promesa que les hizo diciéndoles que beberían su cáliz.

Pues continúa: "El les respondió: Beberéis mi cáliz". Y lo que sigue: "Pero sentarse a mi diestra o a mi izquierda no me toca a mí otorgarlo a vosotros, sino a quienes está dispuesto por mi Padre". Está sentado a la diestra del Salvador el que en la bienaventuranza celestial goza de su visión real. Está sentado a la izquierda el que en esta peregrinación está al frente de su santa Iglesia con la dirección sacerdotal. Pero debemos mirar más atentamente por qué al pedirle los discípulos dice el Maestro de la verdad: "No me toca a mí otorgarlo a vosotros, sino a quienes está dispuesto por mi Padre", cuando El mismo, en otra parte, ha dicho: "Todo me ha sido entregado por mi Padre". Y por esto consta que todos los dones que el Padre conceda o disponga para los fieles los dispone y concede juntamente con su Hijo. Pues también dice acerca del Padre el Señor: "Porque todo lo que El hace lo hace igualmente el Hijo". Y si todo lo que hace el Padre lo hace igualmente el Hijo, ¿cómo dice el Hijo: "No me toca a mí otorgarlo a vosotros, sino a quienes está dispuesto por mi Padre", sino porque el Hijo es a la vez Dios y Hombre? De aquí que en su Evangelio hable unas veces con la voz de su divina majestad, por la que es igual al Padre, y otras con la voz de la humanidad que tomó, haciéndose igual a nosotros. Y así en esta lección, como quería ofrecer a los hombres la norma de la humildad, habla todo más bien conforme a la naturaleza humana asumida. Pues ya el comienzo, cuando la madre se llegó a El con los hijos para pedirle, preguntóle qué quería, y le preguntó como hombre, como desconocedor de las cosas ocultas, como ignorante de las futuras, El que en la eternidad de su divino poder conoce todo antes que ocurra. Y como ella en sus ruegos, al pedir para sus hijos asiento a la derecha y a la izquierda, más tenía presente la humanidad que la divinidad de El, que en figura corpórea tuvo derecha e izquierda, pero en su majestad divina no está formado por ninguna combinación de miembros, consecuentemente también El, callándose la impasible gloria de la divinidad, sacó a relucir el recuerdo de la pasión que en su humanidad había de recibir y se la propuso para imitar a sus discípulos, confirmando a la vez con su testimonio la rendida promesa de ellos al decir: "Beberéis mi cáliz". Y agregó congruentemente: "Pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí otorgarlo a vosotros, sino a quienes está dispuesto por mi Padre". Como si dijese abiertamente: La pasión que con mi carne sufriré la imitaréis vosotros padeciendo, mas no es cosa mía otorgaros el regalo de los dones celestiales mediante esta sustancia humana y frágil con que padezco. Pero dispuestos están por mi Padre para todos los dignos de recibirlos, disponiéndolos y otorgándolos también yo con El en la misma divinidad, porque todo lo que El hace lo hago igualmente yo mismo por la unidad del divino poder. Y como los hijos del Zebedeo tenían su ánimo dispuesto para beber el cáliz del Señor, es seguro que ellos, con los demás apóstoles, recibieron la dignidad de los asientos que deseaban, mas no con la diferencia de sentarse, como pedían, el uno a la derecha y el otro a la izquierda de Aquél en su reino, sino que, conforme a lo que antes expusimos, merecieron ambos sentarse primero temporalmente a su izquierda y ambos estar ahora sentados perpetuamente a su diestra. Porque estaban sentados a la izquierda de Cristo cuando estaban al frente de los fieles para regirlos en esta vida por derecho apostólico. En el reino, sin duda, del cual dice El mismo: "El reino de Dios está dentro de vosotros". Y están sentados ahora a su derecha en la vida que no conoce muerte, como jueces del mundo con El, habiendo dispuesto para ellos uno y otro asiento el propio Hijo juntamente con el Padre. Pues no puede separarse la dispensa de los dones a Quienes permanece siempre inseparable la unidad de naturaleza, como lo atestigua el mismo Hijo diciendo: "El Padre y yo somos una misma cosa". Ni tampoco debe dejarse pasar sin alguna consideración por qué dijo el Señor indistintamente que los hijos de Zebedeo beberían su cáliz, cuando sabemos que uno de ellos, Santiago, acabó su vida derramando su sangre, pero el otro, o sea Juan, descansó en la paz de la Iglesia. Pues del martirio de Santiago atestigua claramente San Lucas que "el rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia, y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada". Y también la Historia eclesiástica refiere de su pasión algo digno de memoria, pues dice que aquel que le había entregado al juez para el martirio, a Santiago se entiende, movido a penitencia, confesó que también él era cristiano. Fueron llevados los dos juntos al suplicio –añade-, y cuando marchaban por el camino pidió a Santiago que le perdonase. Este, meditando un monto, le dijo: "La paz sea contigo", y le besó. Y así los dos fueron decapitados juntamente. Por otra parte, acerca de Juan cuentan veraces historias que como supiera que se acercaba el día de su partida convocó en Efeso a sus discípulos y poniendo de manifiesto a Cristo con muchas pruebas milagrosas, bajó al lugar excavado para sepultura suya y hecha oración descansó junto a sus padres, tan extraño al dolor de la muerte como fuera ajeno a la corrupción de la carne. ¿Cómo se dice, pues, que bebió el cáliz del Señor el que consta que de ningún modo salió del cuerpo por muerte de pasión, sino porque este cáliz se bebe de dos maneras, a saber: una cuando se recibe con paciencia la muerte impuesta por un perseguidor y otra cuando se tiene el espíritu dispuesto para la pasión, cuando se lleva una vida digna del martirio?. Pues también Juan hizo ver cuán dispuesto estaba a beber el cáliz cuando con los demás apóstoles soportaba con ánimo alegre la cárcel el látigo, como leemos en los Hechos de los Apóstoles; cuando por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús fue desterrado a la isla de Patmos; cuando, según cuenta la Historia eclesiástica, fue metido por el emperador Domiciano en una tinaja de aceite hirviendo, de la cual, sin embargo, salió gracias al Señor tan sano y limpio como castísimo había sido de pensamiento y vida; como también estando en el destierro, cuando más desposeído parecía de humano consuelo, con tanta mayor frecuencia mereció ser consolado por los moradores del cielo. Por eso se entiende que también él bebió ciertamente el cáliz del Señor con su hermano Santiago, que murió por la espada; porque quien tantos trabajos soportó por la verdad demostró cuán dispuesto estaba a recibir hasta la muerte si llegaba la ocasión. Pero también nosotros, queridos hermanos, aunque no suframos nada semejante, aun sin aguantar grillos, ni látigos, ni cárceles, ni otras tales torturas corporales, ni persecución alguna por parte de los hombres, por la justicia, podremos, sin embargo, recibir el cáliz de la salvación y lograr la palma del martirio si procuramos castigar nuestro cuerpo y someterlo a servidumbre, si nos acostumbramos a rogar al Señor con espíritu de humildad y alma contrita, si hacemos por recibir con complacencia las ofensas de nuestros prójimos, si gozamos amando aun a los que nos odian y nos infieren injurias, haciéndoles bien y rogando por su vida y salvación; si juntamente con la virtud de la paciencia nos esforzamos en adornarnos también con los frutos de las buenas obras. Porque portándonos De este modo ofreciendo nuestros cuerpos, según palabra del Apóstol, como hostia viva, santa, grata a Dios, se nos concederá por celestial dignación el ser recompensados con la misma gloria de los que dieron sus miembros a la muerte por Cristo, nuestro Señor. Porque como la suya también nuestra vida será preciosa a los ojos del Señor, y rotos los lazos de la carne, mereceremos entrar asimismo en los pórticos e la ciudad excelsa y hacer votos de gracias a nuestro Redentor entre los coros de los santos mártires. Lo cual se digne otorgarnos Jesucristo nuestro Señor, que a sus venerandos apóstoles Santiago y Juan les dio a beber su cáliz y la posesión de su indefectible reino, y que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.