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Lección de los Hechos de los Apóstoles. Por aquellos días bajaron profetas de Jerusalén a Antioquia. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, vaticinaba por el Espíritu una grande hambre que había de venir sobre toda la tierra, y que vino bajo Claudio, etc.

Libro I, cap. VII (Fol. 31 v) Sermón del Santo Papa Calixto sobre esta Lección. Nos han llegado, dilectísimos hermanos, el grandioso día de la festividad del muy glorioso y excelso Santiago, el hijo de Zebedeo, en el cual el santo apóstol patrón de Galicia, libre de los lazos de la carne, ascendió a los cielos y se incorporó a los coros angélicos. Hoy el atleta de Cristo, Santiago, mereció la gloria celestial en la que ya feliz reina con el Señor, unido a las cohortes de los ángeles. Hoy es el día en que el antiguo enemigo es vencido y Dios exaltado y las gentes cristianas ilustradas. Es ilustrado en este día el pueblo cristiano, porque cuantas veces padece un mártir por la fe de Cristo tantas deja al mundo un ejemplo de paciencia y el diablo es confundido. Alégrese España, que por sus méritos es llevada a las moradas celestiales. Complázcase Galicia, que por su presencia es esclarecida. Regocíjese toda la Iglesia por el mundo, porque se ha enriquecido con sus ejemplos. Haga fiesta la asamblea de los cielos, que con su compañía aumenta en gloria. Alégrense todas las islas por los mares, pues merecieron tener defensor en su estrechez. Alégrese todo el mundo, porque su enemigo el diablo fue hoy vencido por Santiago con la gracia de Dios. Regocíjese la comunidad de los fieles, porque hoy Santiago vence al enemigo del género humano. Congratúlese el coro fiel, porque hoy triunfó de Herodes el Apóstol, ceñido con las armas e la fe. Hoy el soldado e Cristo, vencido el enemigo y derrotado Herodes, subió a la regia morada del eterno Rey para sentarse con los príncipes de los cielos y ocupar un sillón en la gloria. Hoy recorrió felizmente la etapa del martirio, por lo que mereció recibir para siempre el galardón del reino celestial. Por haber hoy triunfado justamente de un rey inicuo alcanzó victorioso el reino de los cielos. Porque cuantas veces los mártires padecen por Cristo tantas aumenta su merecimiento para con Dios y no disminuye el castigo de sus perseguidores. Hoy el triunfador sube al cielo, porque venció al impío Herodes. Su pasión se celebra en el mundo ara que a manera de su virtud resurja en Dios nuestra debilidad. Pues el que por la fe de Cristo muere en la tierra nos da ejemplo de fe y de sufrimiento con su vida y costumbres. Y al celebrar con solemnes oficios el día de la pasión de aquel que murió, manifestamos que vive realmente con Dios y resucitará felizmente el último día, y que nosotros recibiremos juntamente con él la corona de la gloria perdurable. Así, pues, hoy se quebranta la cabeza de la serpiente, se acrecienta la virtud de la fe, se da un ejemplo de victoria a los fieles, se confunde a los infieles, se alzan los estandartes de las virtudes, como lo demuestra la celebridad de este día. Porque cuando la Iglesia celebra las festividades de los mártires, no sólo se venera su victoria, sino que también se extravía confusa la crueldad de los infieles. Porque antes solían los herejes y muchos infieles burlarse de los santos mártires cuando los veían sufrir diversos suplicios por la fe de Cristo, mas ahora, por lo contrario, andan confusos cuando se celebran sus solemnidades. Hoy se venera la pasión de Santiago, porque felizmente es coronado en la gloria. Hoy, convicta la impiedad de Herodes, es confundida y maldecida, porque herido por el ángel el Señor expira consumido de gusanos. Hoy es vencido el diablo en su miembro Herodes y triunfa Cristo en su miembro Santiago. Santiago pretendía apartar a Herodes de los ídolos y hacerle entrar bajo la fe, pero Herodes quería obligarle con amenazas a volver a sus dioses. Mas él las despreciaba, porque podía alegrarse de tener el auxilio de Aquel cuya gloria, cuya voz y cuyo invencible poder había visto un día en el monte Tabor. Confiaba en Aquel a quien, rotos los lazos de la muerte y vencido el príncipe infernal, había visto ya resucitado de entre los muertos, y de quien sabía que reinaba con el Padre, pues sin duda estaba lleno de su Espíritu. Tenía su esperanza en Aquel que le llamó a su lado junto al mar de Galilea, por cuyo amor dejó todo, cuyos pasos imitó hasta los cielos con la pasión de su cuerpo. Hoy ha amanecido para el mundo aquel día en que el santo Apóstol bebió el cáliz del Señor y mereció poseer un asiento en el cielo. Porque así le había sido prometido ya por el Maestro. Porque dijo: "En verdad beberéis mi cáliz". Hoy bebió el cáliz del martirio y demostró su amor a Dios, como lo prueba la solemnidad presente. Hoy fue muerto por Herodes el que ha goza en la gloria celestial. Pero hemos de considerar en qué forma y en qué tiempo y bajo qué personas conocidas, a saber: reyes, emperadores y profetas, tales el profeta Agabo, Claudio, emperador de Roma, y Herodes, rey de Jerusalén, para demostrar que no sólo los profetas de la Ley antigua, sino también los reyes y emperadores de los paganos y todos los grandes del mundo debían antes en justicia entrar bajo la fe de Cristo. Y él mismo, al sufrir gustosamente su pasión por la fe de Cristo bajo ellos, ponía de manifiesto que no sólo los grandes del mundo, sino también los súbditos, debían recibir la misma fe cristiana. Porque dice así San Lucas evangelista en esta lección: "Bajaron profetas de Jerusalén a Antioquia. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, vaticinaba por el Espíritu una grande hambre que había de venir sobre toda la tierra, y que vino bajo Claudio". Y como Santiago quiso tener como testigos de su pasión, no sólo profetas y emperadores, mas también reyes, dice poco después el evangelista: "Por el mismo tiempo el rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia. Dio, pues, muerte a Santiago, el hermano de Juan, por la espada". Pero en primer lugar hemos de buscar qué significa esta hambre que tuvo lugar bajo Claudio para llegar por tal camino a la divina meditación. Atestigua también San Lucas evangelista que Santiago bebió el cáliz del martirio cuando la cruel hambre anunciaba en Antioquia por el profeta Agabo dominaba en todo el orbe de la tierra, reinando el emperador Claudio, y que los hermanos que estaban en Antioquia enviaron socorros según podía cada cual por medio de Saulo y Bernabé a los fieles que habitaban en Jerusalén para que no perecieran de ella. Hambre, en lenguaje sagrado, suele significar hambre del alma, que desea manjar espiritual de las Sagradas Escrituras. Porque como el cuerpo si no tiene el alimento corporal muere, así el alma si no tiene el espiritual de las Sagradas Escrituras se consume. De esta hambre dice el Señor por el profeta: "Mandaré hambre a la tierra; no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios". Alimento del alma son las sagradas palabras de las Escrituras, que suministran a quienes las exponen y practican el pan indefectible de la vida perenne. Aquel Pan que dice de Sí mismo: "Yo soy el pan vivo que bajé del cielo". La época de hambre en que fue muerto el santo Apóstol representa el tiempo transcurrido desde Adán hasta la venida del Señor, la cual deseaba ver todo el género humano y todos los profetas como quien perece de hambre. Porque sabían los profetas y los reyes que no podían saciarse o en absoluto salvarse si no venía Aquel que había de borrar los pecados del mundo y levantar el yugo de la muerte eterna y ofrecer el remedio al género humano y todos los profetas y los reyes que no podían saciarse o en absoluto salvarse si no venía Aquel que había e borrar los pecados del mundo y levantar el yugo de la muerte eterna y ofrecer el remedio al género humano y abrir con su venida las puertas del reino de los cielos. Por eso dice la Verdad a sus discípulos: "Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros y no lo oyeron". Por eso Moisés, como hambriento que desea saciarse de este Pan vivo, dice a Dios: "Señor, envía por favor a quien has de enviar". Este Pan deseaba quien decía: "Ven Señor, y no tardes; perdona las culpas de tu pueblo". Esto mismo dice Isaías: "¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras y ante tu faz se tambaleasen los montes!". Gran hambre padecía aquel que decía: "¿Dónde está la palabra del Señor? Que venga". Es decir, aquel Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. A esta palabra, esto es, al Hijo de Dios que había e venir, aludía el que decía: "El hierro traspasó su alma hasta que llegó su palabra". Y de nuevo: "Mi corazón emitió una buena palabra". Como si dijera: Secretamente el corazón de la divinidad de Dios emitió una buena palabra, es decir, envió a su Hijo al vientre de una virgen. Con su presencia deseaba saciarse el Salmista cuando decía: "Me saciaré cuando haya aparecido tu gloria". Que esta gloria es el Hijo de Dios lo testimonia Salomón, que dice: "Gloria del padre es el hijo sabio". Y en la antigua Ley está escrito: "Y apareció la gloria del Señor sobre el Sinaí". Que todo el género humano deseaba este pan lo atestigua Jeremías, que dijo: "Todo el pueblo va suspirando en busca de pan". Y en otro lugar: "Los pequeñuelos han pedido pan y no había quien se lo repartiese". Por los pequeñuelos que pedían pan se entiende principalmente los profetas de la antigua Ley, que desearon, como hemos dicho, el verdadero Pan, mas no había quien se lo repartiese, porque no había llegado aún el tiempo en que Dios enviase a su Hijo y naciera de una virgen. "Pero al llegar la plenitud de los tiempos", cuando "envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que bajo la Ley estaban", entonces el verdadero Pan, que siempre permanece entero, se parte, se abre y aparece a los hombres su sabor o virtud. Persiste entero, con su inmutable divinidad, El que en la pasión se rompe por su humanidad. ¡Cosa admirable! No sólo alimenta a los ángeles, sino también a los hombres, y permanece entero; se reparte a todos y se halla íntegro. Y cuando este manjar, o sea el Hijo de Dios, que alimentará a las criaturas celestiales con indefectible saciedad en el cielo, se hace hombre por la salvación del mundo, entonces comió el hombre pan de los ángeles, entonces se acaba el hambre y se sacia el género humano, a semejanza del cual el hijo pródigo se dijo a sí mismo: "Aquí me muero de hambre; me levantaré e iré junto a mi padre". Agabo, que con otros profetas bajó de Jerusalén a Antioquia y predijo que habría una gran hambre en el mundo, representa al primer hombre creado, el cual, faltando a los mandatos del Señor y desobedeciéndole, anunció el hambre de la divina palabra que vendría sobre el mundo. Pues como la tierra no dando fruto anuncia con su esterilidad a sus cultivadores el hambre de pan, así el género humano con el pecado de desobediencia predijo para su posteridad el hambre de la palabra Dios. Y como el cultivador de la tierra abandona como estéril por algún tiempo el campo que después de esparcida semilla no da fruto, y éste empieza criar en vez de trigo espinos y zarzas, así permitió Dios que el género humano fuese envuelto por las zarzas de los vicios, porque no quiso someterse a los mandatos de Dios. Porque así le fue prometido por el Señor después de perpetrado su delito. Cuando hayas trabajado la tierra no dará sus frutos, sino que "te criará espinos y abrojos". Como si dijera: Porque no has labrado bien la tierra, o sea a ti mismo, transgrediendo mis mandatos, no recibirás en adelante los frutos de una digna retribución, sino que te criará espinos y abrojos. Los espinos, que pinchan a quienes les tocan, representan los pecados del género humano, con los que se punza uno al padecer en el infierno los tormentos infernales. Por lo cual dice el profeta: "Con los espinos de sus pecados me rodeó este pueblo". Los abrojos, que son un alimento punzante, duro y áspero de los asnos, representan los preceptos ásperos y duros de la antigua Ley, con los que se alimenta el género humano por su iniquidad desde el principio hasta la venida del Señor, como el asno con pastos ásperos e incultos, cuando se le ordena tomar diente por diente, ojo por ojo, mano por mano, pie por pie. Por eso dice por el profeta Job: "Názcanme abrojos en vez de trigo y espinos en vez de cebada". Y dice bien que bajaron profetas de Jerusalén a Antioquia para que anunciasen allí el hambre que vendría al mundo, porque el género humano fue expulsado el paraíso, que se tiene por la tierra de la visión de la paz eterna, para que anunciase a este destierro y peregrinación el hambre de la palabra de Dios, que había de venir por su desobediencia a todos los patriarcas y profetas. Claudio, bajo quien tuvo lugar el hambre y a quien el mundo estaba sometido, simboliza la ley del Antiguo Testamento, a cuyo impero estaba sujeto el género humano. A este Claudio y a tal hambre se refiere la Historia eclesiástica en estos términos: "A Gayo, que por cuatro años y no completos tuvo el principado, le sucedió el emperador Claudio, bajo el cual un hambre bastante cruel dominó en todo el orbe de la tierra. Y esto mucho antes habían predicho nuestros profetas que ocurriría". Así, pues, en tiempos del emperador Claudio hubo hambre en el mundo, porque antes de la encarnación del Señor no podía el género humano justificarse, saciarse y hartarse con los preceptos de la antigua Ley, hasta que viniera Aquel que diese a todos la gracia de la redención. Pues que no por la Ley, sino por la gracia, podría salvarse el hombre lo demuestra el Apóstol cuando dice: "De gracia habéis sido salvados por la fe". Lo cual hace ver claramente el profeta Eliseo, que devolvió un muerto a la vida, no ya enviando su báculo o por medio de un mensajero, sino por sí mismo. Pues Eliseo es la figura del Señor, el báculo de la dureza de la ley y el mensajero de Moisés y el difunto del género humano. Envió, pues, Eliseo por su criado el bastón para ponerlo sobre el niño muerto y no resucitó; vino él mismo, se juntó y apretó contra el cuerpo del niño y éste resucitó; también Nuestro Señor envió por Moisés la ley y no le aprovechó en sus pecados al género humano muerto, pero vino El mismo y descendió con la gracia, se humilló, tomó nuestra mortalidad y así el hombre pecador, o sea el género humano, tornó a la vida celestial. Y sigue: "Los discípulos, pues, determinaron enviar socorros, cada cual según sus facultades, a los hermanos que habitaban en Judea". Los discípulos envían socorro a Judea, porque el hambre asolaba la tierra estéril. Pues por la esterilidad de la tierra suele venir al mundo el hambre terrible. La esterilidad de la tierra se produce muchas veces o cuando la cizaña ahoga la semilla esparcida o cuando el sembrador no se la echa. Se dice que la cizaña ahoga la semilla recibida porque como en la tierra no puede crecer lo sembrado al sobrevenir la cizaña, tampoco puede fructificar la semilla de la palabra divina en el género humano al sobrevenir los pecados o diversas y peregrinas doctrinas. Y como el sembrador no echa en la tierra la simiente, porque la falta, así muchas veces el predicador no da la semilla de la palabra de Dios al género humano, porque pierde la elocuencia de la palabra divina o por las acciones injustas del pueblo o por sus propias malas obras. Pues al predicador puede serle quitada la gracia del Espíritu Santo por la iniquidad del pueblo, como lo dice el Señor por el profeta: "Haré que se te pegue tu lengua al paladar y quedarás mudo y no serás ya como un censor, porque es casa rebelde". Y en otro lugar dice por el profeta el Señor: "Mandaré a las nubes que no lluevan sobre vosotros". El Señor manda a las nubes del cielo que no lluevan sobre el género humano, porque al mismo predicador le quita la lluvia de su gracia por la iniquidad de su gente Quien en todos odia la iniquidad. Y testigo es Salomón, que dice: "El Espíritu Santo de la disciplina huye del engaño, porque en alma maliciosa no entrará la sabiduría ni morará en cuerpo esclavo del pecado". También por sus malas obras pierde el predicador la gracia de la palabra de Dios, como se lo dice el Señor por el Salmista: "Pero al pecador le dice Dios: ¿Por qué cuentas tú mis preceptos y tomas mi testamento en tu boca? Tú odias en verdad mis enseñanzas y has echado a la espalda mis palabras. Si veías a un ladrón corrías tras él y con los adúlteros ponías tu parte; tu boca abundaba en malicia y tu lengua urdía engaños; sentado hablabas mal de tu hermano y contra el hijo de tu madre decías calumnias. Esto hiciste y yo callé. ¿Creías, injusto, que yo era como tú? Pero te argüiré y lo pondré ante tus ojos". Entended esto vosotros, pastores de las iglesias, que os olvidáis de Dios, no sea que el diablo os lleve un día del mundo y no haya quien os arranque de sus manos. Y en otra parte está escrito: "Tú que predicas que no se debe robar, ¿robas?" Y Salomón dice: "El perezoso no puede arar por el frío". Como si dijese claramente: El pastor de la iglesia no quiere arar la tierra de sus feligreses, o sea cultivarla, porque viviendo mal se empereza con el frío de sus vicios. Y como por estos motivos se le suprime la gracia de la palabra de Dios, no echa la simiente a la tierra , o sea, al género humano, sino que permanece éste como tierra estéril y vana. Y como el cultivador de la tierra no puede echar la simiente en la tierra si no la tiene a mano, así el predicador tampoco puede impartir al mundo la semilla de la divina palabra si no le fuere dada por Dios. Lo cual se indica cuando se dice: "Los discípulos, pues, determinaron enviar socorros, cada cual según sus facultades, a los hermanos que habitaban en Judea". No les enviaban lo que les faltaba a ellos, sino lo que tenían. Vea, pues, quien desee predicar la palabra de Dios de no perder por sus pecados la gracia del Espíritu Santo, mas viva justamente en Cristo para que pueda repartir a todos con abundancia la palabra de Dios. Asimismo vea el pueblo de no perder por sus injustas obras la gracia que Dios debe darle por medio del predicador, mas persevere en las buenas acciones para que pueda ser perennemente templo de la gracia de Dios. Porque si a la vez son buenos la tierra y el sembrador, la tierra ya no será estéril, sino fructífera y dará fruto, ya ciento por uno, ya sesenta.

Refiere la Historia eclesiástica que por medio de Pablo y Bernabé los hermanos que estaban en Antioquia enviaron socorro, cada cual según sus recursos, a los ancianos que vivían en Jerusalén. Como que Jerusalén se traduce por visión de paz. Y por los discípulos que enviaron socorros para vivir a los ancianos que habitaban en Jerusalén, se representa a los doctores de la Ley antigua, es decir los profetas, patriarcas y reyes, los cuales dieron socorro de vida, o sea testimonios de su ley, a los doctores de la nueva Ley de la gracia, que predicaban la visión de la verdadera paz que es Cristo para que con tales testimonios pudieran afirmar a Nuestro Redentor como Hijo del eterno Dios y nacido de la inmaculada Virgen María, y confirmar la doctrina evangélica. Pues debe saberse que la ley del Antiguo Testamento, ya que con testimonios de éste se afirman en el Evangelio la natividad, pasión, resurrección y ascensión de Cristo. Porque así está escrito: "Pasó lo viejo y he aquí que se ha hecho nuevo". Dice bien que pasó lo viejo, porque los preceptos de la Ley y por la regeneración del bautismo se renovaron. Pasaron los mandatos del Antiguo Testamento a la gracia de la nueva Ley y se renovaron por la fe. No pasaron para no ser, sino que pasaron de la vejez y la aspereza para continuar en la dulzura de la nueva gracia. Esta es la rueda que vio un día el profeta Ezequiel en medio de otra rueda. Esta es el agua convertida en vino para las bodas de Caná de Galilea. Esta es la mutación de la diestra el Altísimo. Esta es la traslación de la que vaticinó Jeremías diciendo: "Fue trasladada toda Judea, con emigración completa". Y para manifestarse el Señor como promulgador de la nueva Ley y mostrar que no era destructor de la antigua dijo: "No he venido a abrogar la ley, sino a consumarla". Se consuma la ley por la plenitud del amor, como dice el Apóstol: "Pues el cumplimiento de la ley es el amor". Quien desee, pues, ser predicador de la nueva Ley reciba el Nuevo Testamento sin rechazar el Antiguo, mas exponga lo viejo y lo nuevo del tesoro divino. Porque así dice el apóstol San Pablo: "No apaguéis el espíritu, no despreciéis la profecía". Con el espíritu se alude a la gracia de la nueva Ley, y por la profecía, que es una parte del Antiguo Testamento, se entiende naturalmente toda la Ley antigua. Pero veamos lo que dice San Lucas en este versículo: "Los discípulos, pues, determinaron enviar socorro, cada cual según sus facultades, a los hermanos que habitaban en Judea". Mas ¿qué poseían o qué determinaron? En verdad tenían con qué extinguir la cruel hambre y saciar al género humano. Verazmente los profetas y patriarcas en la Ley antigua determinaron escribiendo en sus códices la natividad, pasión, resurrección y ascensión de Cristo, y las pusieron diligentemente en manos de los evangelistas y apóstoles y demás doctores de la nueva Ley. Tenían, pues, a mano la natividad del hijo de Dios, por la que nace del Padre, como dice ciertamente uno de aquéllos, Isaías: "¿Quién contará su generación?". Tenían también en el cofre de su corazón la segunda natividad de Aquél, por la cual nacería de una virgen, como dice el mismo Isaías: "Y es hombre y quién le conocerá". Y en otro lugar: "He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo y será llamado de nombre Emmanuel", que significa Dios con nosotros. Y de nuevo dice: "Saldrá una vara del tronco de Jesé y subirá una flor de su raíz". Tenía también en el cofre de su corazón la venida de Cristo Jeremías cuando decía: "Como un colono has de venir a la tierra y como un caminante que se apea para quedarse". Como un colono vino el Señor a la tierra, porque cultivó con un dulzor de su nueva gracia al género humano, que yacía en la amargura del primer padre. Vino a la tierra como un caminante, ya que por la sangre de su pasión abrió a los fieles el camino para que fuesen a la mansión celestial. Vino a la tierra como quien se apea para quedarse, porque estando con su Padre bajó acá abajo al vientre de una virgen para salvar al género humano y habitar perennemente con su inefable amor en quienes guardan su testamento y tienen presentes sus mandamientos para cumplirlos. El mismo lo afirma diciendo: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él moraremos". Y en otro lugar dice el Señor: "Y andaré y habitaré entre ellos". Tenían además los santos profetas a mano la pasión triunfante de Cristo, con la que redimiría al mundo, como dijo uno de ellos: "Me han taladrado las manos y los pies; han contado todos mis huesos". Y otro dice a la impía multitud de los judíos: "Verás tu vida pendiente de ti y no creerás en tu vida". Y también dice otro: "Los hombres impíos dijeron: Oprimamos injustamente al varón justo". Tenían también su gloriosa resurrección, de la que dice así uno de ellos: "Por la opresión de los necesitados y el gemir de los menesterosos me levantaré ahora mismo –dice el Señor-". Y a su vez otro dijo: "Nos dará vida después de dos días; al tercer día nos despertará". Tenían también en el tesoro de su corazón la milagrosa ascensión de Aquél, que uno de ellos sacó del tesoro y envió a sus hermanos a Jerusalén diciendo: "Subió Dios en medio del júbilo; el Señor en la voz de la trompeta". Asimismo dice otro: "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí que el Hijo del hombre vino y llegó hasta el Anciano de los días". El Anciano de los días se llama a Dios Padre, que antes de todos los tiempos permanece eterno en la Trinidad. Leemos que hasta El ascendió el Hijo. Tenían también en los tesoros de su conciencia la venida del Espíritu Santo Paráclito sobre los discípulos, como dice uno de aquéllos hablando por Dios: "Derramaré mi espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas". Y de nuevo: "Cuando haya sido santificado en vosotros os reuniré de todas las tierras y esparciré sobre vosotros agua pura, y quedaréis limpios de todas vuestras manchas, y os daré mi espíritu, dice el Señor". Tenían además a disposición el día del juicio, como lo atestigua uno de aquéllos diciendo: "Vendrá manifiestamente Dios, nuestro Dios, y no en silencio. Delante de El arderá fuego". Y dice otro: "Se levantarán los muertos y resucitarán los que están en los sepulcros". Y otro: "Día de ira el día aquel, día de calamidades y miserias, día muy grande y amargo".

Estos son, carísimos hermanos, los tesoros de aquéllos; estas son sus provisiones, estos son los hórreos de donde recibieron gloriosos granos y socorros de vida eterna los discípulos, es decir, los profetas de Dios, y enviaron a los ancianos que vivían en Jerusalén. Pero en estos tesoros no se halla pan de insatisfacción, sino alimento de vida celestial. Aquel pan que no sólo alimenta a los hombres, sino que también nutre a los ángeles, porque los hace perdurables. El propio Pan que dice de Sí mismo: "Quien come de este pan vivirá eternamente". Este es el pan sin el cual no se extingue el hambre del género humano, sino que se prolonga. Este es el pan y el socorro que los discípulos enviaron a los hermanos que habitaban en Judea para que no hubiera más hambre de muerte en el mundo, sino alimento de vida celestial. Como dice El mismo: "El pan que yo os daré es mi carne para vida del mundo". Pero ¿qué es lo que dice San Lucas, que determinaron enviar socorro cada uno a los hermanos que habitaban en Judea, cuando dice la Historia eclesiástica que enviaron socorro a los ancianos que vivían en Jerusalén, sino enseñar que la predicación evangélica se abre primero por el propio Señor en Jerusalén y después en toda la Judea por los apóstoles?. Como el mismo Lucas afirma que el Señor lo dijo a sus discípulos así: "Me seréis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y en Samaria y hasta el extremo de la tierra". Y como Jerusalén se traduce por visión de paz y Judea por confesión, con razón se envían socorros de vida a los que en ellas habitan, para demostrar claramente que Dios concede la gracia celestial a los que creen en Cristo por la confesión de la fe y alcanzan la visión de la paz de la patria eterna por su corazón y sus obras. Y como el Señor habita en aquellos que aman la paz, dice bien por medio del profeta: "Sobre quién descansa mi espíritu, sino sobre el humilde y pacífico y temeroso de mis palabras?". Y el Salmista dice: "Mucha paz –es decir, Cristo- tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo". Y como por la confesión de la verdadera fe desea habitar en los hombres el Espíritu Santo, que es el socorro de la vida eterna, con razón nos advierte que salgamos a su encuentro para confesarle diciendo por medio del Salmista: "Lleguémonos ante su faz confesándole". "Lo cual hicieron enviándolo a los ancianos por medio de Bernabé y de Saulo". No se lee en esta lección que los hermanos enviasen socorro sino a los hermanos que habitaban en Judea, aunque se dice que había hambre en todo el orbe de la tierra. ¿Cómo pues, se lee que el Espíritu Santo, que estaba en los discípulos y que no hace distingos entre las gentes, envió socorro solamente a los hermanos de Judea y no de todas partes, cuando se lee que hubo hambre en todo el orbe de la tierra?. Pero pronto se ve si se entienden espiritualmente. Se lee que principalmente se enviaron medios de vida a los hermanos de Judea para enseñar que vienen a ser hermanos en Cristo y se llenan de la gracia de Dios todos aquellos que desean perseverar en la confesión de la santa indivisible Trinidad por sus buenas obras. El propio Señor dice en el Evangelio: "Todo el que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ese es mi hermano". Y en otro lugar: "Todos vosotros sois hermanos". Bernabé y Saulo, por quienes los discípulos envían el socorro a los hermanos de Judea, representan a los dos coros de predicadores, a saber: el de los apóstoles y el de los doctores, con cuyas exhortaciones envió el Señor socorro a los pueblos hambrientos, o sea la gracia de su palabra por la confesión de su nombre, puesto que "por toda la tierra salió su pregón y a los confines del orbe de la tierra sus palabras" llegaron. Porque como los discípulos enviaron socorro corporal a los hermanos de Judea por Saulo y Bernabé, así el Señor por estos dos coros de predicadores envía al mundo el alimento espiritual de la fe. De los cuales fueron antes de la pasión de Cristo aquellos a quienes el Señor encomendó el socorro, o sea la palabra de vida, cuando los envió de dos en dos delante de Sí hacia el lugar a donde había de ir. Y a su vez el otro coro fueron aquellos a quienes después de su pasión les confió el mismo socorro y por ellos lo envió al mundo cuando les dijo: "Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas. Quien creyere y fuere bautizado se salvará. Pero quien no creyere se condenará". Así, pues, todos los que desde aquel tiempo en que el Señor los envió de dos en dos hasta el día de hoy comunicaron fielmente a los corazones de los hombres las palabras de la vida eterna o las dejaron a los venideros escritas en sus códices, como Bernabé y Saulo llevaron a los hermanos desde Antioquia a Jerusalén socorros para sustentarse. Y como tal socorro era muy apetecible y preciosísimo y necesario, muchos dieron lo que poseían de valor para conseguirlo. Pues realmente es valioso lo que dio el hombre para lograrlo. Porque nada hay más precioso para el hombre que él mismo. Y a sí mismo se dio el Apóstol San Pedro por este socorro cuando por conseguirlo clavó su cuerpo en una cruz(1). Por este socorro se dio a sí mismo San Pablo al entregar su cuerpo a la degollación. A sí mismo se dio San Andrés por este socorro cuando con alegría en el corazón extendió en una cruz sus miembros. Por este socorro se dio a sí mismo San Esteban protomártir cuando quiso ser apedreado por Cristo. Todo lo que de más valor poseía dio por este socorro San Bartolomé(2) cuando por Cristo quiso ser desollado. Tales precios y tales dones dieron los santos varones por poseer el alimento de la vida eterna, como afirma Jeremías, que dice: "Han dado todas las cosas preciosas por la comida para sostener la vida". Todo lo más precioso dieron por el apetecible manjar las gentes que se entregaron a diversas tribulaciones por la vida del alma. Porque cuantos echaron sus cuerpos a padecer o afligieron su carne con llorosas súplicas o largos ayunos o diversas mortificaciones, dieron todas las cosas más preciadas por recibir este alimento. Porque sabían que con este don nada de valor podía igualarse o compararse, sino que estaba de mostrado que todas las cosas le eran inferiores. Testigo de ellos es aquel que buscaba hermosas perlas y habiendo hallado una preciosa dio todos sus bienes para comprarla. Que el tesoro del reino celestial es comparable con esta perla lo atestigua aquel que la compró buscando el reino de los cielos. Y nosotros, carísimos hermanos, no debemos ser ajenos a este sustento de vida, mas si no podemos ya dar nuestros cuerpos con martirio de sangre derramada, como los dieron nuestros predecesores, tenemos, sin embargo, algo que por el sustento de vida podemos ofrecer. Porque si hacemos bien a aquellos que nos odien, si toleramos con paciencia las afrentas que nos infieran nuestros prójimos, si damos a los necesitados algún alimento saludable según nuestras posibilidades, si amamos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, si sometemos nuestros miembros al libre servicio de Dios, velando, orando, ayunando, odiando los vicios, renunciando a los pecados cometidos, huyendo de los prohibido, despreciando la gloria del mundo, sin duda alguna recibiremos el alimento de la vida eterna. Y no dudó en dar por conseguir este incomparable sustento sus más preciosos bienes al Apóstol Santiago, de gloriosísima virtud, cuando entregó voluntariamente en manos del cruel Herodes el valiosísimo tesoro de su cuerpo para sufrir su pasión por Cristo, según lo pone de manifiesto la presente solemnidad, al decir la lección de hoy: "Por aquel tiempo el rey Herodes puso sus manos en maltratar a algunos de la Iglesia, y dio muerte a Santiago, hermano e Juan, por la espada". ¿Qué significa, hermanos, que al mismo tiempo en que había hambre en todo el mundo entregase Santiago por Cristo su cuerpo al suplicio, sino indicar abiertamente que aquellos que padecen hambre de la palabra de Dios y desean de todo corazón el reino de los cielos deben despojarse de los vicios de la carne y revestirse de las virtudes del alma?. El Santo Apóstol despojó su cuerpo del pecado original y se revistió de la virtud de la paciencia y del amor de Dios cuando soportó pacientemente por Cristo los tormentos de su pasión. Siguiendo este ejemplo debemos también nosotros, dilectísimos hermanos, mortificar las aficiones de nuestra carne si queremos poseer el reino perdurable. Pues por Santiago, que muere corporalmente en el tiempo del hambre por amor a Cristo, están representados los corazones de los santos que por el deseo del reino de los cielos mueren para el mundo y prueban vivir para Dios. Mueren para los vicios y viven para las divinas virtudes, como afirma el apóstol San Pablo diciendo: "Y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí": Ya no vivía él por afecto a su carne, pues había mortificado en sí mismo los vicios de aquélla, sino que vivía en él Cristo, porque ya resplandecía por sus virtudes. Así, pues, el hombre muere para el mundo cuando por amor divino desecha sus malas obras con las cuales solía llevar una vida vana. Vive para Dios cuando con buenas obras ha comenzado ya a mejorar de vida. Muere también para el mundo cuando deja de ser pagano, y vive para Dios cuando ha empezado a ser cristiano. Muere para el mundo cuando deja de ser judío, y vive para Dios cuando ha empezado a ser cristiano. Muere para el mundo cuando deja de ser hereje, y vive para Dios cuando ha empezado a ser creyente en todo. Muere para el mundo cuando deja de ser ladrón, adúltero, fornicador, envidioso, avaro y vicioso, y vive para Dios cuando ha empezado a arrepentirse de todo. Esta es la verdadera mortificación y divina vivificación que el apóstol San Pablo nos aconseja practicar diciendo: "Llevemos siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús para que la vida de Jesús se manifieste en nosotros". Y como se cuenta que Santiago, el cual se traduce por suplantador y era hermano de Juan que significa gracia de Dios, fue muerto por la espada en el tiempo del hambre, justamente se indican con él los que suplantan sus vicios por las buenas virtudes y los que se hacen hermanos con las buenas obras de la gracia de Dios, los cuales por el deseo del reino celestial reciben gustosos con el oído de su corazón la espada del Espíritu que es la palabra de Dios, para que por esta espada puedan morir para los vicios y vivir para las buenas acciones. De este Santiago cuenta San Clemente Alejandrino una anécdota digna de memoria en el libro séptimo de sus Disposiciones, de este modo: Cuando marchaba a la muerte, aquel que le había entregado al juez para el martirio, viéndole condenado a morir y movido a penitencia, confesó que era cristiano. Fueron, pues, llevados los dos juntos al suplicio. Al ser conducidos se echó aquél a los pies de Santiago en el camino y le rogaba que le perdonase. Santiago, meditando un momento, le dijo: "La paz sea contigo". Y le besó. Y así los dos fueron decapitados juntamente. Este que primero entregó al Apóstol al juez para el martirio y al fin, movido a penitencia, manifestó que era cristiano y recibió la corona del martirio juntamente con él, representa a los perversos e infieles que primeramente persiguen a Cristo, ya viviendo mal, ya ofendiendo a los justos, y por fin tornan a Dios por la confesión del arrepentimiento, la mortificación del cuerpo, la fe del corazón y la constancia del bien obrar. Entre ellos está San Pablo, que primero persigue al diácono San Esteban y a la Iglesia de Cristo, y por fin se convierte a la fe y sufre por Cristo pasión. Pero qué nombre tenía el que entregó al Apóstol al juez para el martirio, lo expresa claramente la narración de su pasión cuando dice: "Entonces aquel escriba de los fariseos llamado Josías, que le echó al cuello la soga, se la quitó y se echó a sus pies", etc. Y con razón se traduce Josías(3) por salvación del Señor, porque él mismo, que después de entregar al Apóstol recobró la salvación de Cristo, hizo ver a todos los perversos que después de perpetrados los delitos pueden recobrar la deseada salvación del Señor para las almas, si se apartan del mal y se aplican al bien. Esta es aquella salvación de la que dice la Verdad: "Yo soy la salvación del pueblo, dice el Señor". Y el profeta dice: "Porque todo el que invocare el nombre del Señor será salvo". En esta sentencia están comprometidos los herejes que dicen que el hombre después de caer en el pecado no puede obtener el perdón por la confesión y la penitencia. Pero hemos de ver de qué manera todo el que invoca el nombre del Señor será salvo. Porque muchos invocan el nombre del Señor que no se salvan, como los judíos, los paganos, los herejes y muchos infieles que en verdad se condenan. Y bien hizo el profeta poniendo al comienzo de dicha sentencia la palabra todo, para enseñar claramente que todo hombre cabal y no a medias, es el que ama a Dios y guarda sus mandamientos, y que sin duda puede salvarse si invocara de todo corazón y obrando bien el nombre del Señor que es Jesucristo, como lo atestigua Salomón, que dice: "Teme a Dios y guarda sus mandamientos; esto es todo el hombre". Todo hombre íntegro y no a medias es el que teme a Dios amándole y guarda sus mandamientos. Y guarda en efecto los preceptos del Señor el que persevera en las buenas obras hasta el fin. Pero de qué manera el Señor está cerca de la invocación del hombre, lo indica el Salmista cuando dice: "Cerca está el Señor de todos los que le invocan, de todos los que le invocan de veras. Hará la voluntad de los que le temen y escuchará su súplica y los salvará". Para todos los que le invocan de verdad está cerca el Señor, porque quien le invocare con la verdad de la fe y del buen obrar se salvará sin duda. Para todos los que le invocan de verdad está cerca el Señor, puesto que se apiadó del género humano en su Hijo que es el camino, la verdad y la vida, cuando se dignó enviarle al mundo por medio de una virgen.

Continúa: "Y habiendo bajado Herodes de la Judea a Cesárea, residió allí". No te extrañe, prudente lector, si en esta lección se pasa por alto poco antes de este versículo la prisión de San Pedro, ya que la liturgia en forma irreprochable lee lo que pertenece a la solemnidad que celebra en el momento y deja lo demás, o porque no debe leerse o porque cuesta trabajo leerlo. Así, pues, en la lección de San Esteban, que comienza: "Esteban, lleno de gracia y fortaleza", omite muchas cosas antes del versículo que dice: "Al oír estas cosas, se llenaban de rabia sus corazones y rechinaban los dientes contra él". Mas lo omitido se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Una práctica semejante se observa también el día de la Natividad del Señor, en la lección que en muchos lugares se lee para la misa, y que empieza así: "El pueblo gentil que andaba en las tinieblas vio una gran luz". Antes de decir: "Nos ha nacido un niño", deja muchas cosas que están escritas a continuación en el libro del profeta Isaías. De nuevo se observa esta práctica en la lección para la misa de un confesor: "He aquí un gran sacerdote que en sus días agradó a Dios". Y esto mismo se repite en varios lugares en el libro de las lecciones de las misas. Por lo cual está claro que no debe hoy leerse en la misa la lección de San Pedro, que habla de su prisión, sino que mejor debe rezarse en su festividad. Pero veamos qué significa el mismo San Pedro que fue encarcelado. San Pedro, pues, que, muerto Santiago por Herodes, fue encerrado en una cárcel y atado con cadenas, y que sacado por un ángel fue conducido hasta la puerta de hierro que llevaba a la ciudad, representa al género humano al cual viniendo en carne el Hijo de Dios, que es el ángel del gran consejo lo desató de las cadenas de sus culpas, con las que lo tenía sujeto el diablo por medio de las malas tentaciones, y lo condujo con su gracia hasta la puerta de la fe, que lleva a la ciudad del reino de los cielos. La cual se llama con razón puerta de hierro, por su fortaleza, porque se abre no para los inmundos o manchados, sino para los piadosos y mansos. Porque el reino de los cielos padece violencia y los violentos lo saquean. Mas ya que hemos hablado brevemente de la prisión de San Pedro, veamos ahora a muerte más que infame del inicuo rey Herodes, que tan grandes crímenes perpetró contra los apóstoles del Señor. Porque el desgraciado fin de Herodes debe leerse hoy en esta lección, para que se vea claramente que le aniquila un ángel precisamente por haber dado muerte por la espada a un apóstol del Señor. Después de haber cometido tal crimen contra los apóstoles, dice la lección de hoy que: "Habiendo bajado Herodes de la Judea a Cesárea, residió allí. Pues estaba irritado contra los tirios y sidonios; pero ellos, de común acuerdo, se presentaron a él y habiéndose ganado a Blasto, camarero mayor el rey, le pidieron la paz, por cuanto sus regiones se abastecían del territorio del reino. El día señalado, Herodes, vestido con las vestiduras reales, se sentó en su estrado y les dirigió la palabra. Entonces el pueblo comenzó a gritar: "¡Palabras de Dios y no de hombre!". Al instante le hirió el ángel del Señor y expiró comido de gusanos, por no haber glorificado a Dios". Pero es de admirar la gran concordancia de la Sagrada Escritura con el historiador de aquella nación. Porque el propio Josefo cuenta de este Herodes en el libro XIX de sus Antigüedades, que después de haber sido atacado por un ángel con un increíble dolor e hinchazón de vientre, sacudido más reciamente por la fuerza de aquél, fue llevado en seguida del teatro al palacio. Y habiéndose divulgado que estaba para morir, se reunió una enorme muchedumbre de toda edad y sexo, que suplicaba a Dios todopoderoso por la salud del rey, sobre las alfombras del estrado, según costumbre nacional. Todo el palacio real resonaba de llantos y gemido. Entre tanto, el propio rey, acostado en una elevada galería, mirando hacia abajo y viendo a todos inclinados y postrados llorando, tampoco podía contener las lágrimas. Pero atormentado cinco días seguidos por dolores de vientre, se rompió violentamente su vida. Tenía cincuenta y tres años de edad y estaba en el séptimo de su reinado, pues había reinado cuatro bajo Gayo César, teniendo por tres la tetrarquía de Filipo e incorporando también en el cuarto la de Herodes, y los tres restantes bajo Claudio César. Pero hemos de indicar qué es lo que significa este inicuo Herodes. Pues Herodes, que en su injusto reinado persiguió a los apóstoles, dando muerte a Santiago y encarcelando a San Pedro, representa al demonio, que sometió alevosamente a su inicuo dominio a todo el género humano antes de la encarnación del Señor, por el pecado del primer hombre. Y con razón se lee que bajó e la Judea, que se traduce por confesión, a Cesárea, que en este pasaje designa al mundo, porque el demonio descendió como de la confesión de Dios al mundo, cuando por la envidia que tuvo de la contemplación de Dios cayó en el infierno. "Estaba irritado contra los tirios y sidonios". Herodes, que estaba irritado contra los tirios y sidonios, representa en verdad al propio demonio, que estaba como irritado contra el género humano cuando en el paraíso lo tentó por envidia con su astucia. El demonio estaba irritado, porque había perdido su puesto en los cielos. Estaba irritado, porque presumía que el género humano iba a sentarse en el lugar de donde él había sido derribado. Y más aún se irritó cuando perdió a la muchedumbre de santos que tenía consigo cautiva en el infierno, al liberarla el Señor. Se irrita además el demonio cuando ve perseverar a los buenos en las buenas obras; se irrita cuando ve a los pecadores recurrir a la penitencia y pierde a los que solía tener sujetos por medio de los vicios. "Pero ellos, de común acuerdo, se presentaron a él, y habiendo ganado a Blasto, camarero del rey, le pidieron la paz, por cuanto sus regiones se abastecían del territorio del reino". Las ricas gentes de Tiro y Sidón, que vinieron unánimes a pedir la paz a Herodes, representan a los profetas y patriarcas y reyes de la antigua Ley, que por la culpa del primer hombre venían a ser cautivos del demonio en el infierno. Por eso pedían la paz entre Dios y el hombre deseando a venida del Señor. Pues ¿qué otra cosa pedían sino verdadera paz entre Dios y el hombre, o sea a Jesucristo, que es la verdadera paz, los que estaban presos con las cadenas del pecado de nuestro primer padre?. Sin duda deseaba la verdadera paz el que decía: "Y habrá paz en nuestra tierra cuando venga". Y otro dijo: "Nacerá en sus días la justicia y abundará la paz". Nace en verdad la justicia en los días de la venida de Cristo, porque precisamente nace en la tierra el Hijo de Dios para convencer al mundo de pecado y de justicia y de juicio. Y viene con él paz abundante, porque viene al mundo Quien precisamente aseguró la paz entre Dios y el hombre. De aquí que el coro de los ángeles cantase al nacer el Señor: "Gloria a Dios en las alturas y paz –que es Cristo- en la tierra a los hombres de buena voluntad". Pues en los días del Señor hubo tanta paz en la tierra que ningún hombre se atrevía a hacer armas contra otro. Lo afirma el profeta, que dice: "De sus espadas forjarán rejas de arado y hoces de sus lanzas. No levantará la espada pueblo contra pueblo ni se ejercitarán más para el combate". De aquí lo que dice el Salmista: "Venid y ved las obras del Señor, los prodigios que ha obrado en la tierra, suprimiendo las guerras hasta sus confines. Romperá el arco y destruirá las armas y quemará en el fuego los escudos. Aquietaos y ved que yo soy Dios". "El día señalado, Herodes, vestido con las vestiduras reales, se sentó en su estrado y les dirigió la palabra". La gran vestidura real que vestía Herodes significa la arrogancia simulada del demonio con la que suele engañar a los buenos, porque siendo un ángel de las tinieblas se transfigura en ángel de la luz para más suavemente engañarlos. Lo que Herodes hablaba al pueblo representa las sugestiones y tentaciones del diablo, con las cuales no deja de servir al hombre malos vicios, a saber: la codicia, la lujuria, la avaricia, el odio, el homicidio, el adulterio, la fornicación, el hurto, la vanilocuencia, la maledicencia, la desobediencia y otros semejantes. Mas después que el demonio ha infundido e inculcado al hombre todo esto, al salir el alma del cuerpo humano busca aquél su fruto mostrándole el mal que le aconsejó que obrase, para arrastrársela como compañera en los tormentos. Y es preciso resistirle por medio de las buenas obras; como dice San Pablo: "Sed sobrios y velad, porque vuestro enemigo el diablo anda rondando como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe". Entonces el pueblo comenzó a gritar: "¡Palabras de Dios y no de hombre!", porque creía que más podía aprovecharle la eterna paz de Dios que la del hombre. El pueblo clamaba "¡Palabras de Dios y no de hombre!", representa a los profetas y reyes de la Ley antigua, que deseaban la verdadera paz o sea al Hijo de Dios, como antes dijimos, que vendría en carne, pues uno de ellos, que fue el santo Simeón, recibió del Espíritu Santo la respuesta de que no vería la muerte sin haber visto antes a Cristo. Y como el pueblo no podía tener paz viviendo Herodes, si no venía antes del cielo el ángel que le matase, así tampoco había podido tener la perenne paz divina el género humano, mientras no viniese el Hijo de Dios, que es el ángel del gran consejo y que con su divinidad, por medio de la sangre de su pasión, quebrantaría a Herodes, o sea el diablo, y afirmaría la verdadera paz entre Dios y el hombre. Esta es la paz que el mismo Hijo de Dios, después de hundir al demonio en el infierno y resucitar de entre los muertos, dio a sus discípulos diciéndoles: "Mi paz os doy, la paz os dejo". "Al instante le hirió el ángel del Señor y expiró consumido de gusanos, por no haber glorificado a Dios". El ángel del Señor que hirió a Herodes representa al Hijo de Dios, que es el ángel del gran consejo, como hemos dicho, y que viniendo en carne quebrantó al diablo, cuya prisión y derrota deseaba el profeta Job cuando dijo al Señor: "¿Pescarás acaso al Leviatán con anzuelo?". El Leviatán es un monstruo acuático que supera en tamaño a todas las serpientes y aun a las torres soberbias del mundo, que habita en aguas remotas y que sorbe todos los ríos de la tierra, con los cuales se alude a las naciones, como describe el mismo Job, y no puede hartarse hasta que entre en su boca el Jordán, que simboliza a los cristianos. El Leviatán sorbe además, lo que es peor, a algunos cristianos gracias a diversos vicios. Engulle a uno por su codicia, a otro por sus fraudes, a otros por otros pecados. Porque el Leviatán representa al demonio y el anzuelo, donde por fuera se ofrece a los peces como cebo la carne de ciertos gusanos y por dentro se esconde un aguijón para enganchar al pez, simboliza al Hijo de Dios, en quien mostró Dios Padre al diablo la carne humana sujeta a padecer y escondió la divinidad con que derrotó al mismo demonio al padecer en la cruz la carne de su Hijo. Pues al descender el Señor a los infiernos para libertar a los suyos, pensó el demonio retenerle en sus tormentos y engullir como un pez la carne del anzuelo; pero éste, o sea el Hijo de Dios, le descubrió el aguijón de su divinidad, que antes había ocultado con la carne, y con él le derrotó gravemente y rompió sus cerrojos de hierro. Los gusanos que comieron la carne del inicuo Herodes representan a los gusanos infernales que atormentan a los malos en el báratro. De los cuales clama terriblemente el Señor en el Evangelio: "Donde están los gusanos que no mueren y el fuego que no se apaga". Entiéndase unos gusanos punzantes, voraces, devoradores de las almas, salvajes, más crueles que todas las bestias y que nunca morirán. Como no pueden morir las almas, tampoco pueden morir ellos. En el infierno hay fuego que no muere, sino que está siempre ardiendo. Este fuego no quema leña o piedras o grasa alguna, sino que hace arder y consume las almas de los pecadores. Sus ascuas son los malvados espíritus de éstos. Teman, pues, los que no tributan honores a Dios, los que obran mal, porque si no se arrepintieren buscando el bien, serán presa de tales tormentos. Porque así fue castigado Herodes con gusanos, por no haber glorificado a Dios, y así quien no honre a Dios obrando bien será castigado en el infierno con estos gusanos infernales. Allí se dice que el calor es tanto que si uno llegase a sentir un poco de él, no viviría más. Y también hace allí tanto frío que nadie podría vivir si lo sintiese. Y que en este calor y en este frío son atormentadas las almas de los pecadores, lo atestigua el santo Job, que dice: "Del calor excesivo pasarán a las aguas de las nieves". En el ardor extraordinario del infierno arden y son atormentadas las almas de aquellos que mueren torpemente en el calor de sus vicios. En las heladas aguas infernales son atormentadas las almas de aquellos que por sus malas obras se hacen fríos y no se calientan al calor del Espíritu Santo. Por eso dijo bellamente y en verso cierto sabio:

De la verdad los dictados seguid los que andáis errados.
Evitad para lo eterno la vía que va al infierno.
Vía de tremenda suerte bajo el yugo de la muerte,
Donde siempre las torturas son de todas las más duras;
Que si alguno las sintiera y al mundo después volviera,
Más querría ser quemado aquí que allí torturado.
Tal lugar, pues, evitemos donde hay fuego y lo sabemos,
Cuyas penas no decrecen ni sus llamas se adormecen.
Cristiano, tú que embarcado vas en el mundo, cuidado.
Ten creyente en tu memoria que sólo en el cielo hay gloria,
Donde siempre hay claridad y paz por la eternidad,
Un día siempre esplendente y de él toda nube ausente.

Porque así como ningún bien de la tierra puede compararse con los bienes celestiales, así tampoco ningún mal de la tierra puede asemejarse a los males infernales.

Guardémonos, pues, hermanos, de las penas del eterno abismo y pasemos de los vicios a las virtudes; huyamos de la gloria del mundo para que no seamos condenados a perpetuos suplicios con el impío rey Herodes, sino que con el buen apóstol Santiago seamos glorificados en la felicidad perenne. Herodes, que significa de piel o gloria de la piel, representa a aquellos que estiman más la gloria del mundo que la de Dios, "cuyo Dios es el vientre y su fin la perdición y su gloria su vergüenza, los que tienen el corazón en las cosas de la tierra". Sin duda, este Herodes era de aquellos de quienes dice el Señor en el Evangelio: "Buscaron la gloria del hombre más que la de Dios". Porque está escrito acerca de Herodes: "Viendo, pues, que agradaba a los judíos la muerte de Santiago, llegó a prender también a Pedro". Más quiso complacer a los judíos con la muerte de los apóstoles que a Dios defendiendo a la santa Iglesia, y precisamente fue muerto por el ángel, porque los que complacen a los hombres son confundidos, porque los desprecia Dios. ¡Ah, rey cruel y tirano impío! ¿No te bastó haber dado muerte a Santiago, si no metías a San Pedro en la cárcel?. Para mayor perdición tuya hiciste en verdad esto, pues el que por ti fue muerto un día goza ahora en la gloria celestial, mientras tu alma es atormentada en el infernal abismo. ¿Qué vas a decir, rey impío, en el juicio final cuando veas a los apóstoles a quienes mataste y tuviste en la cárcel, sentados en tronos y juzgándote no sólo a ti, sino también a las doce tribus de Israel? ¿Qué vas a hacer o qué a decir ante Dios cuando tengas jueces a los que diste muerte con tu propia espada? ¿Qué dirás, desgraciado, ante el ínclito Rey a cuyo leal servidor asesinaste?. Callarás seguramente culpable cuando veas gozar en la gloria al apóstol a quien degollaste y tú seas torturado en el infierno. Santiago, pregonero del reino celestial, clarín sonoro, recomendaba fe; mas tú le diste muerte. Te invitaba él a la vida perdurable; tú, en cambio, recalcitrante, le hiciste morir temporalmente. Caíste en aquello de que dice el profeta: "¿Se paga por ventura mal por bien?". Pues mal por bien pagaste, para que se cumpliera en ti el vaticinio que está escrito en el libro de la Sabiduría: "La justicia del justo les salvó y en sus insidias serán cogidos los pérfidos. El justo fue liberado de la angustia y el impío será puesto en lugar de él". Y poco después dice: "Con la prosperidad del justo se alegra la ciudad y en la perdición de los impíos hay júbilo". Entonces la justicia del justo, o sea Dios, salvó a Santiago no sólo de las ligaduras corporales, mas también de las originales e infernales, ya que Cristo muere en la cruz por su redención y él muere por la espada en honor de Cristo. Así el santo Apóstol devolvió lo que recibió, cumpliendo aquel dicho profético: "Te has sentado a una buena mesa; recuerda los manjares que te sirven, porque debes preparar otros tales". Santiago el de Zebedeo se sentó a una buena mesa cuando recibió en la cena de manos del Señor el eterno alimento e la vida celestial o sea el cuerpo y la sangre del Salvador. Recuerda lo que le sirvieron cuando después de la resurrección del Señor creyó en Aquél que puso su cuerpo en la cruz para morir por la salvación de los fieles, y por amor a El sufrió los tormentos de su pasión. Supo corresponder al Señor el gran varón que fue Santiago, porque según se ha dicho le devolvió muerte por muerte. Esto es lo que dice el Salmista: "¿Qué daría yo al Señor por todo lo que me ha dado?. Tomaré el cáliz de la salvación". El cáliz de la salvación tomó el glorioso Apóstol, ya que aceptó por Cristo martirio salvador igualmente que Este por él, como se lo había prometido un día Cristo diciéndole: "En verdad beberéis mi cáliz". Así, pues, es cierto que "la justicia del justo le salvó y los pérfidos serán cogidos en sus insidias", porque con su caída en los infiernos son condenados a muerte eterna quienes en la vida presente persiguen a los santos. "El justo fue liberado de la angustia", porque Santiago, libre de los lazos de la carne, fue recibido en el cielo por los ángeles. "Y el impío será puesto en lugar de él", porque por la muerte de Santiago fue entregado a los voraces gusanos el cuerpo del inicuo rey Herodes, herido por el ángel del Señor, y su espíritu retenido bajo un fin amargo. Pues así está escrito sobre los injustos: "Tritúralos con doble trituración, Señor y Dios nuestro". Y lo mismo dice el Salmista: "Añade castigo sobre castigo". Se añade castigo sobre castigo cuando los impíos padecen ya en la presente vida una pena temporal y además en la futura son condenados a muerte eterna. "Con la prosperidad del justo se alegra la ciudad". La prosperidad del justo son sus milagros, su ayuda y los votos de sus preces y la ciudad es metafóricamente la Iglesia de los fieles. Luego: "Con la prosperidad del justo se alegra la ciudad", porque al dilatarse por el mundo la fama de los milagros de Santiago y la reputación de sus virtudes, se ilustra y engrandece la Iglesia en todas partes. "Y en la perdición de los impíos hay júbilo", porque después del día del juicio final verán los santos que ellos habrán subido a los cielos y recibido la felicidad eterna, y que los impíos que los fustigaron habrán caído en los infiernos, y alegrándose alabarán al Señor que los condujo a los goces celestiales y permitió que los malvados perecieran. Entonces el glorioso apóstol Santiago se verá gozando de júbilo perpetuo y verá que el impío Herodes que le dio muerte habrá dejado al fuego del infierno, y alabará a Dios y dirá con el Salmista: "He ahí el hombre que no confió en el auxilio de Dios, sino que esperó en sus muchas riquezas y se creyó fuerte en su vanidad; mas yo, como olivo fructífero en la casa de Dios, tuve esperanza en la misericordia divina para siempre y por los siglos de los siglos". Así, pues, en Santiago se prueba la remuneración de los buenos y en Herodes la perdición de los malos. Porque así como toca a los buenos soportar con paciencia las persecuciones de sus prójimos, así también toca a Dios recompensarlos en la gloria celestial. Y porque los malos infieren males a los buenos, Dios los castiga con la muerte eterna. "Pues la soldada del pecado es la muerte". Porque ni el bien quedará sin recompensa ni el mal sin castigo. Por eso dice el Apóstol: "No os defendáis vosotros, queridos, mas dad lugar a la ira. A mí la venganza, yo haré justicia, dice el Señor". El Señor ejercerá su venganza contra los enemigos de los santos, porque ha de dar a cada cual según sus obras. Mas ¿qué significa que el santo Apóstol antes de padecer martirio, cuando aún vivía, no pudiese convertir a la fe de Cristo a todos los que quiso, y ahora, después de su tránsito a los cielos, confluyan tantas gentes en su basílica en Galicia?. Pues que si no aceptase su pasión por la fe de Cristo no convertiría a Cristo a tantos. Puesto que está escrito: "Si no muriere el grano de trigo cayendo en la tierra, quedará solo". Pero por el grano de trigo se entiende o Cristo o cualquier mártir, que si cayendo en tierra no muriere padeciendo, permanecerá solo y sin convertirlos a la fe. Pero si muriere producirá fruto de bienes. Pues como el grano de trigo si no muere antes en la tierra permanece solo, así el santo Apóstol si no muriese antes por la fe de Cristo permanecería casi solo sin la muchedumbre de sus conversos. Y como el grano de trigo después de morir produce mucho fruto en la tierra, así el caballero de Cristo que fue Santiago después del triunfo de su pasión genera con la divina protección que Cristo les dispensa muchedumbres de gentes que vienen a él a Galicia y como fruto bien maduro y oloroso las lleva a la gloria. Como las plantas de los puerros y hortalizas se arrancan en los huertos y se transplantan a otra parte para que crezcan mejor, Santiago fue arrancado de Jerusalén corporalmente y trasplantado a Galicia para que crezca en gloria entre todas las gentes que a él acuden. Porque afluyen ahora a su basílica en Galicia gentes de todos los países el mundo y cuentan las glorias del Señor y las maravillas y milagros que por medio del Apóstol ha obrado en ellos. Este es el fruto de Dios, el fruto de los penitentes de la Iglesia, el fruto logrado por el Apóstol, que el Señor le prometió un día diciendo: "Y quede vuestro fruto". Como si dijese: El fruto que logréis quede en los cielos. Luego el fruto de Santiago quedará por mucho tiempo, porque perdurará con Dios para siempre. Y son tatos sus frutos cuanto son los que desde las apartadas regiones del mundo hacen su peregrinación hasta Galicia, fatigados los cuerpos y con grandes trabajos, para besar los sagrados umbrales de su basílica y solicitar sus beneficios. Su fruto durará por la eternidad, porque la muchedumbre de diversas gentes que oyendo a diario de la fama de su nombre ve y oye sus innumerables milagros y con arrepentimiento de las culpas acude por su amor a su basílica en Galicia para orar, y con puro corazón y buenas obras torna a Dios redentor, permanecerá sin duda con él eternamente en los cielos como aromado fruto. Porque así se lo prometió el Señor un día diciendo: "Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres". ¿Adónde iba a ir al Señor para que tras él fuesen sus discípulos? De dónde viene y adónde fue lo expone el Salmista cuando dice: "De lo más alto del cielo su salida y su carrera hasta lo más alto de aquél". Lo más alto del cielo es Dios Padre, cuya majestad inmensa está sobre todos los cielos. De lo más alto del cielo, tiene, pues, lugar la salida del Hijo de Dios cuando del seno del Padre vino al vientre de una virgen. Su carrera fue hasta lo más alto del cielo cuando regresó del vientre de la virgen a la pasión y de la pasión a los infiernos y de los infiernos a la resurrección y de la resurrección hasta lo más alto del cielo, o sea a Dios Padre sobre todos los cielos. Y por estos pasos siguió a Cristo su Apóstol, porque creyendo de veras en El como verdadero Hijo de Dios y verdadero hombre nacido de una virgen sin mancha, que padeció en la cruz por la salvación de todos y resucitó al tercer día y se elevó sobre los cielos, le imitó hasta los cielos con la pasión de su cuerpo. Y por este camino siguió a Cristo, porque entregó su cuerpo al suplicio como Cristo por él y, por tanto, le imitó en la gloria, según él mismo atestigua al decir: "Y donde yo esté allí estará también mi servidor". Y con razón le llama primero para que le siga y le promete después que sería pescador, para enseñar que antes debía seguir el ejemplo de su pasión y después hacerse pescador de hombres. Así resulta que, conforme a la promesa del Señor, siguió a Cristo por su pasión y ahora es pescador de almas. Es pescador de hombres, porque cuantos gracias a sus exhortaciones se convirtieron de los ídolos paganos y de la sinagoga de los judíos a la fe, o por su intercesión son ahora sacados de sus necesidades o confirmados en las buenas obras por la contemplación de sus milagros, tantos son en verdad los arrancados por él de los profundos remolinos del mundo y apresados en la red de la fe y llevados hasta el puerto de la salvación.

Y a cuantos con justo deseo se dirigen peregrinando hacia él a tierras de Galicia a tantos se lleva al paraíso desde el mar de Galilea de este mundo. Por segunda vez le hizo el Señor promesas un día diciendo: "Y me seréis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y en Samaria y hasta el extremo de la tierra". En Jerusalén fue Santiago testigo de la fe de Cristo, porque en su comarca se dice, según San Lucas, que predicó a Cristo y que sufrió martirio por la fe de Dios, de Herodes, rey de Jerusalén. En toda la Judea y en Samaria fue testigo e la verdad, porque, según la historia de su gesta, llevó la predicación del Evangelio desde Jerusalén a la Judea y Samaria sobre todo. Hasta el extremo de la tierra es tenido por verdadero testigo e Cristo, porque en Galicia, donde está el límite de la tierra y del mar, se dice que fue sepultado con grandes honras y se edificó su basílica, y con frecuentes milagros divinos y patrocinios da testimonio de ser venerado, no sólo en tierras de Galicia y de España, sino también en todos los confines del orbe. Y cuantos son sus milagros, donde quiera que hayan sido realizados, o cuantas son las gentes que de los países extranjeros vienen en peregrinación a su basílica en Galicia tantos testimonios de la fe de Cristo da en la Iglesia. En la última tierra es, pues, testigo de Cristo, porque quien murió por la fe de Dios a espada da ejemplo a los que a él acuden a Galicia de que también ellos deben morir para los vicios y vivir para las virtudes eternas. De aquí que esté escrito por San Lucas en esta lección: "La palabra del Señor se extendía y se multiplicaba grandemente". Antes de la pasión del Apóstol y de la muerte e Herodes no se dice que se extendiese la palabra de Dios, mas después se lee que se difundía. Porque si no hubiera padecido Santiago por la fe de Cristo y Herodes, que se oponía a la palabra de Dios, no hubiera sido muerto por un ángel, no podía ser conocida abiertamente en el mundo la palabra de Dios, aquella que se hizo carne, o sea el Hijo de Dios, ni aumentar el pueblo cristiano que había que creer oyendo esta palabra. Pues como una vez muerto José leemos que se multiplicaron más que antes los hijos de Israel en Egipto, así después de la pasión del Señor se dice que se multiplicaron más los cristianos en el mundo. Y como después de la pasión del Señor leemos que se acrecentaron los fieles, así después de la muerte de Santiago más que antes, viniendo hasta Galicia desde todos los climas del mundo la gente que en él tiene fe, se dice que aumenta por gloria del Señor. Y sin duda s digna de alabanza la conquista de tanto como ganó antes de su muerte, pero mucho más dignamente debe alabarse la enorme atracción de todos los pueblos que ahora ejerce después de muerto. Porque así está escrito: "No alabarás al hombre en vida, mas alábale después de su muerte". Porque como cada uno de los apóstoles inmediatamente después de la persecución de Santiago se dirigió al lugar que Dios ya le había destinado y llamó a las gentes de la fe de Cristo para salvarlas, así el ínclito apóstol Santiago, libre de la carne, se dice que fue transportado de Jerusalén a Galicia y se cree que atrajo al culto de Dios con su llegada y sus milagros, difundidos por todas partes, y con ayuda de la gracia de Cristo, a las gentes de dicha tierra, antes incrédulas e impías. Porque si en vida convirtió a la fe a mucha gente con su predicación y prodigios, ya libre de la carne atrajo a mucha más a Dios con la virtud de sus milagros, por la clemencia del Espíritu Santo. Pues él es en las ocasiones el auxilio en la tribulación de aquellos que en él tienen confianza. El Señor le ha concedido que sea la esperanza de los suyos en todos los confines de la tierra y en el ancho mar. Pues muchos dan también testimonio de haber sentido su protección en los angustiosos peligros de los mares y cautiverios, y hasta de haberle visto liberándolos en hermosa figura corporal. Porque ayuda a los atribulados en los peligros, alivia a los oprimidos en la tierra, reanima a los náufragos en el mar y en los profundos abismos. ¡Oh qué admirable y digno de alabanza es Dios en sus santos, que eligió tales siervos que aun de muertos podrían convertir a los vivos y ayudarles!. "Bienaventurado aquel a quien elegiste y adoptaste, ¡oh, Señor! –dice el Salmista-; habitará en tus atrios". Como si dijese: Bienaventurado aquel a quien elegiste, ¡oh Señor!, y tomaste del mundo junto al mar de Galilea, porque habita contigo en la morada de los cielos. "Alabad, pues, al Señor en sus santos, ¡oh fieles!. Alabadle en el fundamento de sus virtudes". Porque glorioso es Dios en sus santos, admirable en su majestad, hacedor de prodigios, admirable y digno de alabanza y obrador de maravillas. Alabad, pues, al Señor, cielos, y alégrate, tierra; cantad sus loores, montes, porque el Señor, por medio de Santiago, ha consolado a su pueblo y tendrá misericordia de sus pobres. Y El mismo, que con su gracia convirtió el hambre antedicha del género humano en saludabilísima refección o en hartura y que en este día coronó a su venerando e ínclito Apóstol por medio de los crueles tormentos de su pasión con la inmarcesible corona de la vida eterna, dígnese ayudarnos y llevarnos a los cielos, Jesucristo nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.

(1)

La tradición fija el martirio de los dos apóstoles en el asño 67 durante la persecución de Nerón. San Pedro fué crucificado cabeza abajo, según Orígenes. San Pablo decapitado como ciudadano romano que era.

(2) San Bartolomé evangelizó el Oriente -de Mesopotamia a la India- y fué martirizado según la tradición más autorizada en Albanópolis o Urbanópolis (Armenia) por un misterioso rey Astiages: degollado según se cree.
(3)

Es el nombre hebreo de Yehosua o Yosua que a través del griego y del latín pasó a ser también Jesús.