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Lección del Santo Evangelio según San Mateo. En aquel tiempo se acercó al Señor la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos Santiago y Juan, adorándole y queriéndole pedir algo. El cual le dijo: "¿Qué quieres?". Ella respondió: "Di que estos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu Reino".

Homilía de San Jerónimo, Doctor, y de San Juan Obispo, sobre dicha Lección, en la fiesta de Santiago Apóstol, hermano de San Juan Evangelista, que descansa en el territorio de Galicia. Al celebrar la solemnidad de hoy, día del gloriosísimo y piadosísimo patrono nuestro Santiago Apóstol, venerado en todo el orbe de las tierras, hermanos amadísimos, expongamos paso a paso la lección del Sagrado Evangelio, para que sepáis cómo habéis de pedir el reino de Dios. Dice, pues, la madre de los hijos del Zebedeo al Señor: Di que se sienten estos dos hijos míos, uno a tu diestra y otro a tu izquierda en tu Reino. Vemos como tiene fe en el reino la madre de los hijos del Zebedeo, aun cuando el Señor dijo: "El hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a las gentes para escarnecerlo, azotarlo y crucificarlo", y precisamente cuando le anunció la ignominiosa pasión a sus discípulos, que se llenaron de pavor, ella le pide la gloria del que triunfa. Según creo, por este motivo: puesto que al final de su alocución había dicho el Señor: y al tercer día resucitará, pensó esta mujer que inmediatamente después de la resurrección reinaría. Y lo que se promete para la segunda venida, creyó que tendría lugar en la primera; por eso con esa ansiedad, propia de mujer, ambiciona lo presente, despreocupándose del futuro. El cual le preguntó: ¿Qué quieres?. No le pregunta como quien ignora, para enterarse de qué era lo que ella quería, sino a fin de que por su propia exposición pusiera, de manifiesto, cuán absurda era la petición de los mismos. Porque pedían ciertamente como hombres religiosos y amadores de la gracia celestial. Pero o como quien tiene suficiente discernimiento de lo que es una petición útil, o nociva. Pues con frecuencia el Señor transige con que sus discípulos digan, hagan, o piensen algo que no es lo debido, para tomar pie de su extravío, para enseñar y exponer las normas de la verdadera piedad. Pues sabía que el error mientras él, su Maestro, estaba presente, no les causaba daño; en cambio, para todos, no sólo en el presente, sino en el futuro, su doctrina sería edificante. Ella habló: Prométeme que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino. Pide la madre de los hijos de Zebedeo con error propio de mujer, mezclado con el afecto maternal, sin saber lo que pedía. Nada extraño que a ésta se la considere indiscreta; pues también se le reprocha a Pedro el que quisiera hacer tres tabernáculos; pues no sabía lo que decía. San Mateo escribe que esta madre de los hijos del Zebedeo pidió al Señor por éstos; mas San Marcos, queriendo mostrar a los lectores el deseo y acuerdo de los mismos, calla la intervención de la madre y dice más bien que fueron ellos los que pidieron lo que, a sus ruegos, sabían que había pedido la madre. Finalmente, según ambos Evangelistas, no contesta a la madre, sino a los hijos: No sabéis lo que pedís. El deseo es indudablemente bueno; pero la petición impremeditada. Por eso, aunque la simpleza de la petición no merecía que se le concediese, sin embargo, tampoco merecía una contestación agria, pues era hija del amor al Señor. Por tanto, no reprende su voluntad y su propósito, sino su ignorancia, diciendo: No sabéis lo que pedís. No saben lo que piden, porque piden al Señor un asiento en la gloria, que aún no merecían. Ya les agradaba alcanzar la cumbre del honor; mas antes tenían mucho que andar por la senda del sudor. Ambicionaban reinar sublimemente con Cristo: mas antes debían padecer humildemente por Cristo. Debemos, pues, también nosotros tener cuidado de no pedir nada de aquello que juzgamos que no es bueno, mas orando pongámoslo en las manos de Dios, para que nos escuche, cuando él conozca que algo nos conviene.

Sigue: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?. Con el nombre de cáliz designa la pasión y martirio, con los cuales él y sus discípulos tenían que inmolarse; y al acercarse a dicha pasión oraba diciendo: "Padre, si es tu voluntad, aparta de mí este cáliz". ¿Por ventura ignoraba el Señor que podían imitarle en su pasión? Pero lo pregunta para que nosotros nos enteremos con las preguntas del Señor y las respuestas de sus discípulos, que nadie puede reinar con Cristo, si no imita la pasión de Cristo.

Le respondieron: Podemos. No contestan movidos por la confianza de tu corazón, sino más bien por la ignorancia de lo que intentaban. Pues la guerra es deseable para los que no la conocen. Así como la guerra es deseada por los que no la han experimentado, así también a los inexpertos les parece leve la empresa de la pasión y de la muerte. Si pues el Señor, cuando iba a realizar la obra de su pasión decía: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, cuánto con más razón no debían decir ellos podemos, si hubieran comprendido lo que era arriesgarse a aceptar la muerte. Pues la pasión causa gran terror, pero mayor aún la muerte.

Les dijo: Mi cáliz en verdad beberéis. Se preguntará, ¿cómo bebieron el cáliz del martirio los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan?; pues si bien es cierto que el piadosísimo apóstol Santiago fue degollado por Herodes, en cambio San Juan murió de muerte natural. Pero si leemos las historias eclesiásticas, en las cuales vemos que el mismo para el martirio fue echado en una caldera de aceite hirviendo y que el atleta de Cristo se encaminó a conseguir la corona; pero que en este instante fue llevado a la isla de Patmos, veremos que el martirio no faltó en su ánimo y que San Juan bebió el cáliz de confesor, cual lo bebieron los tres niños en el horno de fuego, aunque el perseguidor no hubiese derramado su sangre.

Lo que añade: Pero el sentarse a mi diestra o a mi izquierda no es cosa mía el dároslo, sino que es de aquellos para quienes está preparado por mi Padre, se ha de entender de este modo: que el Reino de los cielos no es del que lo da, sino más bien del que lo recibe. Pues no hay ante Dios acepción de personas; mas el que se conduce de tal suerte que se haga digno del reino de los cielos, éste recibirá lo que se ha preparado no para la persona, sino para la vida. Por tanto, no se dicen los nombres de los que habrán de tener asientos en el reino de los cielos; no sea que, al mencionar a unos pocos, los demás se juzguen excluidos. Si sois de tal condición que (merezcáis con vuestros méritos) el Reino de los cielos que mi Padre preparó para los que triunfan y vencen, entonces se os dará. Además, no es cosa mía dároslo, sino que es para los que está preparando. Como si dijese: Eso no es de mi competencia, darlo a los soberbios. Pues a la sazón aún lo eran. Mas, si lo queréis obtener, no seáis lo que sois. Está preparado para otros, por tanto sed otros y os estará preparado. ¿Qué quiere decir sed otros?. Antes humillaros vosotros, que ahora queréis ser exaltados.

Y al oírlos los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Los otros diez Apóstoles no se indignaron contra la madre de los hijos del Zebedeo, ni achacan a la mujer la audacia de la petición, sino contra los hijos, porque ignorando su verdadera valía se habían excedido en su desordenada ambición. Por lo cual el Señor les dijo: No sabéis lo que pedís. Como pues aquéllos pidieron según la carne, así éstos se entristecieron según la carne. Pues así como, si aquéllos hubiesen discurrido espiritualmente no hubiesen podido estar por encima de todos, así éstos si hubiesen comprendido espiritualmente, no se entristecerían de que hubiera alguno primero que ellos. Pues si en verdad es vituperable querer estar por encima de todos, en cambio el sufrir que otro esté por encima de uno es muy glorioso.

Jesús, pues, los llamó junto a sí y les dijo: Sabéis que los príncipes de los gentiles ejercen su dominio sobre ellos, y los que son más, ejercen sobre ellos su poder. El Maestro, humilde y benigno, no les avergonzó como excesivamente ambiciosos a los dos que pidieron, ni tampoco a los restantes los recriminó por su indignación y envidia. Mas puso un ejemplo tal, que muestra que es el mayor el que quiere ser el menor, y que se convierte en señor el que quiere ser siervo de todos.

En vano, pues, aquéllos piden honores excesivos y éstos se indignan contra su mayor ambición; puesto que a la cumbre de las virtudes no se llega por poder, sino por humildad. Por tanto, entendemos por estas palabras del Señor que por la humildad se llega al cielo; por la sencillez se entra en el cielo.

Todo el que desee llegar a las alturas de la divinidad, camine por las profundidades de la humildad. El que quiera aventajar al hermano en el reino, que primero le aventaje en la obediencia. Finalmente, les pone a la vista el ejemplo, para que si no hacían caso de sus dichos se sonrojasen ante sus obras, y les dice; "El hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir". Y debemos tener en cuenta que el que vino a servir se llama el hijo del hombre. "Y que da su alma en redención de muchos".

Dijo aquí alma en lugar de cuerpo, lo mismo que llamó alma al cuerpo en la pasión al decir: "Triste está mi alma hasta la muerte". Y en otro lugar: "Tengo potestad de deponer mi alma y de volver a tomarla". Abandonó el Señor su cuerpo en la pasión y lo volvió a recobrar en la resurrección. Dio su alma cuando tomó la forma de siervo, para derramar su sangre por el mundo. Dio su alma en redención por muchos, cuando envió la redención a su pueblo y confirmó su testamento por toda la eternidad, el que dio su vida por sus ovejas y se dignó morir por su rebaño y no dijo que daba su alma por todos, sino por muchos, esto es, por todos los que quisieran creer. El mismo, pues, que se dio a sí mismo y no otro precio por nosotros miserables, Jesucristo nuestro Señor haga que nosotros gocemos conjuntamente en su reino, cuyo reino e imperio permanezca hasta el fin por los siglos de los siglos. Amén.