(1)
En honor del Rey Supremo,
del que todo lo creó,
celebremos las grandezas
que Santiago realizó.

Alegría de los santos
en la curia celestial,
y en la Iglesia recordado
por glorioso en su historial.

Junto al mar de Galilea
quiso todo posponer,
y, visto su Rey, al mundo
no quiso jamás volver;

Más tras El que le llamaba
dispúsose allí a marchar,
y sus santos mandamientos
deseaba predicar.

A Hermógenes y a Fileto
la fe de Cristo infundió,
y dió salud al enfermo
y a Josías bautizó.

Vió a Jesús transfigurado
del Padre en la majestad,
y murió y vertió su sangre
de Herodes por la crueldad.

Cuyo cuerpo está enterrado
de Galicia en un rincón,
y alcanzan la gloria quienes
van allá con devoción.

Resplandecen sus milagros
por toda la Cristiandad:
Una vez a veinte hombres
libró de cautividad.

Hizo aparecer borrada
la esquela de un pecador;
devolvió un niño a la vida
y a la madre en su dolor.

Desde Cize a un difunto
se lo llevó a su ciudad,
echando en doce jornadas
una noche nada más.

A uno ahorcado treinta días
a la vida devolvió,
y un borrico a un peregrino
Poitevino le prestó;

Y a Frisono, envuelto en hierro,
del mar hubo de sacar,
como en la nave a un prelado
puso, que cayó en el mar.

Para vencer a los turcos,
fuerza a un caballero dio;
por el pelo a un peregrino
caído al mar sujetó;

Saltó sano de una torre
otro hombre por su virtud,
y tocado de una concha
otro logró la salud.

Dalmacio sufrió venganza
y fue sanado después;
hizo inclinarse a una torre
por soltar a un mercader;

A un caballero que huía
libró con su protección,
y a otro que sufría enfermo
de demonios la opresión.

A un hombre que se dio muerte
a la vida devolvió;
cerrado a su altar, las puertas
a un conde dignóse abrir;

Al siervo de Dios Esteban,
caballero se mostró,
y a un cautivo con su espada
no pudo otro conde herir.

A un lisiado y contrahecho
le curó con humildad,
y a un cautivo trece veces
le soltó con su bondad.

Estos son los sacrosantos
milagros que para honor
de Jesucristo por siglos
hizo Santiago el Mayor.

Por eso al Rey de los reyes
loas debemos decir
para merecer felices
por siempre con El vivir.

Hágase, amén, aleluya,
-digamos, pues, a la par-,
E ultreya esus eya,
cantaremos sin cesar.


(Folio 192 recto (2)) ... invitó a Santiago y a Juan, te rogamos nos hagas sentar a la parte derecha de tu reino a los que quisiste hacernos partícipes del mismo cáliz, por el mismo...

(1)

En este canto Ad honorem Regis summi es lo único que en el Códice se atribuye al sacerdote Aimerico Picaud, fuera de su participación en la donación del mismo a Santiago, según la carta papal que viene después. Era un canto de marcha compuesto en el metro apropiado, clásico desde la época romana: versos septenarios trocaicos o "quadratos" con rima bisilábica átona de dos en dos; en la edición latina y la traducción van divididos en hemistiquios de cuatro pies y tres y medio, u ocho y siete sílabas. En el Códice sólo quedan los ocho versos que forman las dos primeras estrofas y los de la primera con la música, pues falta el folio 191 que contenía las nueve restantes. El poema resume primero la vida, martirio y traslación del Apóstol y después los veintidós milagros del Libro II por su orden y, por tanto, Aimerico debió tenerlos a la vista al componerlos. Para las exclamaciones del verso final véase la nota al canto siguiente: "Cuando aquel buen Padre". El folio perdido contenía también, probablemente, la prosa Festa digne, con la rúbrica de envío al fin del libro y juntamente con el himno anterior, así como una misa en honor de los apóstoles Santiago y San Juan de la cual queda un resto en el folio 192.

(2)

Estas líneas pertenecen a la oración de postcomunión de la misa mencionada al final de la nota anterior.